Estrenos: crítica de «Memorias de un caracol» («Memoir of a Snail»), de Adam Elliot

Estrenos: crítica de «Memorias de un caracol» («Memoir of a Snail»), de Adam Elliot

por - cine, Críticas, Estrenos
18 Mar, 2025 09:17 | Sin comentarios

Una chica solitaria y apasionada por los caracoles narra su complicada vida en esta triste y bella película de animación australiana para adultos que fue nominada al Oscar en su categoría.

La vida solo puede entenderse hacia atrás, pero debe vivirse hacia adelante» es una de esas frases que suenan a lección de libro de autoayuda. Si bien la escribió el filósofo Søren Kierkegaard hoy hace pensar en una de esas tarjetas que alguien compra en un supermercado cuando no se le ocurre o no tiene dinero para regalar otra cosa. En la bellísima, triste y melancólica MEMORIAS DE UN CARACOL, película australiana de animación stop motion, la frase adquiere un sentido revelador, agridulce. La escucha Gracie, la joven y solitaria protagonista, en boca de Pinky, una simpática anciana que por momentos es su única compañía. Dicha en el momento justo, es la frase que necesita para intentar salir del pozo depresivo en el que se encuentra.

Un film de animación para adultos que puede llegar a ser doloroso de ver, MEMORIAS DE UN CARACOL es la visualización de una carta, una puesta en escena animada de una historia de vida contada por su protagonista. Gracie (que tiene la voz de Sarah Snook, de SUCCESSION) se la cuenta a uno de los tantos caracoles que tiene y colecciona, los que se han transformado en sus acompañantes pero también, y sin querer, sus carceleros. Y esa historia de vida es la película que vemos. Parafraseando aquella canción, es «la carta de un caracol a otro». De uno metafórico a otro real.

Mediante el uso de la voz en off avanza el segundo largo del director de MAX & MARA. Es la historia de Gracie y su hermano mellizo Gilbert (Kodi Smit-McPhee), cuya madre murió al nacer ambos y que quedaron al cuidado de su padre, un animador y artista callejero francés (Dominique Pinon) que quedó parapléjico tras un bizarro accidente. La vida de los niños no es fácil: sin dinero, recibiendo bullying en la escuela y cuidando a un hombre incapacitado y frustrado. Pero a su modo era feliz: se tenían el uno al otro, se cuidaban, se querían.

Todo se complica mucho más cuando el padre muere y los chicos son entregados, separadamente, a distintos orfanatos y distintas familias en ciudades alejadas entre sí. Y allí empezará –o se acrecentará– la tristeza de Gracie. Cada vez más sola, cada vez más angustiada y cada vez más triste. Su única compañía serán los caracoles verdaderos y decorativos que la rodean, las cartas que le escribe y que recibe de Gilbert –que tampoco la pasa nada bien– y la compañía de Pinky, la pícara viejita de vida mundana que de vez en cuando le saca una sonrisa con sus propias historias.

MEMORIAS DE UN CARACOL, asegura su director, tiene mucho de autobiográfico. Para el consagrado animador australiano, se trata de un proyecto de vida que –incluyendo sus anteriores cortos y su largo– planea seguir narrando en sus siguientes películas. Su universo se ubica en una zona intermedia entre el mundo de Tim Burton y el de Jean-Pierre Jeunet: un poco macabro, otro tanto melancólico y con un costado esperpéntico. La música de Elena Kats-Chernin y la voz pausada de Snook duplican esa sensación de dolor que atraviesa este relato acerca de la dificultad de atravesar las pérdidas y superar las propias limitaciones.

Encerrada entre sus libros y sus caracoles, Gracie sobrevive, sufre, se vuelve una víctima de la crueldad ajena y de la constante autoconmiseración. El dolor es real –la vida no le ha dado mucho de lo que agarrarse para ser feliz o tener otra perspectiva de las cosas–, pero también lo es la necesidad de seguir buscando una salida, como sea. Y a eso apunta la frase de Pinky y, a través de ella, esta dolorosa, angustiante pero finalmente cálida película de animación australiana.