
Estrenos: crítica de «Un completo desconocido» («A Complete Unknown»), de James Mangold
Esta biografía de Bob Dylan se centra en su primera etapa, desde su llegada a Nueva York en 1961 hasta su ruptura con la música folk, en 1965. Con Thimotée Chalamet, Elle Fanning, Mónica Barbaro y Edward Norton. Estreno: 30 de enero.
Filmar la biografía de un personaje famoso por ser inescrutable y enigmático no es una tarea sencilla. Mucho más si ese hombre ha vivido diez vidas en comparación con el común de los mortales. La vida y la música de Bob Dylan han dado material para decenas de libros, especiales y documentales –de hecho, hasta generó una suerte de profesión, la de los dylanólogos–, por lo que no tiene sentido esperar que una película sola pueda cubrir ni siquiera una parte de su vida. Usando parte de la letra de una de sus canciones más conocidas como título, UN COMPLETO DESCONOCIDO lo reconoce de entrada: no esperen hallar aquí soluciones a los misterios de su vida ni de su personalidad, no encontrarán en el film del director de CONTRA LO IMPOSIBLE algún tipo de trauma familiar que explique su forma de ser o un estudio detallado acerca de su catálogo de inspiraciones. Lo que la película intentará reconstruir es una etapa histórica en la que este chico llegado a Nueva York desde Minnesota cambió la cultura popular y, cuando nadie se lo esperaba, decidió dar vuelta la página y seguir su propio camino.
Mangold tomó la decisión, comprensible, de dejar que sean las propias canciones de Dylan las que intenten contar la historia y, hasta cierto punto, analizar (no descifrar) el enigma. Es por eso que A COMPLETE UNKNOWN, más que una biopic clásica, puede considerarse un musical. Es un film con una enorme cantidad de canciones que se interpretan en vivo, se graban en estudio o se componen en cuartos o bares, canciones que Mangold utiliza como parte de la trama y no solo como banda sonora de acompañamiento. En las letras de esas canciones, en las elecciones musicales acerca de cómo grabarlas e interpretarlas (el paso del formato acústico al eléctrico es esencial a la trama) y en las reacciones de las personas que las escuchan se cuenta casi todo en la película. Fuera de ahí, Dylan es un tipo parco y misterioso, que habla poco y que se expresa más por su ensimismada postura física y sus gestos –muchos de ellos, de fastidio o incomodidad– que por lo que tiene para decir. Por detrás de esa máscara de aparente desinterés hipster, mezcla de narcisismo y timidez, Dylan se expresaba con su voz y su guitarra. Todo lo que tenía para decir estaba puesto ahí.

Encarnado de un modo asombroso por un Timothée Chalamet que, si bien canta, toca la guitarra, habla y se mueve de un modo muy similar al que lo hacía Robert «Bobby» Zimmerman, logra ir más allá de la simple imitación, todo empieza con un jovencísimo Dylan llegando a Manhattan a dedo, como una aparición: un chico de 20 años, gorrita en la cabeza y guitarra en la mano, cuyo pasado será para todos un misterio. ¿Es un chico judío de clase media común y corriente como se ve en un álbum de fotos que recibe por correo? ¿O un trovador vagabundo que aprendió todo acerca de la música y de la vida tocando con bluseros y girando por los Estados Unidos con un circo ambulante? Hagan sus apuestas. Lo que es claro es que el chico ha aprendido todo lo que hay que saber respecto a la música popular de la época e intenta procesar todo eso en canciones propias que, si bien se basan en las tradiciones del folk, el country y el blues, pretenden tener una personalidad y una voz que son propias.
