
Cannes 2025: crítica de «Sound of Falling» («In die Sonne schauen»), de Mascha Schilinski (Competición)
Este inquietante y poético film cuenta la historia de cuatro generaciones de mujeres a lo largo de un siglo en una pequeña aldea alemana. En Competición.
Misteriosa, inasible, pesadillesca, SOUND OF FALLING es una suerte de poema elegíaco, de canción de los difuntos, un recorrido a través de un siglo en la vida de una familia alemana plagada de historias oscuras, inquietantes y extrañas protagonizadas por mujeres. Es un mundo lo que crea Mascha Schilinski desde el primer fotograma, con una cámara móvil que sobrevuela la aldea en la que todos viven y, especialmente, mueren. Yendo y viniendo en el tiempo entre los que parecen ser cuatro momentos distintos –de principios del siglo XX al presente– en una misma casa y aldea de lo que en algún momento fue Alemania del Este, lo que la realizadora construye es una bello y oscuro poema visual, bastante creepy, que funciona como una serie de viñetas y/o anécdotas de reminiscencias brutales.
Con pocos diálogos y muchas voces en off de distintos personajes a lo largo de sus 150 minutos, SOUND OF FALLING va pasando de un momento al otro constantemente, generando confusiones cronológicas para favorecer un clima de calamidades varias. A un joven le cortan una pierna. Una niña se ahoga. Otra se tira de lo alto de un pajonal. Está la que se queda arriba de un árbol y no puede bajar. Hay un muerto que se llena de moscas, está la que le cosen los ojos para disimular y la que parece un fantasma. Muertos que vienen y que van. Las guerras que pasan. Los romances, los deseos sexuales sugeridos y prohibidos. El paso del tiempo y sus consecuencias.

En su segundo largometraje, Schilinski no deja de mover su cámara, todo el tiempo, como el más tenebroso Terrence Malick posible. Cambiando formatos fílmicos según la época y el punto de vista, con una acrobacia de movimientos que por momentos se torna agotadora, la realizadora crea más un mood, un clima, que una película más o menos comprensible en términos dramáticos. Una niña llamada Alma, rubia y de ojos grandes, parece contar la más antigua de las etapas. Erika, en los años ’40, es la que nos introduce a lo que sucede en ese momento complicadísimo de la historia de ese país. Ya en los años ’70/’80, en lo que ya se llama Alemania Oriental, Angelika vive tensas situaciones sexuales con un primo y un tío. Y, en el presente, Lenka conoce a una chica de la que parece enamorarse pero que tiene la costumbre de desaparecer.
Todo avanza de un modo que combina lo literario con lo cinematográfico. Uno puede imaginar a la directora leyendo algún libro de memorias de una familia alemana (o varios cuentos de Mariana Enríquez) e imaginando escenas para acompañar las sensaciones que esas historias le transmiten. Poco interesada en la lógica causa/consecuencia (por momentos hay hilos narrativos que se sostienen, pero pronto dan paso a otros muy distintos y en otras épocas), la película corre el riesgo de volverse un largo y pesadillesco videoclip de algún artista tipo Nick Cave, con momentos lyncheanos (incluyendo el leit-motiv musical), otros que hacen recordar al Michael Haneke de LA CINTA BLANCA y un aura de grandes éxitos de una filmación que, al mejor estilo Malick, se deconstruye y reconstruye todo el tiempo.
Una película visualmente bella y dramáticamente perversa, que parece narrada por fantasmas que sobrevuelan el lugar y lo espían a través de las cerraduras, SOUND OF FALLING tiene ciertos momentos de candidez y ternura, pero la subsume un clima funéreo, angustiante, terminal. Sus protagonistas –niñas, adolescentes, mujeres; los hombres tienen aquí un lugar ínfimo en el relato– tienen momentos de placer, de diversión y de ensueño, pero parecen estar condenadas a las más extrañas de las muertes, a perderse misteriosamente, a levar por los aires y a conectarse entre ellas en algún lugar que está por fuera de lo terrenal.