Estrenos online: crítica de «Blitz», de Steve McQueen (Apple TV+)
Este drama bélico se centra en un chico que quiere volver a su casa y reencontrarse con su madre durante los bombardeos nazis a Londres en 1940. Estreno: 22 de noviembre en Apple TV+.
Una manguera se ha escapado de las manos de un bombero dispuesto a apagar uno de los tantos incendios causados por los bombardeos de aviones nazis a Londres y se sacude, de acá para allá, mientras varios tratan de retenerla y ponerla en la dirección del fuego. Esa escena, que tiene lugar al inicio de BLITZ, es acaso la más libre y genuina (suponiendo que la movediza manguera no es una creación digital) de toda la excesivamente medida y acartonada película de Steve McQueen que transcurre en 1940 y se centra en una madre y su hijo separados en medio del caos de esos bombardeos. Se trata de una gran producción, cuidada al punto de la parálisis, en la que el realizador de 12 AÑOS DE ESCLAVITUD intenta transportar al espectador no solo a ese tiempo y lugar sino a ver la experiencia desde un costado ligado a lo racial.
BLITZ es una película de ambición spielberguiana hecha por un cineasta cuyo talento no circula por las mismas avenidas que las del realizador de LA LISTA DE SCHINDLER. McQueen puede poner los mismos ingredientes en juego, preparar la receta del mismo modo, pero el plato no tendrá el mismo sabor. Hay cineastas que han nacido con talento para hacer este tipo de películas –o lo han aprendido a lo largo de su carrera– y otros cuyo fuerte pasa por otro lado. Es el caso de McQueen, un hombre que por motivos un tanto inexplicables insiste en hacer películas que tienen poco que ver con lo que mejor sabe hacer.
Si una película como esta que, durante gran parte de sus dos horas, trata de reunir a un hijo con su madre no emociona en ningún momento es porque algo ha fallado. Se puede argumentar que McQueen intenta usar el viaje homérico del niño para poner la mirada en asuntos más ásperos y menos benévolos que los típicos de un film británico centrado en el sufrimiento durante la guerra, pero la película tampoco responde solo a eso. Es una mezcla, lograda durante un rato pero finalmente bastante inconexa, entre un film de aventuras dickensiano, un drama racial, una película catástrofe y un film bélico centrado en los civiles que sufren las consecuencias de un conflicto.
A mediados de 1940, cuando los nazis empiezan a bombardean noche a noche la ciudad de Londres, los habitantes tratan de seguir con sus hábitos y costumbres –no dejan de ser británicos ni con una explosión destrozando un edificio al lado– mientras por las noches tratan de cubrirse de todo eso que cae del cielo, indiscriminadamente. Rita Hanway (Saoirse Ronan) es una de esas personas, una mujer londinense que vive con su padre (la estrella de rock Paul Weller, de The Jam y Style Council, haciendo su debut actoral a los 66 años) y con su hijo George (Elliott Heffernan), un chico de 9 años, racialmente mixto, producto de una relación con un hombre negro que veremos luego en un flashback.
Tras una noche brutal, peleándose con la policía para intentar cubrirse junto a su hijo y mucha otra gente dentro de una estación de metro de la ciudad (en ese entonces todavía no estaba permitido usarlas como refugio), Rita decide sacar a George de Londres en un tren dispuesto por las autoridades para llevar a niños a la campiña, donde estarán a salvo de los bombardeos. George no está nada contento con tener que irse y se lo deja saber a su madre, de la que ni siquiera se despide. Y mientras la angustiada mujer vuelve a su trabajo en una fábrica de municiones y hasta canta en un programa de radio de la BBC el chico ha tomado una decisión un tanto arriesgada: se ha tirado del tren en medio del campo, dispuesto a volver a casa como sea.
