
Estrenos: crítica de «Implacable» («Absolution»), de Hans Petter Moland
En este drama de acción Liam Neeson interpreta a un veterano gangster que quiere redimirse con su familia cuando se entera que le quedan pocos años de vida.
Liam Neeson ingresa en IMPLACABLE en la senda crepuscular a la que se van incorporando varios héroes de acción al llegar a la tan mentada «tercera edad»: esos films en los que veteranos violentos se enfrentan a las consecuencias de sus actos y tratan de dejar alguna especie de legado a futuro. En ese sentido, la película dirigida por el noruego Hans Petter Moland es un relato clase B que se ubica, usando a Clint Eastwood como parámetro y medida del género, en un punto intermedio entre LOS IMPERDONABLES y GRAN TORINO. Una película de acción –de redención por la vía violenta, si se quiere– que es también de reflexión y de arrepentimiento por viejos pecados.
Neeson, con un look que incluye bigote manubrio y chaqueta de cuero que lo clava como delincuente de los ’70 –épocas de películas de Don Siegel, de SERPICO y de tanto policial callejero–, encarna a un hombre sin nombre (literal, en los créditos solo dice «Thug» por matón o rufián) que fue boxeador de joven y trabaja hace ya 30 años como recolector para Charlie, un gangster de los suburbios de Boston (Ron Perlman). Los matones más jóvenes se burlan de él, pero de todos modos lo necesitan. Mientras entrena en la tarea al hijo del tal Charlie, nos queda claro que a los de las nuevas generaciones les falta tomar mucha sopa todavía. Y él tiene muchos trucos bajo la manga. Bueno, más bien en su puño.

Un día va al médico por problemas de memoria y le dicen que tiene una enfermedad llamada Encefalopatía Traumática Crónica (ETC), una que suelen sufrir los que fueron boxeadores o quienes recibieron muchos golpes (físicos) en la vida. No solo eso, le confirman que no hay tratamiento, que es degenerativa, rápida y que como mucho le quedarán dos años de vida. Como sucede en estos casos, el tipo quiere reparar daños. Y trata de reconciliarse con sus hijos, de los que no sabe nada hace muchos años. Cuando visita a su hija Daisy (Frankie Shaw) –que tiene a su vez un niño, Drew, al que tampoco conoce–, queda claro que ella no quiere saber nada con su padre. Y sobre el hijo ya se enterarán viendo la película.
En función de eso, ABSOLUTION tiene apenas tres o cuatro secuencias de acción y pondrá el eje más que nada en los intentos del protagonista de reconectar con los suyos, en la historia de amor que aparece con una mujer (Yolonda Ross) a la que salva en una situación violenta y, en el medio, meterá un muy secundario caso policial que le sirve para entender qué es lo importante y qué no en su vida. En el medio tiene sueños respecto a su infancia (unas escenas oníricas que son lo peor del film) y se mete en varias situaciones incómodas y difíciles por sus problemas de memoria. A lo que hay que sumar, además, un copioso consumo de alcohol. El tipo es un congreso de defectos, pero al menos se da cuenta e intenta reparar. Como puede. Como le sale.

Más un drama o un western urbano que una película de acción propiamente dicha, IMPLACABLE se une de una manera menor –sin hacer grandes pronunciamientos existenciales acerca de la vida, la violencia o la familia, y sin tampoco demasiada alharaca formal– a esa tradición crepuscular que mencionaba antes. Con locaciones suburbanas de la zona de Boston bastante bien encontradas y con actuaciones comprometidas del limitado elenco, la película de Molland (quien ya lo dirigió en VENGANZA, de 2019) intenta alejarse un poco del formato más clásico de héroe de acción que utiliza Neeson –acá es parte de los villanos; más honesto y humano que los otros pero criminal al fin– para intentar tocar algunas fibras sensibles del espectador.
Quizás el que espere ver una película de acción de punta a punta, de las que Neeson viene haciendo desde 2018, probablemente se quede un poco con las ganas. Los que preferimos verlo en este tono, si se quiere, un tanto más geriátrico y falible, saldremos bastante más satisfechos. Más allá de las bromas por su uso y abuso, el adjetivo crepuscular parece haberse inventado para películas como esta.