Eso queda claro cuando va a visitar a su ídolo Woody Guthrie (Scott McNairy) al hospital en el que esa figura mítica de la música folk está internada. Allí conoce a Pete Seeger (Edward Norton), otra figura clave de ese entonces muy popular género musical, y a ambos sorprende interpretando un tema propio dedicado a Guthrie. Las miradas asombradas de ambos –un sistema que la película utilizará muchas veces, como si ninguno de los que lo escuchan pudiera creer el talento y la sabiduría old soul de este jovencito– dan a entender que no se trata de un fan más. Tras ese episodio, Seeger lo apadrinará y lo invitará a tocar en los cafés del Greenwich Village neoyorquino, donde no tardará en hacerse notar. Si bien no a todos convence su particular estilo y su voz rasposa –el sonido folk de la época era mucho más limpio, claro y armonioso–, es igualmente reconocido por agentes, periodistas y discográficas que pronto lo ponen a grabar. El problema para el joven Dylan es que, en lugar de permitirle hacerlo con sus canciones, lo llevan a grabar versiones de temas tradicionales. Ese es el primero de los contratiempos que deberá atravesar. Pero no el último.
La película pondrá el eje, además, en su vida personal. Dylan comienza una relación con una chica llamada Sylvie (personaje basado en su pareja Suze Rotolo e interpretado por Elle Fanning), una militante de los derechos civiles que lo introduce en esa temática. De todos modos, obsesionado por componer sus canciones –lo primero que hace al salir de la cama es agarrar su guitarra y su cuaderno–, las relaciones amorosas no dejan de ser algo pasajero y ocasional para Bob. Si son más que eso, se nota más en las canciones que en su actitud entre desinteresada y casual al respecto. En sus recorridas por los bares neoyorquinos de la época –reconstruidos con minuciosa exactitud por el equipo de arte de la película–, Dylan conoce a Joan Baez (Mónica Barbaro), una entonces ya consagrada estrella de la música folk. Y pronto comenzará con ella un conflictivo affaire que crecerá a partir de sus giras en común y la ausencia de Sylvie de su vida profesional.

El conflicto sobre el que la película hace base tiene que ver con el creciente fastidio e irritación de Dylan cuando, al volverse cada vez más famoso en su círculo, empieza a sentirse presionado por tener que ponerse al frente de las luchas por los derechos civiles como una suerte de líder político dentro del ámbito musical. Si bien sus mayores éxitos musicales de esos primeros años pertenecen, en cierto modo, a lo que se conoce como «canciones de protesta» (Blowin’ in the Wind, Masters of War, A Hard Rain’s A-Gonna Fall, Don’t Think Twice It’s All Right y The Times They Are A-Changin’, entre otras), a Dylan le interesa más explorar otras avenidas musicales que dedicarse a ser «la voz de una generación», como pretenden personas como Seeger, quienes lo ven como alguien que puede llegar a un público mucho mayor que lo normal para esos músicos. Pero a Dylan lo agota la presión, los fans, algunos colegas y el mundillo que lo rodea, por lo que elige escaparse de todo eso tocando con una banda de rock con un grupo de nuevos amigos.
La «electrificación» de Dylan es un hecho clave en la historia del rock (de hecho, el film se apoya principalmente en el libro Dylan Goes Electric!, de Elijah Wald), no solo por lo que representó en términos musicales y culturales, sino por la manera un tanto agresiva y violenta en la que se dio. Uno de los hilos narrativos de UN COMPLETO DESCONOCIDO está ligado a sus presentaciones en el Festival de Newport, epicentro de la música folk de la época. No cuenta realmente como spoiler, pero de todos modos lo aclaro: SPOILER! Tras presentarse allí con éxito y aceptación masiva en 1963 y 1964, Dylan llega al año siguiente con una banda de rock integrada, entre otros, por el guitarrista de blues Mike Bloomfield y el improvisado tecladista Al Kooper, entre otros. Y la decisión de tocar un set eléctrico terminó en un caos que, si bien no fue tan terrible como el que ha construido la mitología (Nota: muchos datos biográficos y hechos históricos de la película están alterados), terminó por separar los destinos de Bob y del resto del mundo folk. De allí en adelante, montado en una motocicleta, seguiría «como una piedra rodante«, su propio camino. Como dice la letra de ese clásico: «On your own/With no direction home».
