
Cannes 2025: crítica de «Kika», de Alexe Poukine (Semana de la Crítica)
En esta comedia dramática francesa, una mujer queda viuda, con una hija y embarazada y debe meterse en el mundo del sadomasoquismo para sobrevivir y poder pagar sus gastos.
Dos fuertes cambios impactan la vida de Kika apenas empieza la película. En pareja con un mismo hombre por casi 20 años, con el que tiene una hija, Kika conoce por casualidad –cuando ambos se quedan encerrados en una bicicletería sin poder salir durante horas– a David, un amable joven que trabaja ahí. Kika vuelve a su hogar y a su trabajo –es una asistente social– ya confundida. Le gusta David pero no sabe si dejar a su marido. Tiene relaciones con él, su historia avanza y, tras una brusca elipsis que permite inferir que ha pasado un buen tiempo, Kika y David ya son pareja, llevan juntos a la niña de ella a la escuela y la mujer ha empezado una nueva vida.
Pero, como dije, los cambios son dos: cuando todo parecía avanzar de la mejor manera posible considerando las circunstancias, David tiene un infarto y súbitamente se muere. Además del impacto emocional, Kika se queda con muy pocos recursos, con una hija bastante tiempo a su cargo y sin poder pagar un piso al que mudarse, por lo que termina yéndose a vivir con la niña a lo de sus padres. Pero la experiencia está lejos de ser positiva: sus padres no son malas personas, pero son un tanto densos, metidos, las incomodan. Y Kika se desespera por hacer el suficiente dinero que les permita mudarse solas. Ah, y además está embarazada.

No es fácil, claro, pero recordando algo que le había contado una mujer en su trabajo, descubre que hay un mercado en el BDSM (sadismo, masoquismo y otras yerbas), con gente que paga mucho dinero por ropa interior usada, agresiones verbales, golpes y otras cosas un tanto más complicadas. La llegada de Kika a ese mundo es bastante cómica: es una mujer tímida, discreta, bastante modesta que no se siente nada cómoda haciendo un rol que muchas veces la lleva a tener posiciones agresivas y dominantes. Pero hay que sobrevivir y, a falta de mejores opciones, el «cuentapropismo» sexual parece ser una buena salida.
Sólida película francesa que se maneja en esa zona naturalista que puede incluir situaciones dramáticas y cómicas sin demasiado subrayado pero con mucha intensidad y compromiso emocional, KIKA es un retrato de una mujer ante un desafío que acosa a varias (y varios también) en la actualidad: el tener que ganarse la vida con trabajos autónomos de ese tipo, entrando en específicos universos y tribus que pueden llegar a pagar mucho dinero por llevarse tu ropa interior manchada o cosas aún más gruesas.
La comedia pasa por la inicial incredulidad de Kika ante lo que experimenta. Necesita ayuda, guías y se encuentra con una red solidaria femenina fantástica que le explica cómo navegar ese mundo de hombres extravagantes, que pueden ser amables y sumisos (muchos buscan eso), pero también crueles y agresivos. Pero la película no pone el morbo ahí sino en cómo la mujer transforma una crisis en una oportunidad y cómo esa apertura tiene un doble filo: complejo y raro por un lado, pero liberador en el otro. Para Kika el cambio pasa por los dos lados: le da más dinero, es cierto, pero sobre todo la posibilidad de decidir qué hacer con su vida y con su cuerpo.