
Estrenos: crítica de «Tres amigas» («Trois amies»), de Emmanuel Mouret
Esta comedia dramática francesa se centra en las enredadas vidas amorosas de tres amigas de alrededor de 40 años que viven en Lyon. Con Sara Forestier, Camille Cottin e India Hair. Estreno: 10 de julio.
A esta altura quizás no sea ninguna novedad –especialmente en el mundo de la cinefilia–, pero cada película que hace Emmanuel Mouret confirma que, si se hace una competencia para ver quién es el heredero del mejor Woody Allen, tiene todas las fichas (y las películas) para ganarla. Y eso vuelve a suceder con TRES AMIGAS, uno de esos dramas románticos de amores circulares que el neoyorquino solía hacer maravillosamente varias décadas atrás. El realizador francés no oculta ni se esconde de las potenciales comparaciones: desde la tipografía de los créditos en adelante pasando por la música, cierto recursos metalingüísticos y hasta algunos elementos fantásticos, todo en el film hace acordar al de su hoy octogenario y aparentemente retirado colega.
Empezando, claro, por la historia. El escenario es Lyon y una intrigante voz en off nos mostrará escenarios en los que transcurrirá la trama y comentará sobre algunas situaciones y personajes para detenerse en Joan (India Hair), una profesora de inglés con cara de compungida. Allí Mouret nos llevará varios meses al pasado para mostrar cómo Joan le confiesa a su amiga Alice (Camille Cottin) que ya no está enamorada de su marido, Victor (Vincent Macaigne), que no es otro que el relator en cuestión. Joan le dice que no sabe qué hacer ante esa situación pero su amiga le contesta con naturalidad que ella tampoco lo está de su marido, Eric (Grégoire Ludig), y que eso es normal en las parejas que llevan mucho tiempo juntas. Pero a Joan la obvia respuesta no la satisface.

Lo que Alice no sabe es que Eric está teniendo un affaire con Rebecca (Sara Forestier), que es la tercera amiga del grupo y que, por obvios motivos, esconde el asunto celosamente. Las otras dos saben que ella está viendo a alguien casado y misterioso, pero desconocen quién es. Pero Joan no puede convivir con ese tipo de duplicidad y le dice a Victor lo que le sucede: ya no lo ama. Su marido parece aceptarlo y le da un tiempo para ver si eso cambia. Pero como eso no parece suceder, la pareja –que tiene una hija de siete años– se disuelve y termina de una manera un tanto inesperada. Lo que pasa de allí en adelante rompe con esa suerte de acuerdo tácito que parece existir entre parejas con dobles vidas y las cosas se vuelven más enrarecidas, complejas e intensas.
TRES AMIGAS juega con los enredos de la comedia romántica pero no los explota del todo hacia un lado gracioso sino por lo general a uno melancólico. Rebecca sufre porque quiere a Eric pero odia la idea de arruinarle la vida a su amiga y de hecho se entusiasma cuando Alice le comenta la posibilidad de tener ella misma un romance, pero las cosas no son tan sencillas tampoco por ese lado. Y alrededor de Joan empiezan a circular nuevos hombres, pero casi siempre la diferencia entre los que realmente quieren vivir algo importante en una pareja y los que toman el asunto de una manera casual y sin compromiso marca un límite en las relaciones.

Finalmente, ese parece ser el tema central de esta historia de relaciones y amores que circulan entre tres amigas y distintos pretendientes, parejas o ex-parejas: las expectativas que unos y otros ponen en una relación. A Joan le cuesta convivir con la idea de estar con alguien que aprecia pero que no ama, pero luego le tocará vivir otra situación romántica estando del otro lado de la «balanza amorosa». Alice cree que puede convivir con ese «arreglo adulto», pero la realidad demostrará que no es tan así. Y Rebecca será la única de las tres que siempre está del lado de la pasión, el romance y la aventura, aún cuando las cosas no siempre le funcionen bien y quede más de una vez patinando en el aire.
Entre secretos y mentiras, ingeniosos enredos que conectan a muchos personajes entre sí de un manera más lúdica que realista, con un importante elemento fantástico que juega un rol más emotivo que narrativo y con una ligereza para tratar este tipo de asuntos que esta a años luz de sus colegas norteamericanos de corte cada vez más moralista, el realizador de LAS COSAS QUE DECIMOS, LAS COSAS QUE HACEMOS y CRONICAS DE UN AFFAIR puede no inventar nada nuevo en el mundo del cine romántico –ni siquiera dentro de su filmografía, que ya lleva 12 títulos, la mayoría de similar tono y temática–, pero sigue maravillando con su capacidad de husmear en los vericuetos de las relaciones amorosas. Como Allen, sí, pero también en la línea de sus connacionales Eric Rohmer o François Truffaut, Mouret es un cineasta engañosamente simple cuyas complejas ideas sobre la vida, el amor y la amistad se disimulan muy bien en tramas juguetonas que hablan de la eterna circulación del deseo.