A COMPLETE UNKNOWN es una película que, como todas las del director de JOHNNY & JUNE y LOGAN, se apoya en el clasicismo narrativo, con el director organizando los hechos de la manera más invisible posible, sin intentar dejar marcas de forma evidente en su construcción. En ese sentido, es una elección casi opuesta a la realizada por Todd Haynes en la extraordinaria pero controvertida I’M NOT THERE, más un estudio analítico de la obra de Dylan con distintos actores interpretándolo en diferentes etapas que una biopic convencional. Mangold opta por un formato que el mismo ayudó a revalorizar gracias a su biografía de Johnny Cash y demuestra ser de los más hábiles a la hora de entenderlo y ponerlo en práctica. La suya es una película que varias veces está al borde de caer en ciertos clichés –esa tendencia de las biografías cinematográficas de apoyarse en los grande éxitos del personaje y en los momentos históricos más significativos de su época, como si fuera una página de Wikipedia filmada–, pero casi siempre logra escaparle a ese tipo de absurdos momentos, de los que están plagados películas como BOHEMIAN RHAPSODY, entre muchas otras.

Eso lo logra, en cierto modo, con su reticencia a los desbordes emocionales, con esa manera de mantenerse fiel a la mirada entre distante, cínica y analítica de Dylan, alguien que –si bien escribió muchas de las mejores canciones románticas de la historia– uno no imagina como un tipo sentimental ni demasiado cálido. A sabiendas de que por ahí no iba a encontrar respuestas a las preguntas, Mangold opta por poner las emociones en las más abiertas y legibles personas que lo rodean (Sylvie, Joan, Pete), quienes muchas veces lo miran con una mezcla de admiración y de incomprensión respecto a algunas de sus curiosas decisiones e incómodas posturas. Si el cine puede ser visto como el arte de encadenar miradas, aquí esa idea encuentra un ejemplo más que apto para el análisis, si se quiere, semiológico.
La histórica dificultad de Dylan de cantar a dúo en un escenario (su tendencia a deformar en vivo sus canciones viene de entonces) es representativa de una búsqueda que siempre ha sido personal y alejada de cualquier corriente que intente contenerlo. El hombre pudo haber sido ocasionalmente parte de algún movimiento, pero siempre que han querido transformarlo en estandarte –no solo en esa época, volvería a sucederle más de una vez a lo largo de su carrera–, se ha escapado por la tangente. Mangold no presenta esa actitud de Dylan como algo heroico o necesariamente imitable ni juzga o condena a los que intentan retenerlo en ese lugar. Cada uno tiene sus razones –personales, políticas o románticas– para actuar como actúa y, en ese sentido, UN COMPLETO DESCONOCIDO permite que el espectador se conecte con el personaje y con su historia como lo sienta o desee.
Girando el peso de la prueba hacia las canciones como principal fuente biográfica y, especialmente, a su interpretación en vivo, A COMPLETE UNKNOWN logra ir más allá del temido cosplay cinematográfico o el participativo karaoke apto para redes sociales. Lo que intenta hacer Mangold no pasa, solamente, por armar una pantomima nostálgica para divulgar a Dylan entre las generaciones de menores de 30 que se identifican más con Chalamet que con el viejo bardo de Minnesota. El suyo es un retrato, todavía relevante, acerca del conflicto entre la presión social y la expresión personal. Es una película que no intenta resolver el misterio del acto creativo sino una que lo pone en escena y se dedica a observar lo que genera a su alrededor.
Nota: armé esta playlist mezclando las canciones de Bob Dylan en sus versiones originales (interpretadas por él mismo y, en algunos casos, su banda) y las hechas por Timothée Chalamet y los músicos que lo acompañan en el film.