Cannes 2025: crítica de «Alpha», de Julia Ducournau (Competición)

Cannes 2025: crítica de «Alpha», de Julia Ducournau (Competición)

por - cine, Críticas, Festivales
19 May, 2025 08:45 | Sin comentarios

Una enfermedad extraña que convierte a las personas en piedras ronda a una madre, su hermano y una adolescente en este drama con elementos de cine de terror de la directora de «Titane».

El cine de Julia Ducournau es cine con mayúsculas. Pero no necesariamente en el sentido de «gran cine», sino en la manera en la que tiene de sobrecargar casi todo lo que hace con más elementos e intensidad que lo necesario. Como también sucedió con DIE, MY LOVE –vista unos días atrás en Cannes–, son películas que arrancan tan arriba que ya no tienen hacia dónde subir y tocan una similar nota a máximo volumen durante dos horas. Esas son las mayúsculas de la directora de TITANE, una cineasta con un montón de ideas e imágenes en la cabeza pero que raramente logra bajar un cambio y explorarlas de una manera más sensible que agresiva. De hecho, cuando lo hace, sus películas ganan y mucho.

Dicho rápidamente, ALPHA es una elaborada alegoría sobre el sida, un film de terror corporal que juega con la potencial destrucción del cuerpo humano a través de un virus que se transmite sexualmente o mediante agujas por lo que las más habituales víctimas se enferman mediante el sexo, las drogas o, como quizás le suceda a la adolescente protagonista, por culpa de un tatuaje mal hecho. Esto transcurre en una realidad paralela que se presenta como 1990 pero funciona como un Lado B de la Tierra, con exteriores repletos de polvo y viento, como si el calentamiento global hubiera hecho colapsar el planeta hace más de treinta años.

Lo que les pasa a los que se enferman es, en sí mismo, muy peculiar y propio de una película de zombies o de superhéroes. Al infectarse, gradualmente su cuerpo se va endureciendo y se convierten en algo que parece mármol o esos empedrados portugueses que decoran tantas calles de ese país o sus colonias. La gente respira polvo y se vuelve en parte piedra como si se convirtieran en una versión comatosa de La Masa de Los 4 Fantásticos. La protagonista, llamada Alpha (Mélissa Boros), tiene 13 años y un día no tuvo mejor idea que ponerse un tatuaje «a lo macho», sin cuidado alguno. Y su madre, enfermera (Golshifteh Farahani), teme que se haya infectado y la manda a hacer estudios que demoran un tiempo en tener resultados.

En el interín, la intensa Alpha va al colegio y todos sus compañeros evitan acercarse a ella por temor al contagio y, cuando pueden, la marginan o lastiman. Pero el otro gran conflicto en la casa es la reaparición de Amin (un raquítico Tahar Rahim), tío de la niña y un adicto grave al que su hermana cuida y protege. No queda claro si está o no infectado, pero lo cierto es que está atravesando un complicado proceso de limpieza de drogas que lo deja peor que si fuera, como los otros, un pedazo enorme de brillosa piedra pómez.

A lo largo de dos horas la directora de TITANE irá mostrando las vidas de estas tres personas en el marco de un mundo en caos al que, además de las enfermedades, nada parece funcionar del todo bien. Las calles están desiertas, los médicos no aparecen por el hospital y todo tiene un aire a fin del mundo. Alpha –una chica de 13 caprichosa como pocas– tiene que lidiar con su propio miedo de estar contagiada, con lo que le pasa en el colegio y con ese peculiar y casi deshauciado tío que se vino a vivir con ellas. Y la enfermera (a la que nunca se le conoce el nombre) no se hace cargo de un solo problema sino de dos, además de todos los internados que atiende.

Ducournau no presenta un film médico ni convierte a su película en un drama sobre adicciones (si bien en parte lo incorpora como eje temático), sino que ofrece cinematográficamente un mundo fantástico, entre realidad paralela y ciencia ficción retrospectiva, en el que lo que más impacta son los golpes, la sangre, los cuerpos que literalmente se desarman y desintegran y la sensación de que nadie saldrá vivo de allí de ninguna manera. Por momentos es demasiada información y a un volumen, en todo sentido, excesivo. Pero, por suerte, cuando hay que bajar un cambio, la realizadora termina haciéndolo y de un modo bastante emotivo.

La salvan de caer en la brutal y permanente negrura el afecto, el cariño y la preocupación que ese pequeño núcleo familiar (hay tías y abuelas, pero ellas aportan más cacofonía que otra cosa) se tiene entre sí: entre madre e hija, entre los dos hermanos y aún entre la niña y su desahuciado tío existe una complicada, combativa pero finalmente amorosa conexión mediante la cual intentan sobrevivir a un mundo que parece desintegrarse frente a sus ojos. Aquello de que «del polvo venimos y al polvo volveremos», nunca fue más literal que aquí.