
Cannes 2025: crítica de «Two Prosecutors», de Sergei Loznitsa (Competición)
En plena época del «terror estalinista», un joven procurador soviético va a una cárcel de máxima seguridad a escuchar los reclamos de un preso político.
Seca y rigurosa, extendida a lo largo de dos horas pero compuesta por una limitada cantidad de personajes y de escenas, TWO PROSECUTORS es una kafkiana epopeya legal y burocrática que emprende un joven e ilusionado procurador soviético de una pequeña ciudad cuando decide investigar qué es lo que sucede en una cárcel local a partir de los denunciados abusos de la policía secreta de ese país. Todo esto transcurre en 1937, en el marco de lo que el cartel que abre la película anuncia como “el pico del terror estalinista”.
Más conocido y celebrado por sus documentales que por sus largos de ficción, el ucraniano Loznitsa no había logrado hasta el momento replicar la potencia de unos en otros, ya que todas sus ficciones pecaban de obvias, subrayadas, caóticas sátiras que ni siquiera parecían provenir del mismo realizador de graves y severos documentos como MAIDAN, THE EVENT o STATE FUNERAL. TWO PROSECUTORS, en cambio, sí tiene lazos comunicantes con esos films. No solo en su potencia política sino en los métodos orgánicos con los que llega a ella: utilizando recursos cinematográficos genuinos, concretos, no particularmente originales pero sí atinados y precisos.
Basada en un libro de Georgy Demidov escrito en 1969 pero que recién pudo publicarse en 2009, todo aquí empieza cuando un anciano, preso en una cárcel de máxima seguridad, recibe la tarea de incinerar todos los mensajes con peticiones a Josef Stalin para que los ayude en sus causas. Una sola de esas tarjetas le llama la atención y, en lugar de quemarla en un pequeño hornito, se la guarda. Escrita con sangre en una cartulina, la carta sale de la prisión y llega a manos de Kornyev (Aleksandr Kuznetsov), un joven y recién recibido procurador provincial, que se presenta en la entrada de la cárcel para escuchar la denuncia de quien la escribió.

Obviamente que los encargados del lugar y la jefatura local de la NKVD –la policía secreta soviética– harán lo imposible por demorar, esquivar y evitar que el procurador llegue a tomar contacto con el encarcelado denunciante. Pero, pese a las veladas amenazas y excusas, el hombre persiste, llega al anciano y casi desahuciado hombre, escucha sus historias de abuso, ve las marcas de la violencia recibida y, pese a estar siendo observado por decenas de hombres con cara de pocos amigos, se lleva de allí la denuncia con intenciones de darla a conocer a sus superiores.
Ese segmento ocupará el primer largo acto de un film que luego seguirá, con similar organicidad y calma urgencia, los pasos del tal Kornyev a partir de recibir esa información, una serie de vericuetos y situaciones a los que la clásica expresión “kafkiana” le caen como anillo al dedo. Serán solo cinco o seis escenas más, desarrolladas a lo largo de unos pocos días, que irán enfrentando al procurador con el mundo real que existe por fuera de su ilusionada pertenencia a una causa que, cree él, está siendo dañada por dentro.
Ese otro procurador al que hace referencia el título es el principal de la Unión Soviética y a él querrá llegar para dejar sentado el reclamo, la denuncia de que su querida revolución está fallando, que en su país hay gente que no está haciendo las cosas como debería o como se comprometió a hacer. Y en esa y otras escenas se pondrá en juego la doble o triple vara de una lógica de poder, de una realpolitik, que tiene muy poco que ver con los discursos y la retórica pública. En los oscuros pasillos de los gobiernos, con sus burócratas grises que dicen unas cosas y traman otras por detrás, la realidad es otra y mucho más angustiante.