
Cannes 2025: crítica de «Eddington», de Ari Aster (Competición)
En plena pandemia, el sheriff y el alcalde de un pueblito de Nuevo México compiten en términos personales y políticos en esta violenta sátira del director de «Midsommar».
Los Estados Unidos –y quizás el mundo– pueden estar necesitando una película que hable de la actualidad y de cómo la pandemia hizo crecer a los extremos políticos, en especial los ligados a la conspiranoia, a la dependencia de improbables «investigaciones» online y a la violencia social. El ejemplo más evidente es la explosión de la «cultura MAGA», de Donald Trump y los suyos, y cómo eso repercutió en el mundo entero con diversos y en varios casos delirantes grupos de extrema derecha. Lamentablemente, esa película no es EDDINGTON ni Ari Aster es la persona adecuada para hacerse cargo de la tarea.
Un muy buen director de películas de horror súbitamente encumbrado a la categoría de autor, Aster ya ha demostrado que la chapa le queda enorme. Si bien no es tan incomprensible ni bizarra como su anterior BEAU IS AFRAID, esta EDDINGTON tiene similares problemas: un tono estentóreo, subrayado, grandilocuente, de alguien que cree estar diciendo grandes verdades sobre el mundo y la vida cuando no hace más que regurgitar ideas conocidas. Aster es lanzado, eso es cierto, y su descontrol se agradece en una industria dedicada al cálculo. Pero mi impresión es que su talento raramente está a la altura de sus ambiciones.
EDDINGTON es un pueblo ficcional de Nuevo México que, cuando empieza la película, está en plena pandemia, con sus consecuentes medidas de cuidado y distancia social. Pero el sheriff del lugar, Joe Cross (Joaquin Phoenix), no cree en nada de eso: anda sin tapabocas, no se cuida y trata de arreglar todo sin meterse en líos. Pero en su casa están bastante más pirados: su suegra (Deirdre O’Connell) compra cada teoría conspirativa que ve en internet y la difunde, mientras que su esposa, Louise (Emma Stone), sufre de depresión y es también de seguir esos gurúes que pululaban vía redes durante la pandemia y lo siguen haciendo hoy.

Cross tiene un rival: el Alcalde Ted García (Pedro Pascal), que sí cumple las reglas a rajatabla y se presenta como el candidato progresista para una nueva elección local. Por motivos no necesariamente políticos sino ligados a temas del pasado entre García y su mujer, Cross decide competir con el alcalde en ese terreno y ser algo así como el candidato de los «enojados», radicalizándose él y atrayendo a todos los chiflados y terraplanistas que pululan por ahí. No es que los seguidores de García sean todos racionales y moderados: pueden ser excesivamente woke y, cuando aparece el tema Black Lives Matter, se pasan también de rosca con eso, intensificando el conflicto entre todos.
Entre TikToks, zooms, vivos de Instagram y noticias cada vez más bizarras, EDDINGTON se irá volviendo un western urbano, una batalla campal en medio de la grieta que nos rodea. La película va por el lado de la sátira y el absurdo aunque, hay que admitir, muchas de las cosas que se muestran son más realistas que lo que parecen. Jugando en ese límite y llevando todo a extremos inusitados de violencia, el film de Aster intenta reflexionar con humor y amargura sobre algo así como «el estado del mundo», un «¿qué nos pasa?» que apela por lo general a ideas simplistas y a equiparar supuestos extremos políticos como si fueran la misma cosa.
La película habla, en medio de todo esto, de los pueblos originarios, de los negocios de los depósitos de información online (o «granjas de servidores«), de las vacunas, de los algoritmos, de las redes sociales, del control del uso de armas, de los cultos pseudoreligiosos (ahí aparece Austin Butler, en un rol secundario pero importante en la trama) y de todos aquellos asuntos que explotaron durante la pandemia y que hoy son moneda corriente en el mundo. Y los conflictos que enfrentan a los protagonistas se ven reflejados también en sus hijos.
Promediando la película, de dos horas y media, el humor va quedando un poco de costado y Aster se dedica a incrementar la tensión y la violencia como si esa sátira que parecía inspirada en el cine de Robert Altman de los ’70 diera paso a un negrísimo thriller de pueblo chico. Y si bien ahí saca sus mejores armas como cineasta –hay menos temas tirados a la mesa y más acción y suspenso puro y duro–, ya es un poco tarde para salvar este fallido ejercicio de análisis y reflexión del pasado reciente. Quizás la película merecía ser macerada más tiempo. O probablemente a algún otro cineasta con ideas más relevantes y originales para poner sobre la mesa.