Estrenos: crítica de «Better Man», de Michael Gracey

Estrenos: crítica de «Better Man», de Michael Gracey

por - cine, Críticas, Estrenos
31 Ene, 2025 10:07 | Sin comentarios

Esta biografía de Robbie Williams tiene una peculiaridad: el cantante británico es interpretado por un mono creado digitalmente. Estreno: 27 de febrero.

Imagino que todos aquellos que se plantean crear biografías cinematográficas de estrellas de rock tratan de encontrar formas de evitar los clichés y lugares comunes de este subgénero, uno de los que más creció en los últimos años como forma de sostener el nivel de ventas e ingresos de los artistas de catálogo de la industria discográfica. ¿Qué hacer para zafar de la historia típica de ascenso, caída y redención? ¿O de la saga traumática familiar y/o de la segunda oportunidad en la vida? ¿Cómo evitar que no todo sea un combo de datos de Wikipedia y clips de YouTube? Cada uno le busca la solución que puede –algunos, ni se esfuerzan–, pero lo cierto es que a nadie se le ocurrió la idea que hace tan particular a BETTER MAN, la biopic del cantante británico Robbie Williams.

¿De qué se trata? En lugar de elegir a un par de actores para interpretar a Robin de la niñez a la edad adulta o de usar al propio protagonista, lo que la película del director de EL GRAN SHOWMAN hace es personificarlo como un mono. Literalmente. Bueno, no literal-literal sino un mono creado con efectos digitales sobre la performance de un actor llamado Jonno Davies, de la misma manera en la que se hace en las películas de EL PLANETA DE LOS SIMIOS u otras que suelen usar ese mismo sistema. La voz, salvo en la niñez, sí es la de Williams. O entiendo que lo es. Lo mismo que la narración, armada a partir de meses de entrevistas con el intérprete. Por el tipo de estrella que Williams es, la solución suena plausible. No solo porque él se considera a sí mismo algo así como un «monito de circo» –un entretenedor de masas, una persona no muy «evolucionada» (sic)–, sino porque la cantidad de pelos en el cuerpo probablemente sea similar.

BETTER MAN funciona muy bien no solo a partir de eso, sino porque el mecanismo habilita a tomar de una manera más ligera y lúdica todo lo que sucede. Si un mono encarna a una estrella pop está claro que todo vale. Williams, como buena estrella británica que es, se ríe bastante de sí mismo, es muy autocrítico y consciente de sus limitaciones –o bien generó un personaje con esas características un tanto autoparódicas–, por lo que el juego entra en perfecta conjunción con su personalidad. Ninguno de los otros personajes en la película –todos seres humanos haciendo de algo parecido a seres humanos– menciona en ningún momento esa característica. Es decir: no es un tema dentro de la ficción que él tenga aspecto de mono. Lo dice su voz en off desde el comienzo: es así como él se ve y así lo veremos los espectadores. Para el resto del mundo es un tipo más: no el más lindo ni el más talentoso, pero sí uno muy carismático, bromista, zarpado, fiestero y caótico.

El sistema es perfecto para al menos dos tercios de la película ya que, cuando la vida del cantante se pone un tanto espesa, resulta un tanto curioso ver al mono en cuestión sufriendo, viviendo situaciones personales difíciles o emocionándose con lo que le empieza a suceder. De todos modos, a esa altura uno ya se acostumbró y el juego ya dejó de ser raro. Lo que molesta, de hecho, quizás no sea eso, sino esa especie de ombliguismo sufriente de muchas estrellas de rock que creen que sus traumas personales y problemas escénicos los hacen especialmente trágicos y dramáticos. Si al espectador no le molesta tener que ver otro drama sobre la «tristeza y la soledad de la estrella de rock que se odia a sí misma», quizás no sienta que la película se pone un tanto mañosa en la segunda mitad. Y si le pasa eso, bueno, al menos están las canciones.

Es que, convengamos, si uno le saca el «chiste del mono», la trama en sí es bastante canónica en lo que respecta al recorrido de Robbie. Se trata de un chico de un pueblo pequeño (Stoke-on-Trent, a una hora al sur de Manchester), con un padre cantante y fanático de jazz (interpretado por Steve Pemberton), que lo hizo amar la música y el concepto de entretenimiento, pero que un día se fue a probar suerte por su cuenta y abandonó a la familia. Robbie creció con su madre y su abuela soñando ser artista y logrando entrar a una boy band que fue furor en los ’90 llamada Take That. De ahí en adelante: rupturas, crisis, fiestas, sexo, drogas, rock & roll; separación, etapa solista, su primer gran amor (la cantante Nicole Appleton, intepretada aquí por Raechelle Banno), problemas de todo tipo, reencuentros, su ruta. No hay mucho en la historia en sí que se escape de lo normal. Salvo la forma.

El verdadero brillo, el punch que tiene esta película, no pasa en realidad ni por la elección del mono, ni por el guión, ni por la historia que cuenta ni, necesariamente, por las canciones. Algunas de esas cosas ayudan (temas como «Angels», «Feels», «Rock DJ» o «She’s the One» son perfectos para este tipo de formatos llenos de olímpicas emociones), pero lo que le da vida y contagia cierta felicidad tiene que ver con la forma cinematográfica en sí. Gracey es un director australiano de comerciales que supo colaborar con Baz Luhrmann en MOULIN ROUGE! y algo de esa excesiva manera de entender el movimiento y la musicalidad se transmite en BETTER MAN. Sus escenas pueden ser cliperas (es, en más de un sentido, un compilado de videoclips) y estar plagadas de trucos digitales para parecer que la cámara gira como un trompo por encima, abajo y a través de los actores, pero es innegable que tienen un ritmo y una energía que son más que contagiosos.

Gracey usa muchas de las canciones fuera de su cronología (se las escuchan muchas veces antes de que hayan sido compuestas) y eso, que puede ser confuso para los wikipedianos, tiene aquí mucho sentido, ya que las letras de algunos de esos temas conectan con etapas distantes, cronológicamente hablando, a la fecha de su escritura. Así, lo vemos cantando Feel cuando aún es un niño mientras que la mejor escena musical del film tiene como fondo «Rock DJ» y Robbie la hace junto a los miembros de Take That en una época en la que la canción aún no existía. Y si esa es la escena más ambiciosa de toda la película –cuando termina da ganas de parar y aplaudir, como si uno estuviera en Broadway–, hay otras dos que vienen después, una más dramática y otra más romántica, que harán caer la cara de vergüenza a los directores de EMILIA PEREZ y WICKED!, dos musicales nominados al Oscar que no le llegan a los talones a la creatividad dispuesta por Gracey y equipo en esas impactantes secuencias.

El director de EL GRAN SHOWMAN (título que bien podría servirle a esta película) es un claro heredero de Luhrmann y de esa tradición de musicales desaforados, excesivos, sobregirados. Por momentos, como también le pasa a Baz, esa tendencia puede llevarlos a pasarse de rosca (las escenas más densas de la película tienen dos capas de pintura melodramática de sobra), pero raramente les falta inventiva. Si a eso se le suma un cantante con aspecto de gorila que hace bromas pesadas y consume demasiadas drogas, las apariciones de unos cuantos miembros de la realeza del pop británico (interpretados por actores, no por ellos mismos) y una cierta ternura que lo envuelve todo, BETTER MAN se transforma en una de las mejores biopics de cantantes de esta nueva camada. Una monada, vea…