Series: reseña de «Landman: un negocio crudo», de Taylor Sheridan (Paramount+/Flow)

Series: reseña de «Landman: un negocio crudo», de Taylor Sheridan (Paramount+/Flow)

Billy Bob Thornton, Jon Hamm y Demi Moore protagonizan este drama centrado en los problemas con los que tiene que lidiar el encargado de unos pozos petroleros en Texas. En Paramount+ y vía Flow.

Por fuera del mundo del prestigio y los premios existe Taylor Sheridan. Sus series no están en el radar de los Emmy ni en los comentarios admirativos de la prensa especializada, salvo para hablar de sus costos, de sus problemas con elencos (ver el caso Kevin Costner y YELLOWSTONE), de sus controversias políticas y, sobre todo, de sus ratings. A partir del éxito de la citada serie, Sheridan fue explorando y explotando más y más un mercado que el Hollywood del siglo XXI ha dejado bastante de lado: la serie clásica, tradicional, entre melodramática y épica, al estilo de DALLAS o DINASTIA. Además, Sheridan logró entusiasmar a un público que siente que el «políticamente correcto» Hollywood de hoy ha dejado de hablarle. Se las podría resumir como series para los votantes de Donald Trump, pero sería un poco limitado. De todos modos, si bien no es estrictamente así, como generalización se le acerca bastante.

Lo que las series de Sheridan tienen a su favor, más allá de las opiniones políticas o cuestiones ideológicas que puedan ponerse en medio, es que funcionan por su clasicismo. Son relatos old school con personajes bien marcados, prototipos casi, con héroes y villanos, conflictos por la Tierra y gente que muchas veces dispara primero y pregunta después. Tanto YELLOWSTONE como MAYOR OF KINGSTON, TULSA KING, LIONESS o esta, la recién estrenada LANDMAN son, a su manera, westerns modernos. De hecho, las precuelas de YELLOWSTONE (1883 y 1923) son directamente westerns, sin muchas vueltas.

Como sucede en casi todas sus series en la que se ocupa de todo menos del catering, el prolífico Sheridan escribe todos y dirige los primeros episodios de LANDMAN para marcar a fuego con su sello el escenario en el que los conflictos se suceden y el tono de la propuesta. Acá, como en casi todo su universo, tenemos un selecto grupo de grandes estrellas a la cabeza. En este caso, nada menos que Billy Bob Thornton, Demi Moore y Jon Hamm. Y un escenario que le cae perfecto a sus temas: el mundo de los petroleros de Texas, con su gente ruda que usa sombreros de cowboy y bebe cerveza desde las 8 de la mañana, con sus pick up trucks y su música country, y con constantes planos aéreos que nos muestran la supuesta belleza de los pozos petroleros a la hora de la puesta del sol.

Thornton encarna a Tommy Norris, un fixer –encargado, capataz, «hombre fuerte»– de los pozos petroleros que maneja un tal Monty Miller (Hamm, la estrella de MAD MEN) en la zona de Midland, Texas. Nos topamos con él encapuchado y amenazado por un grupo de narcotraficantes mexicanos que controlan la zona en la que Monty tiene los «derechos mineros». Y ahí nos damos cuenta de su talento y sus mañas para salir de problemas, algo que hace negociando una especie de pacto de caballeros: ustedes hagan lo suyo, nosotros hacemos lo nuestro, les pagamos un fee y cada uno se ocupa de lo suyo. Por lo menos durante los dos episodios iniciales, el acuerdo funciona. Pero da la impresión que no será así por siempre.

Los problemas cotidianos de Tommy son otros. Y son muchos. El tipo es un alcohólico y fumador que ha logrado limitar sus adicciones –toma una cerveza malísima de bajo contenido alcohólico a la que el show le hace continua publicidad y reduce tan solo un poco su adicción al tabaco con inyecciones de nicotina–, mantiene una tensa relación con su ex mujer Angela (Ali Larter), lidia con una hija adolescente un tanto pagada de sí misma llamada Ainsley (Michelle Randolph) y con un hijo, Cooper (Jacob Lofland), que ha dejado la universidad para trabajar con él, empezando bien de abajo, como mano de obra.

Solo en el primer episodio se le suman dos problemas enormes. Por un lado, un camión choca con un avión que ha aterrizado en la ruta con cocaína, interrumpiendo no solo el acceso a los pozos sino dejando muertos en el camino, droga que alguien vendrá a cobrar y seguramente consecuencias posteriores. Y, por otro, una explosión en un pozo suyo dejará sin vida a varios empleados de su empresa, lo cual genera gastos, abogados, potenciales juicios y otros enredos más. En el medio, su ex se va a México con su nueva pareja, dejándole en su casa a su hija y a su novio, lo cual lo incomoda muchísimo. La chica, además, es una tontuela de temer, con pretensiones, caprichos y una tendencia a andar semidesnuda por la casa que no ayuda mucho. Es que Tommy, además, tiene muchas deudas y convive en la misma casa de la empresa con un abogado y un ingeniero, a los que les cuesta quitarles los ojos de encima a la chica.

