Festival de Mar del Plata 2024: crítica de «Sujo», de Astrid Rondero y Fernanda Valadez

Festival de Mar del Plata 2024: crítica de «Sujo», de Astrid Rondero y Fernanda Valadez

por - cine, Críticas, Festivales
23 Nov, 2024 08:28 | Sin comentarios

Este film se centra en un chico, hijo de un sicario asesinado en México, y los intentos para evitar que entre en el círculo de violencia para el que parece predestinado. Representa a México en los premios Oscar.

Sujo es un niño que no entiende, no sabe, que está rodeado de peligros. Su padre, Josué, es un sicario de una banda de narcotraficantes de Michoacán y deja a Sujo encerrado en un auto mientras hace su trabajo, que consiste en despachar enemigos o cualquier persona que le encarguen sus jefes. En el brutal mundo en el que Josué vive, se sabe, los que matan también mueren, siempre hay venganzas a la vuelta de la esquina y alguien, rápidamente, puede pasar de victimario a víctima. Ese es el literal disparador de la vida de Sujo, cuya vida queda atrapada en medio de un asunto de mafiosos, con una potencial bala a caer en su cabeza en algún momento de su vida, si no logra zafar de esos peligros.

SUJO está contada en dos, o quizás tres, etapas. La primera da el marco a la historia que se cuenta en el film: Josué cae en medio de una jugada peligrosa –están matando uno a uno a los sicarios de un narco, en orden– y Sujo queda a cargo de su tía Nemesia, una mujer de armas tomar, escondido en una cabaña en medio del bosque, ya que a los hijos de los narcos asesinados los matan también para que al crecer no quieran vengarse. Nemesia y Sujo solo se conectan con otra tía y con sus hijos, un par de primos a los que la tentación de entrar en ese mundo les será demasiado fuerte. A partir de otros hechos violentos –que las directoras dejan conscientemente fuera de campo–, un ya adolescente Sujo se va a la Ciudad de México, donde quiere tener la posibilidad de escribir una nueva historia para sí mismo.

El film de las directoras de SIN SEÑAS PARTICULARES es, en un sentido lateral, una película de narcos, de gangsters, un relato sobre la violencia que ha dejado miles de víctimas en México, pero su cámara siempre se enfoca en los márgenes, en eso que no siempre se ve ni se cuenta en las películas de género. Es un espacio y un tipo de personajes que el cine latinoamericano centrado en estas temáticas no siempre presenta, ya que muchos cineastas prefieren –quizás por presiones comerciales y/o festivaleras, quizás por decisión propia– regodearse un poco en la parte más cruenta de este mundo.

En algún sentido, SUJO –que representará a México en los premios Oscar– conecta con UN VARON, reciente película colombiana acerca de un chico que no quiere ser parte del mundo de violencia, de crímenes y de «portación de masculinidad» en el que se adentran sus pares. En ambos casos, son películas acerca de jóvenes que tienen que hacer un esfuerzo notable, en cierto sentido sobrehumano, para poder cortar el círculo violento en el que parecen estar metidos y del que no parecen poder salir si no es por la vía de la sangre.

Ya en la Ciudad de México Sujo vivirá hacinado, trabajará en horarios imposibles e intentará, sin saber muy bien cómo ni tener los títulos correspondientes, ponerse a estudiar en la universidad. Allá se topará con una profesora, Susan (la escritora argentino-mexicana Sandra Lorenzano), que hará lo posible por integrarlo al resto de los alumnos y ayudarlo en su deseada educación. Pero tampoco será fácil porque, como es clásico en este tipo de relatos, ciertas «fuerzas centrífugas» de su pasado dificultarán en buena medida su posibilidad de hacer un cambio de vida.

Si bien su primera mitad es un tanto extensa, lo que SUJO construye ahí sirve para entender el modo en el que una vida puede cambiar cuando las figuras de referencia son mujeres que tratan de mantenerse al margen de esos modos de vida tradicionalmente masculinos. Como queda claro en la experiencia de sus primos, son estilos de vida no fácilmente evitables, sea por la tentación que producen –tanto simbólica como económica– como por una especie de inevitabilidad que conecta un paso con el siguiente, una generación con la otra. La violencia es aquí –y en la vida real– un ciclo, una herencia, una rueda difícil de frenar.