Cannes 2025: crítica de «Matate, amor» («Die, My Love»), de Lynne Ramsay (Competición)

Cannes 2025: crítica de «Matate, amor» («Die, My Love»), de Lynne Ramsay (Competición)

por - cine, Críticas, Festivales
17 May, 2025 09:28 | Sin comentarios

Jennifer Lawrence y Robert Pattinson protagonizan esta adaptación de la novela de la escritora argentina Ariana Harwicz acerca de una mujer que atraviesa un posible caso de depresión posparto.

Los expertos van a tener trabajo conmigo. Soy fruto de una familia normal. Demasiado normal”, escribe Ariana Harwicz en MATATE, AMOR, la novela que inspiró la película homónima –difusamente traducida al inglés como DIE, MY LOVE— que dirigió Lynne Ramsay y protagonizan Jennifer Lawrence y Robert Pattinson. En la novela, la protagonista –una extranjera sin familia que vive en Francia– sufre demasiado la maternidad. El suyo se presenta como una legible depresión posparto, mezclado con otros elementos que se irán presentando. El film de la directora de RATCACHER transforma a la pareja protagónica en una dupla que parece salida de esas amargas y violentas baladas oscuras de música country cantadas por Nick Cave. Hay un bebé, sí, pero en la superficie –la película es todo superficie– el problema es otro. Inmanejable y acaso innombrable.

En manos de una cineasta que fue perdiendo con el paso de los años su talento para la sutileza para dar rienda suelta a su costado más intenso, violento y cruel, la historia escrita por Harwicz es casi su excusa para soltar a un nuevo monstruo. Sin la complejidad del personaje creado en las páginas, la aquí llamada Grace (ironía, episodio 1) es una creación manipulada por la realizadora y expresada físicamente por Jennifer Lawrence en plan mujer feral, que solo quiere coger, que su niño duerma, que el perro deje de ladrar y que el mundo, mágicamente, se ordene un poco. Es imposible, parece, porque en ese supuesto paraíso que se parece mucho al infierno que es la casona campestre en la que viven (hay ratas en el subsuelo, se nos aclara metafóricamente de entrada), las cosas arrancan desordenadas y no hacen otra cosa que romperse cada vez más.

En su versión cinematográfica, MATATE, AMOR es el retrato de una disolución psicológica, la de una mujer que no puede con la vida y que, cuidadosa pese a todo de su pequeño niño, se las toma con su marido, con ella misma, con el perro ese que ladra y con lo que se le cruce por adelante. Jackson (Pattinson, tan desdibujado como el marido de la novela) es aquí un mama’s boy que parece gestionar su existencia en un kit de cinco productos y conceptos básicos: cerveza, camioneta, hamburguesa, trabajo y casa. No hay mucho más que eso. Grace, que vive en estado de celo casi constante, quiere sexo todo el tiempo (¡es Pattinson después de todo!), pero el tipo no sabe/no contesta y la chica sospecha y se enoja aún más.

DIE, MY LOVE va levantando la apuesta pero anestesiando los conceptos que la contienen. En un punto, se vuelve reiterativa, programática, uno ya adivina que el próximo arranque/ataque de furia de Grace (contra ella misma, la mayor parte de las veces) será peor que el anterior y que no hay consejo, terapia o mano amiga que la pueda ayudar. Jackson es limitado y en general la caga, como cuando trae al perro más molesto en el planeta para que se sientan más acompañados (ella quería un gato). Y la que tiene un poco más de conexión con lo que le pasa a la chica es su suegra, interpretada por la gran Sissy Spacek, quien acá cede el talento para prenderle fuego a todo a la nueva generación. Está también Nick Nolte, pero su paso por el film es mínimo y bordea lo humillante.

Agobiante de entrada nomás (todo los buenos momentos de la dupla se resumen en los primeros cinco minutos), MATATE, AMOR no tiene mucho lugar para donde crecer si no es darse cabezazos contra el techo, romperse los dedos contra una pared o atravesar vidrios con el cuerpo entero. Lawrence captura la intensidad y el estado borderline de su personaje y quizás lo mejor que tiene la película –además de una muy buena selección musical que pone en evidencia el idioma común que hay entre el country y el punk rock– es que no hay explicaciones fáciles a lo que le pasa a la protagonista. «No me violó mi abuelo ni mi tío, yo infancia tuve, pero la olvidé«, escribe Harwicz y con eso borra de un plumazo la narrativa del trauma. Habrá que buscar por otro lado. O por ninguno. No siempre la violencia, la locura, la depresión o lo que sea que le está sucediendo a la protagonista pasa por ahí. A veces pasa porque, como decía otro poeta de la línea dura, «el mundo me hizo así/no puedo cambiar«.

Es una lástima que Ramsay no tenga mejores argumentos audiovisuales que el permanente electroshock subjetivo en plan combustión audiovisual que ofrece su película ya desde los créditos, porque hay algo políticamente incorrecto, hasta incómodo, en la violencia que produce Grace y la que genera en los demás, un tipo de emoción no apta para las narrativas al uso actual. Harwicz, se sabe, desafía con virulencia esas coordenadas, pero Ramsay las simplifica, las convierte en el equivalente cinematográfico de un posteo en redes sociales en letras mayúsculas, preferentemente acompañado de J.Law en bolas, el argumento «valiente» con el que se venderá de acá en adelante esta contradictoria y problemática película que termina banalizando un asunto complicado.