Festival de Mar del Plata 2024: crítica de «Between the Temples», de Nathan Silver

Festival de Mar del Plata 2024: crítica de «Between the Temples», de Nathan Silver

por - cine, Críticas, Festivales
17 Nov, 2024 04:23 | 1 comentario

Un hombre deprimido tras la muerte de su esposa se reencuentra con una maestra de su escuela e inician una curiosa relación en esta comedia dramática protagonizada por Jason Schwartzman y Carol Kane.

Benjamin Gottlieb está abatido, destrozado. Sus madres intentan conseguirle una novia como sea pero el tipo lo único que desea es acostarse en medio de la avenida y esperar que un camión lo pase, literalmente, por encima. Interpretado por Jason Schwartzman vestido con ropa un par de talles más grandes que lo necesario, Ben tampoco consigue hacer su trabajo. Es un cantor en un templo judío de una ciudad del estado de Nueva York pero se la ha bloqueado la voz, no puede emitir sonidos cuando intenta cantar y ha renunciado a hacerlo. El motivo es claro: su esposa ha muerto, un año atrás, en un extraño accidente. Y nada parece poder sacarlo de la depresión en la que vive.

En BETWEEN THE TEMPLES, Nathan Silver narra esta serie de situaciones en un tono de comedia judía en el que la tristeza se mezcla con el absurdo, las situaciones cómicas aparecen cuando uno menos se lo espera y la neurosis –de los personajes, pero también de la cámara y del montaje– lo dominan todo. Es una película tensa, ansiosa, inquieta, que no para nunca. Ben puede estar atontado, pero la cámara de Silver lo sigue como si fuera su amigo inquieto que quiere sacarlo del pozo en el que está. No será nada fácil.

Un potencial giro de los acontecimientos aparece en el momento menos pensado. Ben está emborrachándose en un bar, entra en una estúpida pelea con otro cliente y termina golpeado, sangrando, en el piso. La que lo levanta de ahí es Carla (la gran Carol Kane, de ANNIE HALL, HESTER STREET, TARDE DE PERROS, TAXI y la serie UNBREAKABLE KIMMY SCHMIDT), una mujer septuagenaria que, descubre Ben pronto, fue su maestra de música en la escuela. Carla lo lleva, lo ayuda y lo deja en la casa de sus madres (Meira y Judith, interpretadas por Caroline Aaron y Dolly DeLeon), una simpática pero entrometida pareja de madres judías (dos juntas, oy vey!) que quieren lo mejor para «el nene».

Al otro día Carla se aparece en el templo en el que Ben prepara a chicos y chicas de 12, 13 años para sus respectivos Bar y Bat Mitzvah. Ella es mitad judía pero no tuvo una educación ligada a las tradiciones (sus padres eran comunistas) y desea, a su edad, hacer el Bat en cuestión, conectar con esa parte de su historia. Sorprendido e intrigado –existen dudas, como en la película TRANSMITZVAH, de Daniel Burman, con la que esta historia tiene varias coincidencias, sobre si es o no posible–, Ben acepta, le pone fecha al evento y empieza a prepararla, muchas veces yendo a su casa a darle lecciones. Carla, a su vez, intenta sacar a Ben de su agobio y darle algunos elementos –de modo caótico, pero con cariño– para que pueda volver a cantar. A existir.

Ese es el núcleo, el disparador de una historia que se irá complicando con la llegada del hijo de Carla (Matthew Shear), al que no le gusta ni esa relación ni el súbito «judaísmo» de su madre; de Gaby (Madeline Weinstein), la hija del rabino «soltera» que se muestra interesada en Ben y con la que él logra alguna conexión, y con los otros previsibles conflictos ligados al tipo de relación un tanto ambigua que Ben tiene con esta mujer que bien podría ser, generacionalmente hablando, una tercera madre para él. No se trata, estrictamente, de una relación amorosa al estilo de HAROLD & MAUDE (o ENSEÑAME A VIVIR), de Hal Ashby, pero circula por sendas similares.

Silver trabaja todos estos temas de un modo similar a sus anteriores películas, que eran aún más chicas e independientes. Filmada en 16mm. con una granulada fotografía de Sean Price Williams, con una cámara que no se detiene nunca y se mueve con una caótica energía que bordea lo enervante y con un montaje intempestivo que le agrega aún más tensión a lo que se cuenta, BETWEEN THE TEMPLES por momentos abruma desde su puesta en escena, no dando tiempo a que sus protagonistas respiren, bajen un cambio, conecten desde otro lugar. Cuando eso sucede –hay una escena genial en la que Carla le cuenta a Ben su historia y le pide que él se la repita, y otra ligada a Gabby que transcurre en un auto, entre otras–, la película toma un envión emocional mayor.

Esas emociones –cariño, comprensión, empatía, amargura– siempre están ahí, pero Silver prefiere rodearla de una comedia de costumbres que a veces funciona muy bien y en otras, simplemente, distrae. Dos escenas intensas en comidas grupales o algunos momentos propios de las comedias de golpes, corridas y caídas –una ligada a un consumo inadvertido de alucinógenos– buscan aligerar la carga dramática de la historia, dándole ese tono de caos familiar tan caro a la tradición judía. Y si bien se entiende la necesidad de alivianar la pesada carga que podría implicar contar una historia acerca de un grupo de personas deprimidas o que sufren por todo, no siempre los resultados son los mejores. Por momentos se lo siente más como imposición consciente del guión que como lógica de comportamiento de los personajes.

Más allá de ese carácter caótico, lo que cuenta BETWEEN THE TEMPLES en lo central es una bella, amable y sí, un poco triste historia de amor(es) y de relaciones que pasan del cariño a la agresión de maneras que son impredecibles para volver luego al cariño y así. Es, si se quiere, una de las películas más intrínsecamente judías de los últimos tiempos, ya que lleva esa tensa energía romántico-familiar (demandas, peleas, afecto, humor, amargura, nervios, ansiedad, comida y mucho amor, no siempre expresado de la mejor manera) de la historia a la forma, conformando un film todoterreno que incluye los distintos modos de acercarse a ese universo. Es que si bien sus protagonistas y su tema están ligados a lo religioso, el film de Silver toma el judaísmo también desde otros lados. Como una cultura, como una manera de entender el mundo pero, sobre todo, como una forma de enfrentar cada día de la vida.