
Cannes 2025: crítica de «Nouvelle Vague», de Richard Linklater (Competición)
Este film del realizador norteamericano cuenta el detrás de escena de los preparativos y del rodaje de «Sin aliento», la entonces revolucionaria y hoy clásica película de Jean-Luc Godard.
Un homenaje a una película, a un director, a un estilo, a una época, a una «ola», NOUVELLE VAGUE es una carta de amor, si se quiere, de parte de un hijo distante de esa generación –nacido en Texas, en el mismo 1960 en el que se filmó la película de Jean-Luc Godard– a todo ese cine que lo marcó de por vida. Más modesto y amable que grandilocuente o filosófico, lo que el realizador de BOYHOOD hace acá es recrear, como el más elaborado y profesional cosplay, el detrás de escena del rodaje de A BOUT DE SOUFFLE (que en América Latina conocimos como SIN ALIENTO y en España como AL FINAL DE LA ESCAPADA) en una Paris que vibraba culturalmente en cada esquina.
El film de Linklater es un Lado B del rodaje, con las cámaras puestas al revés, detallando las excentricidades, locura y extrañeza que provocaba la manera por entonces revolucionaria de filmar del principiante Godard. Pero todo empieza un poco antes, enmarcando al cineasta suizo en lo que fue el caldo de cultivo de su generación: la revista Cahiers du Cinéma. De entrada la recreación es tan perfecta que uno duda si los actores no están insertados en material restaurado de la época o en algún tipo de milagrosamente certera Inteligencia Artificial. Pero no. Se han cuidado tanto los detalles que, salvo por las lógicas diferencias entre los rostros de los actores y las verdaderas personas que interpretan, parece mágico. De hecho, para mantener esa ilusión y a la vez definir quién es quién entre las decenas de protagonistas, la película los presenta con el nombre de los personajes y no de los actores.

El comienzo podría ser el inicio de una broma cinéfila: Godard, Truffaut y Chabrol van al cine a ver una película mala francesa, de esas que su generación odiaba y terminó destituyendo. A partir de sus charlas, sus coqueteos con chicas y su competencia deportiva de ingenio, nos vamos poniendo en tema. Chabrol ya filmó dos películas, Truffaut está a punto de presentar en Cannes su LOS 400 GOLPES –otro gran momento de ea generación, recreado también acá–, Rohmer y Rivette ya hicieron lo suyo, pero el enfant terrible Godard sigue sin filmar un largo. Hizo cortos pero, él mismo dice, eso no es cine sino anti-cine. Por su propia personalidad un tanto excéntrica y creída, será el que más problemas tendrá para convencer a productores que pongan dinero en un film suyo. Comprometiéndose a usar un guión coescrito con Truffaut que piensa tirar igualmente a la basura apenas empiece a rodar, Godard consigue finalmente dinero del productor Georges de Beauregard (Bruno Dreyfürst).
La película de Linlklater se ocupará de todos los procesos previos al rodaje, en el que aparecen un «grandes estrellas» de la época que sacarán risas a los conocedores. Godard (un extraordinario e idéntico Guillaume Marbeck) sumará a su ya conocido Jean-Paul Belmondo (Aubry Dullin), al fotógrafo Raoul Coutard, rechazará tener maquilladora y tendrá más inconvenientes para convencer a l estadounidense Jean Seberg (Zoey Deutch), poco acostumbrada a este tipo de rodajes tan «libres». Pero lo fundamental de la historia –lo que se irá marcando en el día a día, de la pre a la posproducción– pasa por dejar en claro que Godard no pensaba seguir ninguna regla de cómo se filmaba una película en ese entonces, que estaba filosóficamente convencido que había maneras de obtener verdades cinematográficas por otras vías: sin luces, con cámara en mano o escondidas en lugares extraños, saltando ejes, casi sin repetir tomas y dejando que la inspiración momentánea sea la que organice la acción.

Así, la película mostrará al tipo terminando una jornada de rodaje a las dos horas porque no se le cruza una idea o cancelando un día completo con excusas similares, inventando cosas sobre la marcha y cambiando los planes de todos (Seberg llega muchos días a rodar y tiene que volverse a su casa porque no tiene nada para hacer), hábitos que algunos colaboradores toman con humor, otros con fastidio pero que al productor enloquece hasta llegar a los golpes. Pero así de caprichoso como carismático, Godard lograba salirse con la suya. Nadie sabía si había realmente una película en esos juegos creativos, esos experimentos con la cámara y escenas que muchas veces no tenían los diálogos escritos, por lo que tenían que confiar en su visión.
Linklater deja fluir al Godard sofista y rizomático, el de las frases retorcidas e ingeniosas, el que escribe sobre cine mientras lo piensa y lo hace (o viceversa), y también deja que los demás se burlen de él y de sus pretensiones. El film es siempre ligero, fugaz y juguetón y no se toma en serio a sí mismo casi nunca. No intenta ir más lejos –no podría tampoco– de todo lo que se ha escrito sobre esa película y ese movimiento sino que intenta revivirlo, meter al espectador en el lugar y el momento en el que se filmó, en esa París en la que uno podía cruzarse con Bresson, Rossellini o Melville a la vuelta de la esquina, casi todos ellos filmando, o siendo homenajeados por Godard y amigos.
En cuanto a la verdadera historia del rodaje, Linklater parece aplicar el método fordiano de «filmar la leyenda». Seguramente habrán pasado cosas más complicadas y uno sabe que la historia de ese grupo de amigos terminó volviéndose más enredada y oscura que lo que se muestra acá, pero NOUVELLE VAGUE los agarra en la época de su propia Beatlemanía, donde parecía que podían llevarse el mundo por delante tirando todos para el mismo lado. Y ese espíritu fresco, juvenil, pretencioso y ligeramente inconsciente es el que celebra esta película de un cineasta con nobleza de espíritu y generosidad como para poner su propio cine al servicio del de sus colegas y maestros.