Estrenos online: crítica de «Sugarcane», de Emily Kassie y Julian Brave NoiseCat (Disney+)
Este documental se centra en una investigación sobre abusos y niños desaparecidos en un internado religioso para niños de pueblos originarios en Canadá. Disponible en Disney+.
Por abajo del ruido que hacen las películas de ficción que se candidatean para el Oscar y aún por debajo del radar de la propia plataforma de Disney+, ya que hay que buscarla para encontrarla, está una de las mejores películas del año. No uno de los mejores documentales sino uno de los mejores films, independientemente del género o el formato, estrenado en 2024. Ganadora del Premio del Jurado del Festival de Sundance, SUGARCANE es un film centrado en los abusos, desapariciones y entierros de niños de los distintos pueblos originarios de Canadá por parte de los sacerdotes de las llamadas «escuelas para indígenas» que existían de a cientos en ese país y en los Estados Unidos.
En este caso, el eje pasa por los intentos de los habitantes de Sugarcane –una reservación ubicada en las cercanías de Williams Lake, en British Columbia, Canadá– por encontrar las tumbas de esos niños y, además, conocer y dar a conocer las historias de las personas que pasaron por esas misiones (aquí es la St. Joseph’s Mission, pero existieron muchas otras) y las de sus familiares y herederos, que vivieron sin saber qué sucedió con sus antepasados o bien con el trauma de la experiencia que los atravesó, y sigue atravesando, a lo largo de varias generaciones.
El tema de los abusos de sacerdotes es amplio y abarca distintos ejes y países, pero SUGARCANE pone la mirada en los intentos brutales de «civilizar a los indígenas» y asimilarlos mediante este tipo de instituciones que eran moneda corriente en Canadá durante casi todo el siglo XX. Y en esa «escuela pupilo», además de los abusos y violencias cotidianas, existieron violaciones, madres a las que sus hijos les fueron robados y, en muchos casos, enterrados, y muchas otras historias terroríficas. La película elige inteligentemente seguir ese proceso de investigación y descubrimientos en tiempo presente, acompañando a distintas personas involucradas y conociéndolos, tanto a ellos como a sus duras historias de vida.
Los realizadores se alejan del formato convencional, muy usado en plataformas, para hacer documentales de denuncias, con entrevistas y datos. Sin llegar al acercamiento más misterioso de films como DAHOMEY –un documental que trata sobre abusos en cierto modo similares y que se estrena el viernes 13–, pero no lejos de sus modos observacionales, lo que hace SUGARCANE es mostrar el mundo en el que viven los sobrevivientes y centrarse en su cotidiana tarea de echar luz sobre esos acontecimientos que marcaron sus vidas para siempre.
De ese modo, y con un tono descriptivo que es bello y poético aunque por momentos puede resultar un poco «armado», los directores siguen varios hilos narrativos e historias ligadas al mismo tema y la misma brutal misión, que ya fue cerrada definitivamente. Uno de los personajes centrales es Ed, padre del realizador, cuyas experiencias infantiles continúan traumando a su madre, a él y al resto de su familia hasta hoy. Otras son las mujeres, como Charlene Belleau y Whitney Spearing, que con ayuda de la tecnología investigan buscando las tumbas donde esos niños pueden estar enterrados, entre otras tareas.
Una de las subtramas del film se centra en Rick Gilbert, que atravesó esas experiencias, sigue manteniendo su fe católica y formó parte de la delegación indígena canadiense que visitó al Papa Francisco en un encuentro que tuvo lugar en el Vaticano, viaje que la película cubre en escenas breves pero emotivas. A lo largo de diversos encuentros, descubrimientos, conversaciones que intentan sacar a la luz historias silenciadas y hasta incómodos enfrentamientos, SUGARCANE se va transformando en una experiencia tan emotiva como desoladora. Uno tiene la sensación de que, por más apoyos oficiales que tengan (también Justin Trudeau va a «colaborar»), es poco lo que pueden hacer para ayudarlos y reparar los daños. Son traumas que les quedaron de por vida y que heredaron también sus hijos y nietos.
Los realizadores meten al espectador en medio de esos impactantes escenarios del noroeste canadiense, en rutas, lagos y caminos de montaña cuya belleza no oculta las difíciles historias que allí sucedieron. Es un acercamiento casi de una película de ficción –no sería absurdo imaginar algunas de estas historias como parte de una película con actores–, pero cuya potencia crece y mucho cuando las personas tratan de hablar y se quiebran al recordar cosas que los desgarran por dentro. Son historias terribles que muchos no han contado y que décadas después los siguen atormentando, al punto de que sigue habiendo suicidios de personas que pasaron por esas escuelas y atravesaron esas experiencias. Están, también y por suerte, los que sobreviven para contarlo y seguir contándolo.