
Estrenos online: crítica de «Pangolín: el viaje de Kulu», de Pippa Ehrlich (Netflix)
La directora ganadora del Oscar de «My Octopus Teacher» repite fórmula en este documental acerca de la relación entre un hombre y un pangolín recién nacido y en peligro de extinción. Estreno de Netflix.
Uno de los hechos llamativos de los Oscars en los últimos años fue la victoria de MY OCTOPUS TEACHER como mejor documental en 2021. Se trata de uno de esos amables documentales donde lo humano y lo natural se mezclan de manera amable y supuestamente trascendente que funcionan muy bien en las plataformas pero que usualmente no tienen mucho prestigio ni premios de ese tipo. La realizadora de aquel documental intenta repetir ese éxito con PANGOLIN, la historia de otra relación entre humanos y animales que mezcla un objetivo valioso de conservación de una especie con un drama personal un tanto forzado. O, por lo menos, exagerado.
Gareth Thomas es el protagonista de este film, un hombre sudafricano con una adolescencia y juventud conflictiva que «encontró su lugar en el mundo» como acompañante de pangolines, una especie en extinción de pequeños y escamados mamíferos cuya curiosa forma, mitología, usos y costumbres han transformado en un animal explotado y buscado por el comercio internacional. Y lo que el film cuenta es cómo durante un buen tiempo se dedicó al cuidado, protección y seguimiento de uno al que llama «Kulu» mientras crece lo suficiente como para volver a vivir en el medio de la selva.

Como el pulpo, el pangolín no necesariamente conecta con los humanos sino que son ellos los que imponen en cierto modo sus deseos y necesidades en ellos. Y lo mismo hace la película, forzando conexiones emocionales, visuales y estéticas de un modo en exceso manipulador. A tal punto es así que hasta lo que puede ser genuinamente emotivo se pierde por la vía del cliché (los planos en cámara lenta, la música épica, el pintorequismo visual), sin que la verdadera importancia de la tarea quede en claro. De hecho, una larga serie de textos al final del film dicen más que las pomposamente retratadas angustias del protagonista.
Más allá de alguna circunstancia especialmente dramática, da la impresión que Ehrlich intenta desde la forma construir algo que no está ahí, que no sucede, como si la película en sí insertara un drama donde no hay mucho más que un trabajo importante pero esencialmente práctico: el cuidado de un animal. Todos esos excesos de puesta en escena y de «drama humano» que Thomas y la propia película presuponen en el pangolín (a quien se le imponen conflictos psicológicos inexplicables) serían casi risibles de no ser por el peligro de extinción real que corre esa especie. Es ahí donde está la película que vale la pena ver y que aquí apenas se muestra: en el siniestro comercio internacional de estos animales y cómo eso afecta el ecosistema. El drama de Gareth es intrascendente en relación a ese horror.




«el pangolín no necesariamente conecta con los humanos sino que son ellos los que imponen en cierto modo sus deseos y necesidades en ellos. Y lo mismo hace la película, forzando conexiones emocionales, visuales y estéticas de un modo en exceso manipulador»
Exactamente lo mismo pasaba en Mi amigo el pulpo (aunque era una pulpa).