Estrenos online: crítica de «Mírame a los ojos» («Look Into My Eyes»), de Lana Wilson (Max)
Este documental sigue a un grupo de médiums y/o videntes neoyorquinos en sus trabajos con clientes y en sus vidas privadas. Desde el 10 de enero, en Max.
Hay dos o acaso tres planos sucediendo en paralelo en cada una de las «sesiones» que se ven en esta película, dedicada a las vidas laborales y personales de un grupo de mediums o videntes que viven y trabajan en el área de Nueva York. Por un lado, y más directamente, están las sesiones en sí, conversaciones con sus clientes en las que tratan de ayudarlos a conectar con personas fallecidas en su vida (en un caso, con animales), a hablarles de su pasado o de su futuro, entre otros requerimientos que esas personas puedan tener. Por otro, las dos partes son conscientes que hay otro nivel performativo en cada sesión al estar presentes las cámaras, documentando lo que allí pasa. Y hay uno más que tiene que ver con las historias de la mayoría de los mediums: casi todo fueron, son o quieren ser actores, directores, artistas, cantantes.
Hay una zona mixta aquí en la que todo es, o puede ser, un show. Y el secreto del éxito de LOOK INTO MY EYES es que Lana Wilson, la directora, tiene la paciencia y la sabiduría para sacar a los personajes de esa zona, de esa performance para las cámaras de sus vidas y sus trabajos. Dejando que la cámara hable por ellos, entrando en su intimidad y tratando de ir más allá de las primeras respuestas a mano, la realizadora va profundizando en lo que, finalmente, es una película sobre la soledad y la necesidad de conectar con otros, características que tienen tanto los videntes como sus clientes.
Wilson maneja con maestría algo que pocos realizadores que hacen este tipo de retratos saben manejar: el respeto por sus personajes. No solo acá no hay burla, ni discreta humillación, ni intento de mostrar patetismo sino que tampoco hay condescendencia, que es una forma amable y bastante hipócrita del mismo tipo de burla. Cada espectador puede pensar lo que quiera de los médiums o de sus clientes, pero Wilson no se pone por encima de ninguno de ellos. Al contrario, parece conectar con sus necesidades afectivas, que son igual de intensas que las de los que van a verlos.
El grupo protagónico incluye a un variado grupo de videntes, cada uno de ellos mostrado «en acción» y en la intimidad. Gran parte de la película está ligada a las sesiones en sí, en las que reciben los pedidos de sus clientes y tratan, cada uno con su estilo, de conectarse con el «más allá» y decirles qué es lo que esas personas les transmiten. En muchos sentidos, uno tiene la sensación –esto dependerá de cómo cada espectador conecte con este tipo de trabajos, yo admito ser bastante incrédulo– de que su trabajo consiste, más que nada, en decirles lo que creen que sus clientes quieren o necesitan oír, calmar sus angustias o neurosis, aplacar sus miedos. Y eso, con sus diferencias, es lo que hacen.
Una puerta más interesante se abre cuando son ellos mismos los que hablan a cámara, muestran sus casas, cuentan sus historias y sus traumas, sus miedos y necesidades. Y ahí uno nota que no son tan distintos a sus clientes, que tienen similares angustias y que, en muchos casos, han vivido vidas o atravesado situaciones complicadas. Y, especialmente, que la conexión con los que «transicionaron» a ese otro plano (es decir, fallecieron) puede ser leída como una similar búsqueda por aferrarse a algo, a alguien, a alguna fuerza si se quiere superior.
El otro ángulo que pasa, en un momento, de ser una curiosidad a convertirse en una tendencia es que casi todos son, fueron o quieren ser actores, cantantes, guionistas o directores; son cinéfilos, han escrito guiones, actuado en unipersonales o participado en miles de castings y open mics, entre otras potenciales salidas artísticas o laborales que en general no les han resultado. Y que han encontrado en este trabajo con mucho de performático que es la «clarividencia» una suerte de lateral salida laboral a sus ambiciones artísticas.
Conectando con todos ellos de manera amable –Wilson o miembros de su equipo entran en plano más de una vez, los videntes rompen la cuarta pared de vez en cuando–, la directora humaniza a sus protagonistas y lo mismo hace con los clientes, cuyos pedidos pueden parecer en algunos casos un tanto absurdos pero de los que la película nunca se burla o menosprecia, como es el caso de todos los ligados a los animales muertos y los que intentan hablar con ellos o saber qué piensan.
Wilson ha dirigido desde documentales sobre Taylor Swift (MISS AMERICANA) y Brooke Shields (PRETTY BABY) hasta un film sobre monjes budistas (THE DEPARTURE) y varios sobre temáticas ligadas a la salud mental. Y es claro en todos ellos que está muy pendiente de ese tipo de fragilidades, traumas y experiencias dolorosas que marcan a fuego a sus personajes. En LOOK INTO MY EYES, todos ellos se expresan desde el deseo de conectar con el más allá. Pero en el fondo, a lo que la película apuesta es a una conexión más cercana, con el aquí y el ahora, con ese otro que muchas veces está del otro lado de la mesa o detrás de las cámaras, mirándolo todo.