
BAFICI 2025: crítica de «Una casa con dos perros», de Matías Ferreyra
En medio de la crisis económica de 2001, una familia va a vivir a la casa de la abuela, pero la convivencia prueba ser muy incómoda y tensa. En la Competencia Argentina del BAFICI.
En ese registro en el que el realismo suburbano coquetea con el fantástico, de familias amuchadas que conviven en espacios pequeños y con la crisis económica rodeándolo todo, UNA CASA CON DOS PERROS remite claramente a LA CIENAGA y a muchas otras películas argentinas en las que las familias conviven de modo incómodo entre cuatro paredes en las que no sobra intimidad. Más bien, todo lo contrario.
Este film cordobés transcurre en plena crisis económica de 2001 y tiene como protagonista a una familia a la que no le queda otra que mudarse a la casa de la abuela para vivir, al menos por un tiempo, con ella. Nora (Florencia Coll), Héctor (Maximiliano Gallo) y sus tres hijos caen así, de un día para el otro, en la casa de «Taty», como la llaman a la abuela (Magdalena Combes Tillard). Y su vida empieza a alterarse.

La señora está lejos de ser una presencia amable y simpática. Al contrario. Hosca, huraña y llena de obsesiones curiosas, no parece muy contenta de tener a cinco personas apiladas en su casa. De hecho, los manda a todos a vivir al garage. En la casa también hay un tío bastante particular y, supuestamente, un perro del que la señora habla pero –como los perros de cierto político argentino– nadie parece ver nunca.
El eje y punto de vista principal del relato –otra conexión con el universo marteliano— es el de Manuel (Simón Boquite Bernal), uno de los hijos de la pareja, curioso y metido, que en lugar de incomodarse con la fastidiosa abuela intenta acercarse y comprenderla más que los otros. En medio de ese estado de cosas, UNA CASA CON DOS PERROS va trazando los conflictos y tensiones que subterráneamente van surgiendo entre los habitantes de una casa a la que sigue cayendo gente por motivos cada vez más extraños.
Más que un eje dramático claro, lo que el film de Ferreyra presenta es un asfixiante estado de disolución familiar, social y económico en el que hasta la realidad misma parece resquebrajarse. Una mujer sin una pierna que se esconde de sus hijos habla en un momento de que siente su miembro faltante aunque ya no lo tiene. Y ese es el espíritu que transmite esta intrigante y misteriosa película que deja en claro que la realidad puede ser inquietante, pero lo que no vemos lo es más aún.