Festival de Mar del Plata 2024: crítica de «La quinta», de Silvina Schnicer

Festival de Mar del Plata 2024: crítica de «La quinta», de Silvina Schnicer

por - cine, Críticas, Festivales
24 Nov, 2024 03:44 | Sin comentarios

Una familia va a pasar un fin de semana a una casa a las afueras de la ciudad y al llegar allí empiezan a suceder cosas extrañas y peligrosas. Con Sebastián Arzeno y Cecilia Rainero.

La casa de fin de semana es un ya clásico escenario del cine argentino del siglo XXI, quizás inspirado en el éxito de LA CIENAGA, de Lucrecia Martel, que transcurría en gran parte en un lugar de esas características. Casa, parque y, preferentemente, algún tipo de piscina forman parte del ecosistema del cine nacional. Y en LA QUINTA, la realizadora de TIGRE –un film con algunas características similares– se instala en un escenario de ese tipo y lo rodea de una serie de circunstancias enrarecidas, entre extremas y misteriosas, ligadas a la vida de una familia, los vecinos y quienes trabajan en el lugar.

Todo comienza con el esperable viaje de fin de semana largo. Hacia esa casaquinta, ubicada en algún lugar impreciso en las afueras de Buenos Aires, viaja una familia compuesta por padre, madre y tres hijos (dos varones y una niña más chica) que dormitan en la parte de atrás del auto. Se ve que es la primera visita de la temporada ya que, mientras los padres descargan las cosas del baúl del auto, los chicos se meten en la pileta vacía y corretean por ahí. La primera sorpresa llega cuando, al abrir la casa en sí, Rudi (Sebastián Arzeno) y Silvia (Cecilia Rainero) descubren que algo ha pasado allí.

Dudan si fue un intento de robo o si gente estuvo viviendo en la casa durante su ausencia –todo parece indicar que fue esto último–, pero la casa es un caos y pronto Rudi se enoja con el casero, Tomás, al que responsabiliza de no cuidar la propiedad. A partir de eso, Rudi decide reunir a varios vecinos de casas del barrio y ver si lo mejor es despedir a Tomás o si hay otras medidas que se pueden tomar para evitar que pasen estas cosas, como por ejemplo que el cuidador (sea o no Tomás) ande armado.

Mientras los tensos y nerviosos padres están metidos en estas discusiones, los niños circulan sueltos, sin que nadie les preste atención. Y allí empiezan a sumarse problemas. Martín, el mayor, tiene cierta propensión por el fuego, y es de esos chicos un tanto maliciosos a los que les gusta tomar riesgos, poner en tensión los límites. Sus hermanos más pequeños lo siguen (con miedo, pero les es más difícil oponerse a sus desafíos) y algunos hijos de los vecinos también.

Hasta que, más temprano que tarde, los chicos se meten en problemas igual o más grandes, ya que una casa abandonada que hay en un descampado cercano –una que los chicos habían visitado poco antes– se prende fuego. Y todo parece indicar que Martín estuvo involucrado. Peor aún, existe la posibilidad de que la casa no estuviera vacía, lo cual agrandaría en mucho el problema. Los padres del barrio apagan ese fuego, pero todo se vuelve mucho más tenso y complicado –entre los chicos, con las familias y con el casero– a partir de eso.

LA QUINTA maneja un tono más cercano al realismo social cuando lidia con los adultos y sus problemas, ligados a posibles ocupas o delincuentes, las tensiones con el casero y las por momentos incómodas relaciones con los vecinos, pero se mueve a un territorio más propio del cine de suspenso –coqueteando con el terror y con lo fantástico– cuando se mueve al mundo de los niños, que viven toda esta tensión con otro tipo de miedos y, por momentos, dejándose llevar por la imaginación.

Schnicer propone una mirada cargada de enigmas de manera persistente y, por momentos, un tanto caprichosa. Rudi tiene algunos hábitos curiosos –meterse desnudo en la pileta es uno de ellos– y se ve que es un tipo bastante agresivo, mientras que su en apariencia más calma esposa está más pendiente de lo que pasa con los chicos, que empiezan a actuar de maneras cada vez más extrañas. Los vecinos, a su vez, tienen sus peculiaridades y secretos, por lo que en todo momento es un tanto complejo saber para donde se moverán los hilos.

La película va pasando de un personaje a otro, cambiando el eje narrativo, especialmente en lo que respecta a los chicos. Martín es el que genera mayor tensión, con su mirada casi poseída y su carácter dominante, casi un personaje sacado de un film de terror. Su hermano menor, en tanto, es el más asustado y el que sintomatiza los conflictos físicamente, mientras que la más pequeña parece darle rienda suelta a su imaginación. Pero nada es del todo claro, porque Schnicer toma la decisión de priorizar el clima extraño e inquietante antes que crear un thriller o un drama más clásico o convencional.

Esa decisión formal funciona muy bien a la hora de crear un ambiente misterioso –se mueren animales sin explicación, hay personas que desaparecen de donde estaban y uno de los niños tiene un fascinante pero extrañísimo monólogo acompañado de movimientos espasmódicos en el momento más extremo de todo el film–, pero quizás amargue un tanto a los que buscan respuestas claras a los enigmas que la película abre pero no necesariamente cierra. Más allá de esas dudas narrativas, lo que LA QUINTA presenta es a un grupo de personajes que, muchas veces, elige mirar para otro lado y hacer como si no pasara nada en lugar de cuestionar su lógica y su preocupante manera de funcionar.