
Cannes 2025: crítica de «Resurrection» («狂野时代»), de Bi Gan (Competición)
Este film del realizador chino se divide en varios segmentos que homenajean a distintos estilos de la historia del cine a lo largo del siglo XX.
Es un tanto injusto y probablemente vaya en detrimento de los años y años de trabajo de Bi Gan y su equipo para crear los distintos mundos y estilos en los que abreva RESURRECTION, que la premiere de su película sea recién el décimo día del festival de Cannes y dé comienzo más allá de las 22 para terminar a la 1am. Un puede entender cuestiones de lógica festivalera respecto a cuando se programan las películas, pero la demanda de concentración que exige el nuevo film del realizador chino amerita un horario más amable y una prensa menos destrozada. De todos modos –y este es el milagro que prueba aquello de que toda regla tiene excepciones–, la lenta, sutil y enigmática película del realizador de LONG DAY’S JOURNEY INTO NIGHT y KAILI BLUES logra llamar la atención, seducir y hasta sorprender aún en estas complicadas circunstancias.
El film funciona como un homenaje a la historia del cine dividido en seis episodios estilística y cronológicamente diferenciados, pero también uno puede pensar que Bi Gan craneó el concepto que los incluye a todos a posteriori, para poder «justificar» varias ideas que tenía para películas relativamente breves. Sea cual fuere el origen de la idea, RESURRECTION ocupará más o menos entre 20 y 40 por episodio (algunos son más cortos y otros más largos) en ir hilando un tanto caprichosamente una historia que impacta más desde lo sensorial que desde lo estrictamente narrativo.
El no demasiado claro cartel explicativo que abre el primer episodio –filmado al estilo del cine mudo–, nos dice que en el futuro la humanidad se dividirá en dos grandes grupos: los que viven eternamente y no sueñan, y los que sueñan pero mueren. Y la que cuenta la historia se adjudica la tarea de resucitar a esos que mueren para hacerlos renacer con otro cuerpo, otra vida y sin memoria de lo que sucedió antes. O algo así. Todo eso se conecta, metafóricamente hablando, con el cine, la principal maquinaria de generar sueños de un siglo XX que la película recorre por segmentos.

En el primero conocemos al «Fantasmer» –como se llaman estos que prefieren morir antes de dejar de soñar–, una criatura prototípica de los cuentos temibles del cine mudo, entre Frankenstein y Nosferatu, en un escenario construido con todos los recursos del cine silente más elaborado del expresionismo alemán. Interpretado en todos los episodios por un irreconocible Jackson Yee, la criatura es perseguida por una de estas «resucitadoras» (Shu Qi maneja la voz en off pero no son suyos la mayoría de los roles femeninos centrales) que saben que, al hacerlo, pueden garantizar que la cronología del mundo no se rompa. O algo así.
El segundo episodio recupera la estética de las películas de espionaje y del cine negro de los años ’30 y ’40 y ahí el renacido Fantasmer –que desconoce su pasado por completo– es acusado de asesinar a un hombre poderoso del lugar. Como casi todos los demás, el desarrollo narrativo de cada segmento es confuso y por momentos hasta difícil de seguir, pero Bi Gan se asegura que el interés corra en paralelo contemplando los detalles estilísticos y los claros homenajes que va incluyendo, como uno que cita de forma muy evidente LA DAMA DE SHANGHAI, de Orson Welles.
Ya para algo que evoca los años ’50 o ’60, nos encontramos en el terreno más clásico del drama chino de provincias, entre el relato gangsteril y el retrato campesino/folclórico. Para algo que parecen ser los ’80 la estética se acomoda a la época y el protagonista es el padre de una pequeña niña que hace trucos de magia y se queda con dinero de gente importante y peligrosa. El quinto y más largo consiste en un solo plano secuencia –especialidad de la casa– que transcurre en 1999 y que va mostrando al protagonista, un chico rebelde de la época, escaparse con una joven (Li Gengxi) de la que está enamorado en una estética que tiene bastante de Wong Kar-wai y algo del THREE TIMES, de Hou Hsiao-hsien, también protagonizado por Shu Qi. Son 40 o más minutos fascinantes de ver, en una recorrida que incluye fiestas, peleas, karaokes y la sensación de permanente peligro. Una coda más breve devuelve al film al territorio inicial, de homenaje al cine como creador de sueños y contador de historias.
En más de un momento la película puede ser narrativamente ardua de seguir o hasta incomprensible, pero lo fundamental aquí no pasa por hilar cada historia en detalle sino usarlas como conductoras de un viaje estilístico por distintos tipos de cine y de formas de narrar. Bi Gan deja en claro que puede manejar todos los registros que prueba y, a la vez, siendo consciente de que el tipo de cine que hace está en las antípodas de la estética de las plataformas. Su película insiste en homenajear al cine en el cine, aún cuando la última pantalla se vaya destruyendo y los espectadores, uno a uno, desapareciendo. En un contundente plano final, Bi Gan resume su masterclass sobre el cine, los sueños y los fantasmas de la manera más angustiante posible. Mostrando cómo el paso del tiempo lo destruye todo y solo queda esperar que eso de la resurrección sea cierto.