
Estrenos online: crítica de «El precio de la belleza» («Skincare»), de Austin Peters (Flow, Claro Video, Movistar TV)
Una mujer, especialista en el cuidado de la piel, entra en crisis cuando su correo es hackeado poniendo en riesgo la continuidad de su negocio de belleza. Con Elizabeth Banks, Luis Gerardo Méndez, Nathan Fillion y Lewis Pullman. Para alquilar en VOD en distintas plataformas.
La competitividad y la banalidad del mundo que rodea a la industria del espectáculo se hace presente en SKINCARE, una película inspirada en un caso real del tipo criminal que juega como una versión amena de una trama que en otra época podrían haber filmado los hermanos Coen. Es una historia centrada en el particular mundillo de los especialistas de belleza, del cuidado de la piel. Y en cómo la competitividad entre dos rivales puede dar pie a una serie de malos entendidos y problemas que terminan siendo mucho más violentos y crueles que lo imaginado. En su opera prima, el director Austin Peters decide jugar en un territorio que no es de lleno satírico, ya que prefiere otorgarle cierto dramatismo y gravedad a lo que le sucede a su protagonista. Y, al menos por un tiempo, eso prueba ser la elección apropiada.
En esta historia que transcurre en 2013, Elizabeth Banks encarna a Hope Goldman, una cosmetóloga que se ha dedicado al cuidado de la piel en la industria de Hollywood y que está a punto de lanzar su marca propia de productos de ese tipo. Tiene, además, un local en Los Angeles en el que recibe a su clientela vip para hacerles tratamientos personalizados. El film arranca con la grabación de un segmento para un noticiero de la tele que, ella espera, le dará un empuje fuerte al lanzamiento de su marca. Nerviosa y ansiosa por los resultados, a Hope la asusta descubrir que enfrente de su local ha abierto su estudio un potencial competidor: Angel (la estrella mexicana Luis Gerardo Méndez), otro especialista que ofrece un tratamiento, supuestamente, de alta tecnología. El primer encuentro entre ambos es tenso y termina con un conato de pelea.

Pero el verdadero problema para Hope empieza cuando descubre que alguien ha enviado, usando su correo, un email falso a todos sus contactos en el que «confiesa» su desesperación sexual y su necesidad de, bueno, algo de actividad fuerte en ese terreno. Al estar tan «conectada», el escándalo crece, le cancelan algunas clientas, se suspende su aparición televisiva (reemplazan su segmento por uno con Angel) y empieza a recibir curiosas visitas de hombres que se ofrecen a «hacerle el favor» que supuestamente está requiriendo en sus mensajes. Todo es un vergonzante malentendido y ella no tiene manera de saber quién lo generó ni cuáles fueron los motivos. ¿O será que fue el tal Angel para sacarla del medio y quedarse con su mercado?
Esa es la hipótesis de Hope. Y, sin mucha colaboración de la policía para resolverlo, irá requiriendo la ayuda de algunas personas que están relativamente cerca suyo: el periodista que la entrevistó para la tele (Nathan Fillion), un mecánico amable llamado Armen (Erik Palladino) y Jordan (Lewis Pullman), un conocido suyo, que son los que primero se ofrecen. Pero todos parecen tener obvias intenciones ulteriores también. Ni ellos ni su amiga y recepcionista del local, Marine (la actriz y cantante trans Michaela Jaé Rodriguez), parecen conseguir evidencias del trabajito sucio de Angel, por lo que a la cada vez más angustiada mujer no le quedará otra que tomar «el toro por las astas».
Y así, amigos, comienza el caos y muchas cosas más. EL PRECIO DE LA BELLEZA mantiene durante un poco más de su primera mitad un tono llamativamente serio para lo que cuenta. Si bien el humor dado por las grandilocuentes y un tanto bizarras personalidades de los involucrados está implícito, Peters trata el caso como una mezcla de policial y de desesperante retrato de una mujer que ve cómo alguien está arruinando todo aquello por lo que trabajó muchos años y transformándola en lo que años después pasaría a conocerse como «cancelada». En realidad, su absurdo email con fotos eróticas demostrando sus deseos sexuales tampoco es algo tan grave. Pero ella, que ha mantenido una reputación como una elegante cosmetóloga vip de Hollywood, se siente como un paria social tras la difusión de esos contenidos. Y por la mirada de los que la conocen y se la cruzan, tan equivocada no está…

La película entra en una zona un tanto más complicada cuando la acción se intensifica, se vuelve violenta y empieza a acumular una serie de situaciones absurdas una tras otra. Da la impresión de que allí Peters pierde el control del tono del relato y no sabe bien si tomarse en serio o si reírse de la cada vez más complicada y disparatada serie de desencuentros que se acumulan. Para manejar bien este tipo de sátira social hace falta un manejo de los distintos elementos del relato (las actuaciones, principalmente, pero también la credibilidad de lo que pasa) y eso es algo que no funciona del todo bien aquí.
Es por eso que cuando la película debería «levantar» el ritmo para llegar a un tercer acto y a una conclusión a toda máquina, se enreda en una cadena de absurdas e injustificadas complicaciones que solo parecen existir para poner los pelos de punta a los protagonistas. De todos modos, vale el intento de tomarse más o menos en serio el drama de la protagonista de esta extravagante historia. Hasta que la locura invade a todos los personajes de la historia y los hace actuar de modos absurdos y caprichosos, SKINCARE logra mostrar de un modo más sincero de lo que aparenta las tensiones, celos y angustias de una industria que quizás sea banal para buena parte del mundo, pero para los que viven de ella es cuestión, literalmente, de vida o muerte.