
Estrenos: crítica de «Mickey 17», de Bong Joon-ho
En esta película de ciencia ficción Robert Pattinson interpreta a dos clones de una misma persona en medio de una violenta y complicada invasión a un planeta. Con Mark Ruffalo, Toni Colette y Naomi Ackie. Estreno: 6 de marzo.
Hay directores para los que «mudarse» es dificultoso. Con mudanza me refiero a abandonar sus países natales para ir a filmar a otro lado, generalmente a los Estados Unidos. Hay algunos que lo hacen con cierta elegancia o facilidad, pero muchas veces se produce una ruptura estilística entre lo que un director es capaz de hacer en su país y en su idioma, y lo que consigue cuando tiene que filmar en inglés. Con Bong Joon-ho pasa eso. Ninguna de sus películas «internacionales» le llega a los talones a lo que ha hecho en Corea. Por diversos motivos, ni OKJA ni SNOWPIERCER ni MICKEY 17 están a la altura de MEMORIES OF MURDER, THE HOST o PARASITOS. Uno nota, más desde lo temático que desde lo formal, que es el mismo director, con sus mismas obsesiones y similares ideas, pero por fuera de eso sus películas parecen más rudimentarias, torpes, banales. Espectaculares desde su producción, pero muy gruesas y simplistas en casi todo lo demás.
Convengamos que es algo que nos pasa a todos, fuera del cine también. Uno habla en otro idioma y, salvo que sea un bilingüe perfecto, simplifica lo que dice, tiene una menor capacidad para expresarse. A eso hay que sumarle otra particularidad: lo que uno no sabe cómo decir, lo exagera desde el gesto, la forma. Es común sobreactuar cuando uno habla en otro idioma. Haciendo un paralelo, uno podría decir que Bong sobreactúa cuando filma en inglés. No solo los actores –que lo hacen, en algunos casos groseramente–, sino las películas en sí son ampulosas, exageradas, didácticas. Uno no pensaría, viendo sus películas coreanas, que el cine de Bong pueda tener alguna similitud con el de Terry Gilliam. Pero cuando uno lo ve filmando en inglés, los paralelos aparecen. Y esto es algo que pueden notar aún los que, ay, ven las películas dobladas al castellano.

Dentro de ese contexto, MICKEY 17 es la que mejor sale parada de las películas que Bong filmó en inglés. Está llena de problemas –narrativos, temáticos, actorales, estéticos–, pero tiene una cierta potencia acumulativa, una que permite disfrutarla en partes pese a sus evidentes torpezas. Hay una melancolía y una humanidad enredada en medio de una absurda comedia de ciencia ficción que lucha por hacerse notar, pero generalmente queda opacada por el tono estentóreo y pasado de rosca del resto. Cuando intenta ser graciosa, no lo es. Uno ríe, en cambio, cuando no ve el esfuerzo circense del elenco y de Bong por hacer alguna payasada.
Es probable que se trate de un choque cultural. La comedia asiática en general y la coreana en particular tiende a ser grandilocuente –gritada, virada al slapstick, llena de un humor un tanto infantil– y cuesta «empatarla» tonalmente con las partes de las películas que buscan ser tomadas más seriamente, como pasa aquí. Esos giros de tono son comunes al cine asiático –casi una marca de fábrica–, pero raramente funcionan en su traslado al cine occidental. Desarrollar y explicar esa diferencia es para otra circunstancia pero, como dice la frase, que existe, existe.
MICKEY 17 tiene una enredada trama que intentaré resumir en su planteo básico. Robert Pattinson encarna a Mickey Barnes, un hombre que en el futuro cercano se anota como «descartable» para un programa espacial. Mickey está escapándose de grandes deudas y la única salida parece ser esa. Los «descartables» son personas que funcionan como Conejillos de Indias: se los expone a peligros, se los usa para pruebas y, cuando mueren, se los reemplaza por una especie de futurista fotocopia en 3D que mantiene el cuerpo y la memoria de quienes fueron antes. Mickey llega al planeta Nilfheim –donde la humanidad supone escapar tras una aparente destrucción de la Tierra– en su primera versión y la historia transcurre en su vida 17, cuando ya lograron que el aire del lugar sea, gracias a sus continuos sacrificios, respirable.

