Estrenos: crítica de «Queer», de Luca Guadagnino

Estrenos: crítica de «Queer», de Luca Guadagnino

por - cine, Críticas, Estrenos
11 Dic, 2024 04:56 | Sin comentarios

Este drama romántico se basa en la novela de William S. Burroughs y sigue a un expatriado estadounidense que se enamora de un hombre más joven en el México de los años ’50. Con Daniel Craig, Drew Starkey y Jason Schwartzman.

Sus películas pueden ser muy distintas entre sí, temática y estilísticamente, pero todas tienen un sello en común, un tanto indefinible, que las une. El cine de Luca Guadagnino es bastante libre, creativo, caprichoso, controlado pero descontracturado a la vez. No parece haber mucho en común entre el tono y el ritmo de CHALLENGERS y el de QUEER pero, si se las mira en detalle, cuentan historias muy parecidas y tienen procedimientos estéticos y narrativos bastante similares. Y la base de todo está en la capacidad del director siciliano de, a la vez, pasarse de rosca y no perder del todo su centro. O, en términos más coloquiales, su libertad para «irse al carajo» sin perder la gracia.

QUEER es, definitivamente, una de sus apuestas más fuertes y enrarecidas, una de esas películas de «autor europeo adaptando a un escritor maldito estadounidense» que suelen ser la trampa y condena de muchos grandes cineastas. Protagonizada por un Daniel Craig que al principio parece un error de casting y luego prueba ser todo lo contrario, la película adapta libremente la novela homónima de William S. Burroughs que fue escrita a principios de los años ’50 a modo de secuela de JUNKIE pero publicada recién en los ’80. Es una adaptación temática y «espiritualmente» fiel, más allá de modificar y agregar muchas cosas a la breve novela. Y es un film que encaja a la perfección con las búsquedas ligadas a temas como el amor, el deseo «prohibido», el miedo y la conexión (física y emocional) entre las personas.

Craig es William Lee, el alter ego de Burroughs en varias de sus novelas. Es un escritor estadounidense, gay, que vive en la ciudad de México en los años ’50 (o una versión imaginaria y cinematográfica de esa ciudad) ya que ahí puede dar rienda suelta, con menor temor a la policía y a penalidades, a su adicción a las drogas y a su deseo por los hombres. En sus recorridos de flaneur vestido de lino, armado y alcoholizado por diversos bares de la ciudad –donde todos ya lo conocen y muchos están un tanto hartos de él–, Lee se topa con Eugene Allerton (Drew Starkey), un joven estadounidense que está pasando un tiempo ahí. Y es amor a primera vista. En una de las varias secuencias en cámara lenta musicalizadas con canciones que no se corresponden a la época que hay en la película (en este caso, «Come As You Are«, de Nirvana), Lee lo observa caminar y es obvio que queda embelesado por su presencia.

Acercarse no es fácil porque Eugene tira señales confusas respecto a su sexualidad y Lee no sabe bien cómo manejarse con él. Así que su vida sigue con pequeñas aventurillas con jóvenes locales y con otros expats estadounidenses en similar situación (su mejor amigo es otro escritor gay, llamado Joe Guidry e interpretado por Jason Schwartzman como una versión rocambolesca de Allen Ginsberg) hasta que logra atravesar esos límites e iniciar una relación con él que, aún con su evidente intimidad, sigue siendo un tanto enredada y confusa. Habrá luego un viaje, experiencias cada vez más enrarecidas, y lo que parecía correr como una versión mexicana de MUERTE EN VENECIA entra en un territorio mucho más lisérgico y azaroso, rompiendo del todo la ya de por sí frágil estructura de la película.

Guadagnino bebe de la gran tradición del cine queer y de referentes un tanto más lejanos a la hora de organizar estéticamente su película. Un poco como lo hace Todd Haynes (a quien uno imagina dirigiendo una película como QUEER con esta estética en los años ’90), el realizador de CALL ME BY YOUR NAME se apoya en figuras como Rainer W. Fassbinder –en especial en su última etapa– a la hora de combinar temas, universos y propuesta visual. Si bien el propio realizador ha citado la influencia del cine de Michael Powell y Emeric Pressburger (LAS ZAPATILLAS ROJAS) a la hora de hacer esta película –algo que es evidente en su hiperrealismo desaforado, en la paleta de colores y en sus momentos puramente coreográficos–, uno puede conectarla más directamente con films como QUERELLE, del realizador alemán, una referencia que es bastante directa.

A eso se le puede sumar un combo que incluye de David Lynch a Alejandro Jodorovsky pasando por el cine de Apitchapong Weerasethakul (el DF tailandés de ambos, Sayombhu Mukdeeprom, le da a la segunda mitad del film que transcurre en la selva un aire muy EL HOMBRE QUE PODIA RECORDAR SUS VIDAS PASADAS) y, en las escenas «mexicanas», ese perfume del deseo propio de las películas de Wong Kar-wai. Pero esas referencias solo enmarcan una serie de elecciones que son propias del autor, como la manera de ubicar canciones pop en momentos clave del relato (hay una, musicalizada por esta canción de New Order, que rankea entre lo mejor del film, pero hay también Prince, Sinead O’Connor y hasta Caetano Veloso) y la decisión de hacer ostensible la artificialidad de los escenarios, usando miniaturas, retroproyecciones y lo que por momentos parecen exteriores creados por Inteligencia Artificial. Como curiosidad para el espectador argentino, QUEER cuenta con la aparición, en breves papeles, del guionista Andrés Duprat y del cineasta Lisandro Alonso.

Guadagnino logra que dentro de esa estructura arrebatada de formas y de modos las emociones de los protagonistas vibren, que atraviesen la pantalla del modo que lo hacen, en la ficción, en las pieles y los cuerpos. Sin esa vibración, sin esa contenida emoción que de a poco se va liberando con el correr de los minitos, QUEER no sería otra cosa que un refinado objeto de estudio, un homenaje académico y cinéfilo a la obra de Burroughs, ya a 33 años de EL AMUERZO DESNUDO, de David Cronenberg. Hay monólogos de Craig y luego de Lesley Manville –que interpreta a una curiosa doctora que vive en la selva– que aportan mucho a darle un sentido, un eje, a las dudas y los temblores de los protagonistas. Pero lo principal pasa por las miradas, por esa circulación del deseos y de temores que uno siente en cada escena en la que ambos están presentes y no siempre consiguen articular lo que les pasa.

En cierto momento Guadagnino suelta las riendas y la película entra en una zona estéticamente más arriesgada que no conviene spoilear acá. Lo cierto es que QUEER se vuelve a partir de ahí más caprichosa e inestable, si se quiere más bizarra. Pero esas elecciones, si bien pueden bordear el ridículo, siempre están a tono con las sensaciones –tanto psicológicas como lisérgicas– de dos protagonistas que bailan, a lo largo de 137 minutos, un tango homoerótico en una América Latina imaginaria, acercándose y alejándose física y emocionalmente uno del otro todo el tiempo. Las riendas se sueltan y se apretan, los temores se van y vuelven, y lo que queda es el aroma, cada vez más lejano, del recuerdo.