Series: crítica de «Morir de placer» («Dying for Sex»), de Kim Rosenstock y Elizabeth Meriwether (Disney+)

Series: crítica de «Morir de placer» («Dying for Sex»), de Kim Rosenstock y Elizabeth Meriwether (Disney+)

Cuando se entera que tiene un cáncer terminal una mujer se dedica a explorar su vida sexual en esta comedia dramática protagonizada por Michelle Williams, Jenny Slate y Sissy Spacek. La temporada completa está disponible en Disney+

Las historias sobre personas con cáncer –que pululan de a cientos en las plataformas de streaming– tienden a usar la enfermedad como metáfora de alguna otra cosa. O como excusa narrativa para hablar en realidad de otro tema. En MORIR DE PLACER, la serie protagonizada por Michelle Williams y Jenny Slate basada en un caso real que se hizo famoso a partir de un podcast, la enfermedad está utilizada más como lo segundo que como lo primero. Y dentro de esas excusas narrativas, la serie usa la que quizás sea la búsqueda más típica: usar el tiempo que a la protagonista le queda para cumplir con deudas pendientes.

Hay acá una diferencia importante con la mayoría de las otras historias: la deuda pendiente de Molly pasa por tener sexo, sentir placer, aventurarse a asuntos inexplorados en ese terreno y, sobre todo, tener un orgasmo con otra persona, algo que no ha podido lograr nunca, por motivos que se intentarán explicar luego. La búsqueda de Molly llevará, durante el grueso de los ocho episodios, a que DYING FOR SEX funcione como una comedia. Sí, la chica tiene un cáncer incurable y terminal, pero su misión es coger hasta que venga «la parca».

Molly (una excelente y arriesgada actuación de Williams) lleva muchos años en pareja con Steve (Jay Duplass), pero desde que ella tuvo un primer encuentro con el cáncer de mama han dejado de tener sexo. A él le impresiona, le cuesta excitarse porque piensa en la enfermedad y prefiere funcionar como protector: la cuida, la acompaña a los tratamientos, le organiza toda su vida. Pero Molly quiere sexo. Y no hay forma de que el tipo pueda. Cuando a la chica le anuncian que el cáncer regresó con todo –se expandió a los huesos– y que le quedan como mucho unos años de vida, tras el impacto de la noticia viene la decisión: deja a Steve, se va a vivir sola y se dedica a entrar en todas las aplicaciones posibles.

El grueso de la serie pasará por esa experimentación y tendrá un tono por momentos muy gracioso. Su amiga del alma Nikki (Slate) deja a su pareja para ocuparse por completo de Molly, aunque no sea la persona más indicada para hacerlo, ya que es una actriz que tiene la cabeza un poco en las nubes. Y con ella como incierto sostén, Nikki se lanza al ruedo de la exploración sexual: personas, objetos, dominación, fiestas kinky y varios etcéteras, con la chica de a poco soltándose hasta atreverse a cosas poco antes inimaginadas y que la serie muestra sin muchos tapujos.

De todas las experiencias la que más le impacta está ligada su vecino (Rob Delaney), un tipo en apariencia impresentable con el que termina interactuando sexualmente más de lo pensado. Pero el tema orgasmo le sigue costando y ahí sí entrará la metáfora, el trauma infantil y la historia familiar, una serie de cosas que MORIR DE PLACER podría haberse evitado si le interesaba seguir en plan desafiante. Pero algunos clichés son imposibles de evitar y la serie en cierto momento empezará a correr una carrera entre la muerte y el orgasmo que suena simpática pero resulta un tanto manipuladora.

DYING FOR SEX corre todo el tiempo ese riesgo. Uno sabe que la comedia de autodescubrimiento a través de la exploración sexual cederá paso al drama y al sufrimiento. Y si bien los creadores de la serie hacen lo posible por controlar el tono, en cierto momento será inevitable pasar al drama lacrimógeno, por más chistes subidos de tono que se metan en el medio para aplacarlo. En medio de esos giros, de todos modos, la serie funciona muy bien como la historia de una amistad profunda, íntima, devota: dos amigas que se adoran, se necesitan y están dispuestas a darlo todo por la otra. Llegado cierto punto, sin embargo, empieza a haber un regodeo en las metáforas que resulta un tanto excesivo. Es una serie que hará llorar mucho, más allá de que algunos de sus recursos sobre el final sean de dudosa factura.

Tanto Williams como Slate se destacan como este par de amigas de 40 que lidian como pueden con la cantidad de cosas que les están pasando –hay momentos de alto vuelo actoral de ambas que parecen pensados para premiaciones–, pero también hay espacio para el lucimiento de Sissy Spacek como la problemática madre de Nikki y del variopinto staff de la clínica a la que va, que parece ser la mejor y más comprensiva sobre la Tierra. Los médicos no deben estar acostumbrados a que una chica al borde de la muerte esté con media docena de consoladores y un tipo desnudo en el cuarto, pero la dejan hacer con cariño y empatía.

Lo mejor de la serie pasa por su lado humorístico, la manera en la que la confundida e inexperta Nikki empieza a meterse en mundos y territorios que desconoce, empezando con miedo y pronto convirtiéndose en una experta en lo suyo, algo así como encontrándose a sí misma a través del sexo. Esa manera de tratar la enfermedad resulta hasta cierto punto original, pero MORIR DE PLACER no se da por satisfecha por esa opción narrativa y, tarde o temprano, recae en clichés poéticos más convencionales y/o trillados. Más allá de esos problemas, se trata de una muy buena serie que consigue darle una vuelta de tuerca a este curiosamente popular subgénero de las historias sobre el cáncer.