Festival de Mar del Plata 2024: crítica de «The Outrun», de Nora Fingscheidt
Saoirse Ronan interpreta a una joven que trata de superar su adicción al alcohol al volver a las islas del norte de Escocia en las que vive su familia.
Entre el drama y la fábula, entre el relato más clásico acerca de las duras experiencias de una persona alcohólica y el retrato impresionista centrado en una vida en contacto con la naturaleza, THE OUTRUN ofrece muchas vías de acercamiento al mundo que propone. Protagonizada por Saoirse Ronan en una actuación descollante, la película de la directora alemana de SYSTEM CRASHER transcurre, en gran parte, en una isla remota del norte de Escocia («una isla dentro de una isla dentro de otra isla», explicarán en un momento), pero en realidad sucede en ese espacio liminal en el que el cine se cruza con la literatura, uno en el que coexiste una refinada voz en off con un montaje que rompe la cronología de los hechos para dar la impresión que todo transcurre al mismo tiempo. La caída y la recuperación son dos caras de una misma moneda.
En las Islas Orkney (Islas Órcadas, en castellano) existen muchos mitos y leyendas. Uno de los más famosos es el de las selkies, focas que esconden su piel en la orilla, toman forma humana y se mezclan entre ellos. Es un lugar inhóspito, ventoso, frío, en el que la tierra parece temblar de un modo ruidoso, las olas del mar lo sacuden todo y hay especies a las que se sabe en peligro de extinción porque no se las escucha. Es un lugar en el que también hay mucho espacio para la soledad, la locura, el alcoholismo y manifestaciones de ese tipo. Son pueblos de pocas personas, con inviernos insoportables y vientos huracanados que expulsan a todos. Y Rona es una de ellas, yendo y viniendo de la isla a la ciudad, del presente al pasado.
La directora de la película basada en la novela de Amy Liptrot va escatimando datos concretos para elegir contar su historia de un modo excesivamente fracturado. Sí, es cierto, la elección puede ser correcta a la hora de representar el estado de la mente de su protagonista –especialmente, su relación con una etapa alcohólica dura que le aparece en su mente como flashes brutales, algunos de los cuales parecen suceder en tiempo presente–, pero obliga al espectador a intentar construir un constante causa y efecto que termina siendo agotador. Lo mejor que se puede hacer es dejarse llevar por la película como si fuera un puzzle. De a poco, sin que nos demos mucha cuenta cómo, se irá armando.
La película hace centro, principalmente, en dos etapa de la vida de Rona. Una, en Londres, en la que se la pasa bebiendo, maltratando a medio mundo, destrozándose a sí misma y a casi todo lo que se cruza. Y otra, posterior, de regreso en las islas e intentando, con bastante dificultad, reponerse, salir de ese terrible ciclo. Rona es una alcohólica difícil, agresiva, violenta y por momentos intratable. Y sus intentos por salir de la adicción no tienden a dar resultados. El problema, además, es que se está quedando sin gente que la ayude. Su pareja y sus amigas renuncian. Y con sus padres mucho no puede contar, ya que él (Stephen Dillane) es un hombre con algún trastorno del tipo bipolar y ella (la gran Saskia Reeves, actualmente en SLOW HORSES) es una devota religiosa que cree que todo se puede curar con la ayuda del Señor.
La película irá de los momentos de alcoholismo urbano de Rona a sus intentos de recuperarse en las islas, pero también viajará al pasado (cuando era niña y sus padres se tiraban con todo) y, sobre todo, se ocupará en uno de los temas que más le interesan a Rona y el que, quizás, pueda sacarla de ese caos en el que vive: su interés por la biología (eso es lo que estudió en la universidad), por las especies en extinción, por la geografía de las islas y sus misteriosas criaturas. Este tema se va expandiendo mediante la voz en off, primero, pero luego también cuando Rona empieza a dedicar su tiempo a estudiar el ambiente en el que vive y sus especies en extinción. Este eje sirve para poner en contexto a los personajes, pero la realizadora lo usa de manera un tanto excesiva para proponer algunas alegorías fáciles a través de las cuales conectar, de un modo un tanto subrayado, los comportamientos de los protagonistas a ciertos mitos de la zona.
En los bloques urbanos, THE OUTRUN funciona como un drama duro y realista acerca de una chica que, por más que lo intente, no puede salir de un ciclo cada vez más dramático de descontrol y abandono. En las Islas (por momentos está viviendo con su madre en Kirkwall, la ciudad más poblada de las Órcadas, y en otros se va sola a la casi deshabitada Papay), el film le suma al conflicto familiar una zona que bordea el realismo mágico y en el que se intenta convertir a la protagonista en una suerte de fuerza de la naturaleza, una selkie que, como dice la leyenda, vive enfurecida con los humanos que le robaron su piel de foca. La metáfora funciona seguramente mejor en las páginas del libro que en la película, es cierto, pero no arruina del todo la potencia de la historia, una potencia que crece gracias a una actriz como Saoirse Ronan que logra dotar de verdad lo que no es otra cosa es un cuento folclórico con ropajes contemporáneos.