
Cannes 2025: crítica de «Enzo», de Laurent Cantet y Robin Campillo (Quincena de Cineastas)
Un adolescente, hijo de una pareja acomodada, trabaja como aprendiz de albañil en una construcción, pero su nueva labor hace entrar a él y a su familia en crisis.
Esta colaboración entre Laurent Cantet y Robin Campillo es bastante particular. Ambos escribieron el guión de la película –ya lo habían hecho juntos varias veces, incluyendo EL EMPLEO DEL TIEMPO y ENTRE LOS MUROS–, pero Cantet falleció unos meses antes del rodaje del film por lo que Campillo, que tenía planeado ser su asistente debido a la delicada salud de su colega, terminó haciéndose cargo de llevar el proyecto a buen puerto. En los créditos de ENZO dice algo así como «una película de Laurent Cantet realizada por Robin Campillo». Y, en función de lo que aparece en pantalla, uno puede considerar que esa definición es bastante atinada.
Cuando uno se topa con Enzo (Eloy Pohu), un chico de 16 años que trabaja como aprendiz de albañil en una obra en construcción en La Ciotat –una localidad turística en la Costa Mediterránea, no muy lejos de Cannes–, ve cómo es maltratado por sus jefes y colegas por su poca predisposición al esfuerzo. A tal punto es así que su patrón, un tal Corelli, lo sube a su auto y lo lleva a hablar con sus padres. A los espectadores seguramente les llamará la atención ver que el tal Enzo vive en una casa lujosa y que sus dos padres están en la piscina tomando un cóctel. A tal punto es fuerte el choque de clases –especialidad del realizador de RECURSOS HUMANOS— que uno observa casi risueño cómo Corelli pasa de «mandonear» al pequeño a tratarlo cálidamente frente a sus padres.
El problema con Enzo es complejo. Su madre, Marion (Élodie Bouchez) y su padre, Paolo (Pierfrancesco Favino), parecen no saber bien qué hacer con él, pero tampoco quieren presionarlo. Un chico algo apático, tímido, reconcentrado o simplemente abúlico, Enzo es un misterio aún para ellos. Nada de lo que le proponen como plan –de vida, de estudios, de viajes, de vacaciones– le interesa y dice solo querer trabajar levantando paredes, que es eso lo único que lo motiva. Pero lo cierto es que tampoco parece dado a sacrificios al respecto y, cuando puede, deja todo para nadar en la bella piscina del jardín.

De regreso al trabajo, Enzo se relaciona con Vlad (Maksym Slivinskyi) y Miroslav (Vladyslav Holyk), dos ucranianos que trabajan en la obra, dos tipos más grandes que él que no saben si quedarse o volver a su país a pelear en la guerra. Y así, Enzo pasea entre dos mundos muy distintos, mundos en los que no termina de sentirse del todo cómodo. Mientras los trabajadores cumplen con su jornada y se divierten luego en boliches (él es muy joven para entrar y tampoco parece molestarle quedarse afuera), sus padres y su hermano mayor tienen una vida más típica de gente de buena posición, vacaciones en Italia, trabajos empresariales y estudios universitarios. Enzo no está ni acá ni allá. Y lo único que más o menos parece tener claro es que le gusta Vlad.
ENZO es un retrato en forma de investigación entre psicológica, social y cinematográfica acerca de este adolescente que, más allá de su especificidad, representa a muchos de su edad. Es que más allá de su deseo un tanto secreto por Vlad, el chico no parece demostrar interés por casi nada, contesta con monosílabos, le da casi todo lo mismo y aún las cosas que hace bien (como pintar) no lo motivan tampoco. Sus padres parecen amables y comprensivos con él –hasta cierto punto– pero da la impresión que Enzo secretamente los desprecia y no quiere una vida como la de ellos. El que no entiende su lógica es Vlad: «Si yo tuviera el dinero que tiene tu familia no estaría trabajando acá ni loco», le dice, palabras más, palabras menos. Enzo no sabe ni contesta.
La exploración es fascinante y frustrante en partes iguales. Hay algo enigmático en Enzo que genera intriga, una suerte de ennui de niño rico con tristeza que bordea la depresión o la angustia existencial. Pero a la vez esa falta de reacción a casi todo produce un efecto distanciador. ¿Qué nivel de empatía se supone que un espectador puede tener con un personaje al que, al menos durante gran parte de la película, todo parece darle exactamente lo mismo? Ese es el enredo existencial, propio de un film de Antonioni, que presenta ENZO: ¿se puede conocer a fondo a una persona? ¿Hay algún misterio que Enzo no nos cuenta o su deseo no correspondido explica todo lo que le sucede?
En algún sentido uno podría pensar alguna comparación entre esta película y la serie ADOLESCENCIA. No porque Enzo sea un potencial asesino, pero es tan inexpugnable y en apariencia vacío que bien podría serlo. Resolviendo todo de un modo cinematográfico seco, riguroso, sin música y con planos relativamente contemplativos –el guión parece acercarse todo el tiempo a alguna situación densa, pero en general no lo hace, creando un tono ex profeso monocorde–, Campillo y Cantet crean otra enigmática saga ligada a las formas sinuosas que toman las relaciones entre las clases sociales, una que tiene más de un punto en común con EL EMPLEO DEL TIEMPO. De hecho, aquel famoso título bien podría ser el de esta inquietante película acerca de un adolescente que, de a poco, comienza a entender algo acerca del mundo que lo rodea.