Estrenos: crítica de «Presencia» («Presence»), de Steven Soderbergh

Estrenos: crítica de «Presencia» («Presence»), de Steven Soderbergh

por - cine, Críticas, Estrenos
03 Mar, 2025 07:41 | Sin comentarios

En este drama de suspenso, una familia disfuncional se muda a una nueva casa y la hija adolescente siente que allí hay una presencia extraña. Estreno: 13 de marzo.

Cualquiera que haya visto mucho cine alguna vez se hizo versiones de una pregunta: «¿qué mirada representa la cámara?» «¿quién está ahí?» No me refiero a la respuesta obvia (un camarógrafo) sino al lugar y espacio que esa mirada representa dentro de la ficción. Si hay dos personas en un cuarto y el espectador puede ver a ambos, ¿quién los está mirando en la propia ficción? Cuando hay un corte de un ángulo a otro dentro de un plano, ¿quién se mueve para que veamos a un actor en un momento y a otro después? ¿Y cómo es que esa mirada no tiene un cuerpo que la sostenga? El cine es un lenguaje tan establecido que esa pregunta raramente se hace. De no existir esta convención, solo podríamos ver planos subjetivos, con personas mirándose unas a otras.

Steven Soderbergh es un teórico del cine. Es un cineasta, sí, y sabe todo lo que tiene que saber un director en términos técnicos, formales. Pero no le alcanza. Se aburre. Quiere probar cosas y ver qué pasa. Si sirve bien y si no, mala suerte. Lo ha hecho a lo largo de su carrera, filmando con distintos condicionamientos, formatos, géneros, estilos y tecnologías. Aquí se ha jugado por un relato de suspenso que, en el fondo, es una investigación, una tesis casi mística acerca de la mirada en el cine. ¿En qué consiste el juego? En PRESENCIA la cámara es exactamente eso. Una presencia. Un ente, un algo o alguien que está en el lugar, observando todo lo que sucede. Es la cámara que filma y es invisible, pero tiene intenciones, está ahí, quiere o necesita hacer algo.

Simplificando, PRESENCIA es una película de fantasmas en la que la cámara es el mismísimo fantasma. Soderbergh –que oficia de su propio camarógrafo y director de fotografía, con su acostumbrado alias Peter Andrews– la mueve en planos secuencia, sin cortes dentro de cada escena, llevando al espectador a ser un literal espía de lo que allí sucede. Pero no es solo un juego para contar una historia que bien se podría narrar sin eso. La cámara es, en un sentido que no se puede develar, parte del relato. Está por una razón y actúa sobre los acontecimientos.

Todo transcurre en una lujosa casa a la que una familia se muda. La cámara (o el fantasma) ya está adentro cuando todo empieza y los vemos llegar desde su punto de vista. La integran Rebekah (Lucy Liu), la madre; Chris (Chris Sullivan), su marido, y dos hijos adolescentes: Tyler (Eddy Maday) y Chloe (Callina Liang). La más dura y decidida Rebekah se lleva mejor con Tyler –que se muestra como el hijo atleta, perfecto, pero es un chico en exceso egoísta y cruel, un poco como ella–, mientras que Chris empatiza más con su hija, más tímida y perturbada, que viene de atravesar una situación traumática: su mejor amiga, Nadia, murió o se suicidó, nadie lo tiene claro, tras una sobredosis.

Primero, uno de los pintores se niega a entrar a su cuarto porque siente que hay algo raro ahí. Y luego es la propia Chloe la que empieza a sentir una presencia. Inasible, imposible de explicar, pero para ella real. Su padre la entiende y su madre se enfada. Será el trauma, suponen. Pero ella siente que las cosas se mueven y que alguien las mira. ¿Será Nadia, la chica muerta? Y si es ella, ¿qué quiere? En el medio, Chloe comienza a flirtear con Ryan (West Mulholland), un amigo de su hermano. Y cuando la situación se vuelve un tanto más intensa, tomarán la decisión de llamar a una suerte de médium para que opine. Ella, obviamente, sentirá esa presencia (mirará directamente a la cámara, como solo Chloe hace), pero no todos en la familia le creerán.

Soderbergh mezcla film de suspenso fantástico con drama familiar y logra mejores resultados en la segunda parte que en la primera. El fantasma en sí no genera miedo ni mucho menos, pero uno sabe que su presencia allí tiene alguna explicación o razón de ser. Para los que creen en ese tipo de cosas, la idea de que una persona siga sobrevolando las vidas de quienes la conocen después de su muerte (si es que el fantasma existe y si es que se trata de Nadia) resulta entre enigmática y espeluznante. Pero, en el fondo, el gancho dramático a resolver por ahí es más bien simplista, hasta remanido en su tortuosa resolución. Genera una serie de intrigas que prueban ser menos interesantes que lo prometido.

Donde Soderbergh se maneja mejor es en la dinámica familiar. Allí logra hacer lo que no muchos realizadores de este tipo de films de suspenso y terror hacen: ocuparse en profundidad de las personas que atraviesan estas situaciones. Al ser una película con pocas acciones concretas –al menos durante un buen tiempo–, todo se construye desde la ausencia. ¿Qué pasa entre los padres? ¿Qué lleva a Tyler a ser tan difícil y brutal con su hermana? ¿Hay algún secreto en esa familia que explotará en algún momento? ¿Qué rol juega Ryan en todo esto? El director de TRAFFIC construye una familia creíble que está atravesando una situación compleja pero que, en lugar de ayudarse, todos parecen tirar para distintos lados. Y así nada se puede resolver. Salvo, obviamente, que haya un fantasma capaz de hacerse cargo de las cosas.

La película tiene claras similitudes con A GHOST STORY, aunque no posee su potencia dramática ni su melancolía. También se la puede conectar a EL SEXTO SENTIDO u otras películas en las que lo fantástico se mezcla con lo real para ayudar a resolver problemáticas dinámicas familiares. En ese sentido, el evento que explica la «presencia» se siente en exceso convencional, de una película más tradicional (David Koepp, el guionista, es un veterano del cine mainstream de Hollywood). Y, salvo por sus inquietantes giros del final, en algún sentido limita el ejercicio de Soderbergh. Pero a él le importa poco. Ha hecho varias películas experimentales desde la forma siguiendo formatos narrativos clásicos (como HAYWIRE y UNSANE, sin ir más lejos) y no va a abandonar su modus operandi ahora.

La pregunta que queda por responder es si el gimmick de usar la cámara como «fantasma» funciona. Por lo general, sí. Le agrega un elemento extra de intriga y, si bien las reglas de lo que esa presencia puede o no hacer en el mundo real son poco claras, es innegable que le suma un aura de misterio, especialmente al funcionar como espía de la intimidad de cada personaje. A la vez, el lente deformante que Soderbergh utiliza y la necesidad, física, de casi siempre estar un poco alejada de los rostros de las personas, genera un efecto de distancia entre los hechos y el espectador que limitan la potencia dramática de los acontecimientos. Uno puede dudar respecto de algunos de los resultados, pero que un director consagrado siga intentando a esta altura explorar los rincones ocultos del lenguaje cinematográfico es admirable. PRESENCIA es la demostración de que Soderbergh es un realizador creativo e incansable, un raro e indefinible fantasma en el cine estadounidense.