Estrenos: crítica de «El desertor» («The Vanishing Soldier»), de Dani Rosenberg
En esta comedia dramática, un soldado israelí se mete en problemas al escaparse del frente de batalla en Gaza para ir a ver a su novia a Tel Aviv. Estreno: 9 de enero.
Estrenada en el Festival de Locarno 2023, menos de dos meses antes del inicio de la nueva y más brutal etapa del conflicto entre el gobierno israelí y Hamas, EL DESERTOR quedó ubicada en un lugar raro, una curiosa marca de época que refleja más que nada la forma en la que ese conflicto era visto entonces en una población acostumbrada a convivir con bombardeos, atentados e incursiones militares a tal punto que podían sin problemas hacer una comedia al respecto.
El film de Dani Rosenberg (director de OF DOGS AND MEN, de reciente paso por el Festival de Mar del Plata y hecha a posteriori de los atentados terroristas del 7 de octubre) es, más que cualquier otra cosa, una comedia. Con momentos dramáticos que aparecen al principio y regresan sobre el final, pero con muchos apuntes cómicos y absurdos. Es difícil, de hecho, verla ahora y no sentirla un tanto desfasada y quizás a destiempo. Pero eso es lo que sucede cuando un país vive rodeado de conflictos que pueden crecer o intensificarse en cualquier momento.
Shlomi (Ido Tako), el protagonista del film, es un chico de solo 18 años que está haciendo el servicio militar y que está. apostado como soldado en la Franja de Gaza. Junto a sus compañeros atraviesan una situación tensa, quizás brutal, y están descansando como si fuera algo habitual, casi con normalidad. Poco después, cuando un jefe los llama para volver a la acción, Shlomi decide esconderse hasta la mañana, salir corriendo, robarse a un auto y huir de allí para volver a Israel.
Shlomi es un desertor y de ahí en adelante empezará una rara fuga. El chico no parece demasiado consciente del problema en el que se mete y pronto nos damos cuenta de que no es un objetor de conciencia en un sentido tradicional y que no lo hace en rechazo de las políticas del gobierno israelí. Tampoco deja el conflicto porque no lo soporta emocionalmente, sino por un tema mucho más banal: su novia Shiri (Mika Reiss) se está por ir a vivir a Canadá y él quiere verla y, en lo posible, evitar su partida. Pasa por su propia casa, nota que sus padres no están y, apenas le tocan el timbre unos soldados, Shlomi decide subirse a su bicicleta y emprender el viaje hacia Tel Aviv a ver a Shiri.
El grueso de la película tendrá lugar alrededor de esa cosmopolita ciudad, con Shlomi tratando de conversar con su novia que está trabajando en un restaurante, metiéndose en problemas cuando le roba la ropa a unos turistas en la playa y los tipos lo persiguen (el chico necesitaba sacarse su uniforme militar) y encontrándose con sus familiares, que no entienden bien qué está sucediendo. A la par, el país está sacudido por ese enfrentamiento en Gaza y por la posible muerte o secuestro de un soldado. Y eso se escucha en los canales de noticias de la TV, que parece estar prendida en todos lados.
EL DESERTOR intenta sostenerse, mucho más de lo necesario, como comedia de enredos, como una de esas película en las que las confusiones y malos entendidos obligan a los personajes a tomar cada vez decisiones más absurdas y riesgosas. Si bien un toque de humor es bienvenido, Rosenberg lo extiende mucho más de lo necesario. De hecho, cuando Shlomi sale de su burbuja romántica y empieza a darse cuenta del problema que puede haber generado con su huida, la película continúa con los enredos. A partir de ahí, uno no tiene claro si el guión supone que a uno debe parecerle simpático el personaje o si ya a esa altura queda claro que es un chico bastante idiota.
Apuesto por la segunda. Imagino que Rosenberg quiere mostrar esa burbuja en la que viven los soldados israelíes y buena parte de la población, que toma como lo más normal del mundo estar bailando o tomando algo mientras hay bombardeos, un lugar en el que a nadie le parece raro agacharse un minuto cuando suenan las sirenas para luego volver a sus conversaciones como si nada. Esa naturalidad respecto a vivir en una zona de conflictos es una característica quizás positiva de los israelíes, solo que parece un tanto banal en función de lo que pasa afuera de esa burbuja. No solo en la realidad, sino en la propia trama del film. Quizás esa sea la intención del director, la cual no hace otra cosa que volver a todos aún más irritantes.
Es difícil que la realidad no invada la percepción de EL DESERTOR y vale en ese sentido esta aclaración. Quizás esta misma película, en circunstancias más parecidas a las de la época en la que se hizo, me podría haber resultado un poco más simpática y, al menos, fresca y desenfadada respecto a la manera en la que lidia con temas serios. Ahora es difícil no verla bordeando lo banal e irresponsable. Por más que sobre el final Rosenberg intente marcar un poco el territorio desde el que le gustaría que su película sea leída, ya es un poco tarde. Para ese entonces, viendo las cosas desde una perspectiva un poco más amplia, los problemas de Shlomi resultan bastante intrascendentes.