Estrenos online: crítica de «Muerte en LaRoy, Texas» («LaRoy, Texas»), de Shane Atkinson (Max)
Inspirada en films como «Fargo» y policiales de los años ’90, esta opera prima se centra en un torpe y frustrado hombre que es confundido con un asesino a sueldo. Con John Magaro, Steve Zahn y Dylan Baker. Disponible en Max.
Durante la década de los ’90, especialmente en su segunda mitad, películas como MUERTE EN LAROY, TEXAS se estrenaban casi mensualmente. Derivadas de una moda que se había iniciado con PULP FICTION, de Quentin Tarantino, pero que había alcanzado su pico máximo con FARGO, de los hermanos Coen, eran policiales cómicos, repletos de traiciones y de personajes peculiares (si eran un poco tontuelos, mejor) que se metían en infinitos problemas usualmente por un bolso de dinero y una mujer. O viceversa.
Con el correr del tiempo la moda fue pasando y esas películas –que se siguen haciendo– hoy tienen algo de doble retro: al cine negro original y a ese noir noventoso que bebe de los clásicos pero al que se le suman toques de humor en la desgracia. De hecho, algunos de los protagonistas de esta opera prima de Atkinson, como Dylan Baker o Steve Zahn, hicieron entonces algunas películas como OXYGEN o HAPPY, TEXAS, respectivamente, que bien podrían ser parte de este subgénero. Películas violentas, densas, complicadas. Pero contadas, esencialmente, en tono cómico.
Todo empieza cuando Harry (Baker) levanta con su coche a un hombre cuyo auto se quedó en la ruta. Mientras lo lleva empiezan a hablar de los peligros de levantar gente en rutas y el asunto termina con el otro hombre muerto y enterrado. Es solo una muestra de lo que se viene y de lo peligroso que puede llegar a ser Harry. Pero antes de volver a él conoceremos a Ray (John Magaro, de FIRST COW), el verdadero protagonista de la historia, un loser con todas las de la ley: su esposa lo engaña y su hermano –y socio en la empresa familiar– se queda con dinero que no le corresponde. Y habrá cosas peores en ese pueblito de Texas. Pero el tipo no sospecha de nada ni de nadie.
En un bar se le presenta Skip (Zahn), un detective amateur y le muestra fotos de su mujer Stacy-Lynn (Megan Stevenson) entrando a un motel. Deprimido, Ray compra un arma para matarse, pero un hombre lo confunde con Harry: cree que es el asesino que contrató para matar a alguien. Le deja el dinero del contrato y le pida que cumpla su misión. Ray lo verá como una salvación, ya que es el dinero que su esposa quiere para abrir un salón de belleza. Y que alguien lo tome como un killer le levanta algo de su alicaído ego.
Esa confusión deparará una cadena de eventos desafortunados en los que se verán entrometidos todos los personajes ya citados –Harry es el primero en empezar a husmear y el único más o menos profesional entre tantos torpes e improvisados– y otros que irán apareciendo cuando Ray y Skip empiecen a tirar del hilo de ese crimen por encargo, que no solo fue mal encargado sino, previsiblemente, mal resuelto también. Convengamos que Skip tampoco tiene muchas más luces que Ray, con lo que terminan formando una perfecta pareja de inútiles.
Atkinson logrará contar con gracia y simpatía esta historia de traiciones, asesinos –profesionales e improvisados–, herencias y una policía que mira para otro lado. MUERTE EN LAROY, TEXAS puede ser un film que no aporta demasiado al género y que parece contentarse con remedar éxitos de otras épocas, pero lo hace bien. Tiene un guión bastante inteligente y personajes con los que, pese a todo, uno termina empatizando.
De hecho, en cierto momento –como suele pasar en estas películas que, en el fondo, cuentan historias tremendas– el humor va quedando un poco de lado y la violencia emocional de la situación se vuelve más y más evidente, especialmente para el continuamente maltratado Ray. Y así LAROY, TEXAS, que es el nombre del pueblo en el que transcurre la acción (un lugar ficticio aunque en Texas hay un Leroy… de 337 habitantes), irá cobrando una inesperada gravedad.
Eso no la transformará en un clásico del género, pero Atkinson reconstruye dignamente esa combinación tonal que manejaban escritores como Elmore Leonard o Donald Westlake. Pero si se busca una influencia clara, no hay duda que son los Coen, especialmente sus films de los ’80 y ’90. LAROY no estará a la altura de sus clásicos de entonces y la imitación llega tarde, pero está hecha con las mejores armas. Tiene ingenio, talento y también una dosis de empatía por sus patéticas criaturas que no siempre los hermanos le regalaban a sus suyas.