LANDMAN: UN NEGOCIO CRUDO pasará del policial al drama empresarial y de ahí a la comedia familiar casi sin pausa. Tommy puede visitar a una viuda para decirle que su marido ha muerto y pasar de ahí a bromear con un barman. El tipo puede perder un meñique con un martillo y, en lugar de esperar a que traten de recuperarlo, cortárselo de una con una navaja y listo. No es un modelo de conducta ni nada parecido, pero se comporta como si lo fuera, y esa es la zona más complicada que tiene la serie de Sheridan. Es que si bien Tommy no es un modelo a seguir –está al borde de ser un neanderthal y orgulloso de serlo–, el show lo presenta como si lo fuera. Es que si se lo escucha «filosofar», tanto desde la voz en off como en sus diálogos con otros, es de esos tipos que tienen frases y salidas para cada situación. De esos que «lo saben todo» y lo ponen en práctica. Raramente pifian.

Si se toma en cuenta el universo en el que se mueve la serie, es claro que Tommy es su faro. Un tipo «de pueblo», con sus problemas y errores, con su mirada tradicionalista acerca de muchas cosas, que está en medio de un negocio millonario pero que se comporta como uno más. Previsiblemente, lo que más le molesta son las personas o comentarios «políticamente correctos» (de la abogada de la compañía, por ejemplo), los empresarios corruptos, algunos policías que se ponen pesados, los médicos que creen saber más que él y ni hablar de su ex esposa, a la que presentan como el colmo de las pesadillas.

Más allá de las limitaciones de un personaje que parece ser una imitación de las más irritables criaturas de Clint Eastwood, la serie tiene a su favor lo que tienen todas las de Sheridan: es simple, no se anda con vueltas, plantea su mundo y sus personajes de manera directa, y los mete en medio de situaciones complicadas como una telenovela clásica. Cuando LANDMAN se toma en serio sus conflictos o se ocupa de los problemas reales del mundo del protagonista, la serie crece y mejora, saca para afuera sus mejores elementos. Pero cuando intenta «comentar» sobre la realidad –previsiblemente, se trata de un programa que celebra, aún con sus críticas, a las petroleras y sus negocios, dando a entender que «el cambio climático» es una mentira y los ambientalistas sus enemigos–, el edificio se desarma un poco, se le notan más claramente los hilos.

Thornton es un gran actor capaz de darle carisma y humanidad a un personaje que, en otras manos, sería claramente desagradable. Y para «aligerar» sus malos modos, Sheridan le suma a LANDMAN un costado de comedia familiar. Y esa decisión es, por lejos, lo más fallido que tiene la serie. Todas las confusiones que surgen con su muy «sexualizada» hija de 17 y lo que la chica genera a su alrededor paseándose en bikini o duchándose a la vista de otros es propia de viejos programas humorísticos de TV o películas tipo NO TOQUEN A LA NENA de los años ’70 u ’80. Además, convengamos, la actriz que interpreta a Ainsley está más cerca de los 30 que de los 17 y se nota. Y algo similar sucede –al menos en estos dos primeros episodios– con el desafortunado papel de la ex. Tampoco a Demi Moore se la ve mucho en estos episodios. Uno imagina que estaría ocupada con LA SUSTANCIA, sino difícil entender qué hace una celebridad tan grande con un papel tan, hasta ahora, irrelevante.

LANDMAN funciona mejor cuando se hace cargo de la oscuridad de su protagonista y no intenta hacerlo pasar como un simpático cascarrabias. Es, sí, un viejo lobo de mar (bah, de pozo petrolero), con sus mañas a cuestas y costumbres que parecen fechadas durante la presidencia de Ronald Reagan, pero Sheridan se equivoca cuando pretende convertirlo en un modelo a seguir. El gran Eastwood, al menos, suele (¿solía?) encarnar a personajes que se saben incompatibles con el mundo, y sus viajes cinematográficos están por lo general ligados a permitirles salir de esas zonas para integrarse un poco más a la humanidad o bien marginarse, en plan MAS CORAZON QUE ODIO, de John Ford. Quizás aquí termine sucediendo eso, es probable. Por lo pronto todo parece indicar que Tommy tiene todo muy claro respecto a qué quiere y cuál es su lugar en el mundo. Habrá seguramente varias temporadas de serie para ver si alguna vez empieza a tomarse en serio, al menos de vez en cuando, la opinión de los demás.