BAFICI 2025: crítica de «Gatillero», de Cris Tapia Marchiori

BAFICI 2025: crítica de «Gatillero», de Cris Tapia Marchiori

por - cine, Críticas, Festivales
06 Abr, 2025 12:47 | Sin comentarios

Un hombre que acaba de salir de la cárcel empieza a ser perseguido por un crimen que no cometió en un barrio peligroso de las afueras de Buenos Aires.

Este largometraje argentino que cuenta una historia policial violenta en tiempo real es un prodigio técnico llamativo, de esos que obligan a preguntarse «cómo se hizo». Filmada en calles y locaciones reales de la Isla Maciel, apenas cruzando el Riachuelo ya en la provincia de Buenos Aires, y utilizando un formato de plano secuencia continuo, GATILLERO cuenta una noche intensa y violenta en esa peligrosa barriada controlada por unos narcos.

El protagonista es Pablo “El Galgo” Correa (Sergio Podeley), quien acaba de salir de la cárcel y está en plan descontrolado. Roba en el barrio en el que vive, lo persiguen y agarran unos policías que trabajan para los narcos y pronto lo enganchan para hacer un laburito para Lalo (Matías Desiderio) y Noni (Mariano Torre), dos capos de la zona que trabajan a las órdenes de la Madrina (Julieta Díaz), algo así como la «capanga» del lugar. El trabajo en cuestión lleva a otro y al Galgo lo acusan de matar a la Madrina, lo que lo lleva a ser perseguido por todo el barrio.

Mientras él intenta probar su inocencia y llueven los tiros por la noche, muchos de los vecinos del barrio empiezan a levantarse en contra de los narcos y sus ejércitos que están arruinando las vidas de todos. Así se va generando un caos de persecuciones, disparos, traiciones, encontronazos y más persecuciones y disparos que conducirán a una serie de muertes e inesperadas sorpresas. En el medio, habrá algún que otro respiro (cuando el protagonista se encuentra con Nilda, dueña del merendero, o con los vecinos en pie de guerra), pero siempre estará la urgencia de escaparse y esconderse, una que se intensifica por el plano continuo y la cámara en mano que corta la respiración.

La historia que cuenta GATILLERO responde al formato clásico del policial o western urbano, urgente, en barrios modestos que explotan de muerte y sangre por culpa de enfrentamientos entre narcos y bandas criminales. Si bien el Galgo escapa por un crimen que no cometió, no se trata de un personaje con el que los espectadores puedan fácilmente identificarse. Es un matón, un delincuente, un tipo denso y complicado que no intenta tampoco caerle simpático a nadie. Y que los demás sean iguales o peores no cambia mucho.

Al faltarle esa parte humana –hay momentos en los que el Galgo muestra su costado sensible, pero son mínimos–, GATILLERO se contenta por lo general con funcionar mediante la economía narrativa de un videojuego en primera persona, con la cámara siguiendo al protagonista, respetando su punto de vista y sin cortes visibles (los hay, pero están bastante bien disimulados) mientras se enreda y/o supera diversos obstáculos físicos y humanos, esquivando balas que pasan cerca y devolviendo fuego con más fuego.

En el centro de la cuestión está el formato: el plano secuencia le otorga al film una inusitada energía, un ritmo trepidante y la sensación de urgencia solo baja cuando la historia concluye. Usando un barrio entero como set de filmación (la Isla Maciel son unas pocas manzanas y parecen recorrerla casi completa), metiéndose en pasillos, entrando a casas, subiendo a techos y corriendo y disparando por las calles, GATILLERO logra transmitir una enorme cuota de realismo de una manera que pocos otros films locales de ese tipo (uno podría pensar en algunas escenas de PIZZA, BIRRA, FASO) han logrado hacer.

Con la impronta de los policiales clásicos de los años ’80 y ’90 –se puede pensar en THE WARRIORS, de Walter Hill; o en FUGA DE NUEVA YORK, de John Carpenter– y actuaciones por lo general muy creíbles para la dificultad que el formato presenta, la película de Tapia Marchiori es adrenalínica y furtiva, va directo al grano y en poco menos de 80 minutos resuelve bien todos sus hilos narrativos y de manera por lo general violenta.

Fuera de lo formal no hay tanta tela para cortar –el drama social está muy en segundo plano y funciona como un contexto bastante genérico–, pero como ejercicio de estilo y llamado de atención respecto al talento del realizador y de su equipo, GATILLERO es un inmenso logro. Si en la Argentina hubiera una industria de cine ya estarían convocando al director para hacerse cargo de proyectos más grandes. Pero, bueno, esa es otra historia…