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Estrenos: crítica de «Mufasa: El Rey León», de Barry Jenkins
Esta precuela del éxito animado «El Rey León» cuenta la historia de Mufasa, el padre de Simba, el protagonista de aquel film de 1995. Estreno: 19 de diciembre.
La pregunta es válida, aunque tenga poco que ver con la película en sí. ¿Qué lleva a un director como Barry Jenkins, iniciado en el cine independiente, consagrado con una película como MOONLIGHT y luego aplaudido por su versión serializada de la prestigiosa novela THE UNDERGROUND RAILROAD a hacer una precuela en animación digital de un clásico film de los años ’90 como EL REY LEON? ¿Qué necesidades creativas o económicas motivan a una persona, que bien podría elegir qué película hacer y seguramente tendría a medio Hollywood a sus pies, a dirigir un tipo de film que bien podría hacer alguno de los tantos especialistas/artesanos de este tipo de cine hecho completamente de modo digital? ¿Vale la pena para Jenkins pasarse varios valiosos años de su carrera creativa para dirigir MUFASA?
Es una pregunta que me hice varias veces mirando la película. No porque MUFASA sea mala ni mucho menos impresentable, sino porque es un tipo de elección que me genera preguntas acerca de los motivos que llevan a un director a elegir un proyecto. Son varios los casos recientes de cineastas que vienen del cine independiente y que han hecho experiencias en películas muy comerciales de los grandes estudios (ver sino los casos de Chloe Zhao y Lee Isaac Chung con THE ETERNALS y TWISTERS), pero el de Jenkins es, por dos motivos, el más extremo: es el más famoso de todos ellos y, además, dirigió un film en el que no tuvo que pisar jamás un set y en el que solo trabajó con las voces de los actores en estudios de grabación. Y un punto más: ni siquiera es un film de animación original, lo que le podría dar un sentido a todo. No. Es una precuela de una saga que ya tiene varios films muy menores que fueron lanzados directo a video cuando esas cosas aún existían.
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En estos casos mi cabeza tiende a ir para un solo lado: dinero. Desde afuera uno puede creer que estas personas tienen las vidas solucionadas económicamente, pero no siempre es tan así. Y seguro que hacerse cargo de MUFASA debe venir con un buen cheque. Habiendo visto la película, sin embargo, se me ocurre otro: la creencia en una responsabilidad, si se quiere, política de su parte, una que involucra tener un buen megáfono como es un estreno masivo de Disney para dar su punto de vista sobre el tipo de sociedad cruel y despiadada en la que se vive y qué se puede hacer para evitarla. Al narrar la historia de Mufasa lo que Jenkins hace, en realidad, es contar el desarrollo y surgimiento de un líder humanista, generoso, magnánimo y solidario, uno que se opone a lo que la película misma llama los Outsiders, «gente» rota que daña a los otros al sentirse abandonada, verse humillada o no poder lidiar con situaciones traumáticas. Ese recorrido ético quizás sea el origen de todas las cosas.
A juzgar por las entrevistas, en realidad, Jenkins se justifica diciendo ser fan de EL REY LEON, película que asegura haber visto «155 veces» (sic), muchas de las cuales estuvieron ligadas a su rol de tío encargado de cuidar sobrinos. La otra explicación que da tiene que ver con que quiso hacer algo alejado 180 grados de lo que venía haciendo antes, su opuesto completo. Y eso es, al menos formalmente, MUFASA, una historia que tiene por un lado la sustancia dramática espesa de una saga bíblica (el viaje que el protagonista emprende tiene algo de eso) y, en paralelo, canciones cantadas por los leones, suricatas y mandriles que pululan por la película, no sea cosa de olvidarse que este es un musical para toda la familia y no la historia del ascenso al trono del Barack Obama de la selva.
La precuela empieza, en realidad, como secuela. Kiara (con la voz en el original de Blue Ivy Carter, la hija de Beyoncé y Jay Z), la hija de Simba, se queda una noche al cuidado de Rafiki cuando su padre Simba (Donald Glover) sale en busca de Nala (Beyoncé), su madre. Acompañada de los clásicos sidekicks Timon y Pumba (Billy Eichner y Seth Rogen), todos escuchan a Rafiki contar la historia de Mufasa. De vez en cuando la película volverá a esta situación de «cuento nocturno» para hacer unos comentarios ad hoc entre graciosos y metatextuales, pero la gran parte de MUFASA transcurrirá en el pasado y comenzará con una lluvia muy fuerte que inundará el lugar en el que el cachorro vivía con sus padres (llamados Afia y Masego), un río se lo llevará lejos y terminará perdiéndolos de vista.