BLITZ irá de una historia a la otra con el marco de más y más bombardeos sobre la ciudad. Rita no busca, en principio, a su hijo, ya que lo supone seguro en algún lugar alejado, pero se ocupa de ayudar a niños en refugios, en protegerse ante los ataques y hasta sale con amigas, aunque no parece poder disfrutarlo. El que vive una peripecia tras otra es el pobre George, que se sube a otro tren para intentar volver a Londres, tiene que escapar, arriba a la ciudad pero no sabe cómo llegar a su casa y termina mezclándose con personajes nobles y temibles, amigables y despreciables, mientras las bombas caen y la gente saca lo peor y lo mejor de sí misma. A veces, al mismo tiempo.
El ángulo más novedoso de la película tiene que ver con su mirada un tanto crítica al comportamiento de muchos locales durante esos hechos. Uno ha crecido con un imaginario cinematográfico plagado de hombres y mujeres ennoblecidos por el esfuerzo bélico, solidarios, humanos y altruistas, pero lo que ve George no siempre es así. Siendo un chico negro, además, experimenta una serie de agresiones raciales y situaciones incómodas que presentan a los habitantes de la ciudad de una manera más realista de la que lo hacían las películas de y sobre esa época. Si bien a la hora de denunciar el racismo McQueen no logra salir del academicismo que plaga el resto de la película, al menos acá toca un territorio poco explorado al menos por el cine.
McQueen y su equipo creativo arman (desarman, en realidad) una Londres que va siendo de a poco destrozada por las bombas, metiendo al espectador en un escenario en el que en cualquier momento algo puede explotar sobre la cabeza de cualquiera. Y varias escenas lo dejan bien en claro, escenas que el director tiene el pudor de elidir, mostrando solo las consecuencias. De hecho, los mejores momentos de la película pasan por aquellos en los que todavía la vida sigue igual, la gente baila y se divierte, va a un show, a un pub o toca el piano en su casa, aún con la amenaza rondando. Como demostró en SMALL AXE, McQueen tiene mucho ojo para retratar esos momentos en los que la música cobra un rol esencial y reemplaza hasta los diálogos. Pero acá son solo unas pocas escenas y siempre terminan siendo interrumpidas por algún hecho brutal.
La épica búsqueda de la madre a través de los desordenados intentos de un chico que va de un lado a otro sin destino –muy poca gente sabe o quiere guiarlo y por cada uno que lo ayuda hay otro que quiere aprovecharse de él– se desarrolla en realidad a lo largo de unos pocos días y con no más de algunos kilómetros de distancia separando a uno del otro, pero en el descalabro que rodea a los londinenses bien podrían estar de un lado y otro de un océano. Es un relato pequeño en espacio y tiempo, pero épico en todo lo demás. Y eso se siente en una película que, claramente, convendría ver en cine y no en streaming.
El problema principal de BLITZ, sin embargo, no es su carácter episódico, académico y ni siquiera esos momentos didácticos que parecen armados para darle una lección al espectador, sino su imposibilidad de generar emociones genuinas. Uno ve a la siempre elocuente Ronan sufriendo por todo lo que sucede alrededor suyo, pero raramente siente ese sufrimiento en carne propia. Y si uno vio otras películas de la actriz de BROOKLYN sabrá que no es ella la responsable de la curiosa frialdad que tiene el relato, sino la imposibilidad del director de conectar con algo verdadero dentro de ese detallado set de filmación que hace las veces de Londres durante la guerra.
Por más que se esfuerce, McQueen no parece dotado para trabajar dentro de este tipo de parámetros tradicionales, tan clásicos que –si no fuera por los efectos especiales– hasta podría ser una película hecha en los años ’50. El realizador de SHAME y HAMBRE, un autor con un pasado como artista visual, trabaja el cine clásico como si fuera un lienzo sobre el que proceder con sus experimentos, pero el resultante es un trabajo clínico, brutal pero flemático, que ni siquiera la elocuente música de Hans Zimmer puede sacar de su mecánica frialdad. Impacta, pero no conmueve. Comunica, pero no emociona. Y eso, en una película de formato clásico sobre un niño separado de su madre durante la más brutal de las guerras, es casi un pecado mortal.