El asunto central tendrá que ver con dos cosas. Como todos suponen que Mickey 17 muere en un accidente en medio de la nieve, sacan de la máquina a Mickey 18. Pero el 17 sobrevive y por ahí pasará parte del conflicto, ya que está prohibido por ley que haya «múltiplos». Es decir, dos personas iguales al mismo tiempo. Y, a gran escala, el asunto tendrá que ver con el intento del fascistoide plutócrata Kenneth Marshall (un sobregirado Mark Ruffalo) y su esposa Ylfa (Toni Colette) de invadir ese planeta liquidando a sus «pueblos originarios», unas criaturas tipo gigantescos ciempiés que son más amables de lo que parecen. Pero Marshall e Ylfa –una versión futurista de Javier y Karina Milei, u otros ridículos émulos de Donald Trump– lo único que quieren es destruirlos con un objetivo absurdo.
En el medio habrá lugar para tráficos de una rara droga, una historia de amor que Mickey 17 tiene con Nasha (Naomi Ackie) –que puede llegar a ser triángulo cuando hace su aparición Mickey 18–, una absurda obsesión por la comida (las salsas, por algún motivo, son un tema importante), un programa de televisión pasado de rosca y una serie de experimentos bizarros que le otorgan al film su cuota de gore. Si bien es cierto que el mundo real hoy tiene características casi tan absurdas como las que se ven acá (solo hace falta ver las noticias por un rato), la sátira acá se vuelve en extremo obvia, caricaturesca y tonta, al punto de tirar por la borda parte de la potencia que esa crítica mirada política crítica tiene.
Hay una voz en off de Pattinson que intenta emparchar distintas secuencias –se sabe que la película tuvo una problemática posproducción– y que sirve como hilo conductor para las distintas subhistorias que se intentan narrar acá. La mejor y más poética tiene que ver con lo que le pasa al propio Mickey con su sensación de ser un «descartable», una mirada existencialista sobre la vida y la muerte que le otorga al film una cierta melancolía, una que va muy bien al menos inicialmente con la cadena de muertes que persiguen al protagonista. Pero una vez que la película se instala en su versión 17, esa elegancia desaparece por completo para dar paso a algo parecido a un caótico espectáculo circense que incluye, por motivos incomprensibles, a una persona disfrazada como un gigantesco pajarraco.

Uno de los puntos fuertes de las películas de Bong pasa por su mirada política, crítica de los excesos del capitalismo salvaje y de los dictadores de turno. Como sucedía en OKJA y en SNOWPIERCER –y, a su manera, también en PARASITOS–, MICKEY 17 también juega con ideas ligadas a la resistencia y a la lucha de clases, tiene una lectura humanista del tema inmigratorio, construye una crítica feroz al negacionismo del cambio climático y al mundo de los dictadores que se presentan como entertainers. Pero lo hace de una manera demasiado ridícula y caótica como para que esas ideas adquieran cierto peso. Se pierden en el ruido, en el descontrol y en la más ampulosa sátira.
«Pero Marshall e Ylfa –una versión futurista de Javier y Karina Milei, u otros ridículos émulos de Donald Trump– lo único que quieren es destruirlos con un objetivo absurdo»
Me encantó.
Aclaro (de entrada) que no respondo a uno u otro partido/candidato/político o lo que fuere, pero me parece inculto y extremadamente pedorro hacer una chicana político en la descripción/crítica de una película de ciencia ficción (ni siquiera, como para mínimamente «justificar» que fuera una de drama político/bélica….. Aunque hubieran hecho un chiste sobre peronistas/kirchneristas, me hubiera generado la misma sensación de amarillismo y falta total de contexto y respeto al lector/fan…. En fin, así como tenemos cada «cuadrado» con carnet conduciendo, así tenemos de «periodistas» a una zarta de miopes mentales sin ideas…..
Jajjajajajja…. como si el cine no fuera político. No se avergüence de ser libertario.
La crítica de Lerer se encierra en una visión reduccionista que ignora la audacia de Bong Joon-ho al transitar de su territorio coreano a un universo narrativo en inglés, lo que no implica una degradación inevitable sino una apuesta arriesgada por nuevas formas de expresión que, lejos de restar valor, amplían el espectro del discurso cinematográfico. Si bien es innegable que obras como «Memories of Murder» y «Parásitos» son emblemas de su estilo original, encasillarlo como el único estándar de calidad resulta limitar la capacidad transformadora inherente al arte, sobre todo cuando se trata de adaptar la rica y matizada novela «Mickey7» de Edward Ashton a una versión visual que explora la fragilidad y la resiliencia de la identidad en un futuro distópico. La supuesta torpeza narrativa y estética a la que alude Lerer se revela, en realidad, como parte de una deliberada estrategia estilística que busca subvertir las convenciones y plantear una crítica social incisiva, mientras que la actuación de Robert Pattinson se erige como uno de los pilares del film, ofreciendo una dualidad interpretativa que enriquece la trama y aporta una humanidad palpable al relato. Desde este punto de vista, la separación rígida entre lo ‘auténtico’ y lo ‘internacional’ resulta un artificio que encubre la verdadera intención del director, quien no se contenta con reproducir fórmulas conocidas, sino que se arriesga a reinventar y dialogar con una audiencia global, haciendo de «Mickey 17» una obra que merece ser valorada con una mirada más abierta y menos sesgada, donde la innovación y la emotividad conviven en una síntesis que desafía las expectativas preestablecidas.