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El film seguirá al pequeño Mufasa siendo rescatado de las fauces de un hambriento cocodrilo por Taka (Kelvin Harrison Jr.), otro cachorro de león, hijo de Obasi y Eshe, los líderes de otra manada. Si bien al principio no quieren quedarse con él –es una «tribu» que no quiere saber nada con los extraños o, digamos, los inmigrantes–, terminan aceptándolo y Mufasa se convierte en el gran amigo de Taka, con el que crece. Finalmente sí habrá un conflicto con otro grupo, en este caso de leones blancos (las metáforas se las dejo a ustedes para que las interpreten), que son los «Outsiders» en cuestión, crueles y con prácticas bastante agresivas.
Lo que sucede ahí –una serie de hechos bastante violentos, tal como los había en el film original– llevarán a que Mufasa y Taka tengan que escaparse en la búsqueda de una especie de paraíso utópico llamado Milele, un lugar mítico del que le hablaban sus padres. En ese camino serán perseguidos por estos leones liderados por Kiros (Mads Mikkelsen) y encontrarán en el camino a dos nuevos compañeros de aventuras: la leona Sarabi (Tiffany Boone) y el mismísimo Rafiki, que se incorpora como personaje de la historia que el mismo está contándole a Kiara. Sí, un león y un mandril juntos, pero no creo que Disney esté al tanto de lo que significa esa conexión en la Argentina de 2024.
Jenkins construye MUFASA como una road movie a través de la selva, un relato de aventuras en la tradición, casi, de las epopeyas bíblicas o de las películas épicas de los años ’50. Si bien en su arco dramático la película no ofrece demasiadas sorpresas, hay cuestiones de tipo creativo y formal que son llamativas. Por un lado, la un poco chocante interacción entre el denso drama que se cuenta y las un tanto infantiles canciones –que los propios animales «cantan» en la película– que se escuchan. Si bien este tipo de combo entre algo muy dramático y algo musical es lo más común del mundo (¿qué es la opera si no eso?), el desajuste acá se produce por la manera fotorrealista en la que está trabajada la animación, algo que no necesariamente se lleva bien con las canciones cantadas por los animales moviendo caprichosamente sus bocas.
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Yendo al tipo de animación con el que está hecha la película hay que decir que, técnicamente, es espectacular, mejor aún que la de la remake de 2019, que se trata de un trabajo impactante en cuanto a la credibilidad que tienen todos los animales y los escenarios que aquí se muestran, al punto de que en muchos momentos uno podría creer que algunas escenas se han filmado en locaciones, con cámaras y todo. Ese fotorrealismo genera, sin embargo, un distanciamiento al ver a los leones, monos y otros animales hablando y/o cantando. La animación tradicional o aún la digital –en 2D, 3D, lo que sea– genera un efecto de separación entre lo que se ve y la realidad que habilita a que el espectador tome como algo plausible que los animales hablen o canten. Pero la animación en exceso fotorrealista, en ese sentido al menos, resulta un tanto contraproducente ya que genera un efecto inverso: saca al espectador del aura de plausibilidad que la película maneja desde lo puramente visual.
MUFASA no logra del todo romper esa fricción o lo hace solo cuando no hay canciones. Y allí la película mejora, uno entra en las tensiones que propone y en el recorrido que hacen Mufasa y sus compañeros de aventuras. Como el film original, se trata de un drama de reminiscencias shakespeareanas que pone su atención en el combate entre distintos tipos de liderazgos posibles, los generados a partir de la empatía y de la solidaridad, y los armados a partir del odio o del resentimiento. Es esa la batalla metafórica que existe en la película y es hacia allí –con decenas de frases hechas, propias de libros de autoayuda, en estilo similar a «el ciclo de la vida»— adonde apunta Jenkins desde el primer instante.
De todos modos, si es que hay una motivación ética o didáctica, más que económica, detrás de la decisión de Jenkins de aceptar esta propuesta, uno siente que tampoco tiene mucho sentido. Después de todo Hollywood viene haciendo películas con héroes generosos y solidarios enfrentando a enemigos crueles y egoístas hace muchísimas décadas y después la gente va y vota a personajes que parecen salidos del manual del villano clásico. Lo que al público emociona desde la ficción, cada día parece quedar más claro, no tiene efecto alguno cuando esa misma gente sale al mundo real.