
Estrenos online: crítica de «Happy Gilmore 2», de Kyle Newacheck (Netflix)
A casi 30 años de la película original, regresa el particular golfista interpretado por Adam Sandler para competir contra los mejores profesionales del deporte. Estreno de Netflix.
Películas como BILLY MADISON, THE WATERBOY y HAPPY GILMORE fueron las que transformaron a Adam Sandler en una celebridad cinematográfica tras su salida (forzada) del show televisivo SATURDAY NIGHT LIVE en el que se había hecho conocido. Esas comedias de mediados de los ’90 tenían una mezcla de humor físico –entre tontuelo y radical, entre inocente y agresivo– con una inventiva casi surrealista que le sirvieron para ubicarse en un lugar particular dentro de esa «nueva comedia americana» de la que es uno de sus padrinos. Décadas después y ahora manejando una carrera bifronte en la que combina comedias para Netflix en la que sigue reciclando viejos trucos con películas dirigidas por reconocidos autores (los hermanos Safdie, Noah Baumbach), Sandler regresa a uno de los mayores clásicos de su carrera, la película que marcó para siempre su imagen y presencia cinematográfica.
HAPPY GILMORE puede no haber sido su película más exitosa ni la mejor (ni siquiera de sus comedias), pero es la que más y mejor representa al personaje usual de Sandler, uno que ha reiterado con variantes a lo largo de su carrera: un tipo agresivo pero inocente a la vez, amable pero un tanto violento, tan brusco como sensible. Y quizás por eso mismo es uno de sus títulos más queridos por sus fans. El personaje es conocido: un jugador de hockey profesional agresivo que es expulsado de ese deporte y, tras una serie de curiosas circunstancias, termina teniendo éxito como golfista, más que nada por la velocidad, distancia y potencia con la que –a partir de esa ira acumulada– puede pegarle a esta otra pelotita, más allá de los problemas paralelos que eso le causa.

Tres décadas después todo ha cambiado en la vida del entonces consagrado golfista. Tras lo que pasó en el primer film ganó varios torneos más, tuvo cinco hijos (cuatro varones bastante neanderthales y una hija menor, hoy adolescente) y todo parecía ir muy bien hasta que su esposa, Virginia (Julie Bowen), muere en un previsible accidente cuando uno de sus agresivos tiros de golf le da de lleno en la frente. La película pasa muy rápido por toda esta información en una serie de clips iniciales relatados por el propio protagonista en los que nos cuenta cómo de ahí en más dejó el golf, cayó en el alcoholismo, se endeudó, perdió su casa y hoy vive en una casucha de mala muerte con su hija adolescente, Vienna (interpretada por la propia hija del actor, Sunny Sandler), que quiere ser bailarina profesional.
Será el sueño de que Sunny (perdón, Vienna) termine bailando en la Opera de París el que sacará a Gilmore del estupor alcohólico, ya que necesita unos 300 mil dólares –que no tiene– para pagar su matrícula de inscripción al ballet, en el que ya fue aceptada. Y es por eso que, muy a su pesar, se dispone a dejar el alcohol y retomar el deporte en el que se consagró. Hoy todos lo recuerdan como una figura controvertida, imitan su particular golpeo (le pega como un jugador de hockey, no como un golfista), pero se preguntan qué pasó con él desde entonces. Curiosamente, la trama no es tan distinta a la de STICKS, la serie de Apple TV+ en la que Owen Wilson encarna a un personaje con características bastante similares.
Esa es la excusa para que Gilmore vuelva de a poco al golf y Sandler pueda desplegar su talento para las situaciones cómicas y para invitar a amigos famosos a hacer participaciones, incluyendo muchos de los que trabajaron en la película original, como Ben Stiller, Christopher McDonald (su archirrival del primer film, hoy en un manicomio) y la propia Bowen, que se le aparece en sus sueños. Y si bien su esquema es previsible, durante al menos dos tercios de su duración la película es realmente divertida, aprovechando el talento de Sandler y su enorme elenco para bromas que van de las más tontas (pelotazos que pegan en partes sensibles de cuerpos) hasta algunas más sofisticadas (la manera en la que esconde el alcohol), además de muchísimas referencias a la cultura pop y al deporte televisado. A su modo, HAPPY GILMORE 2 es la película soñada por algún hombre tipo Homero Simpson que se la pasa el día viendo ESPN mientras toma cerveza en su sofá.

Happy pasará por un particular grupo de Alcohólicos Anónimos que maneja Hal L. (el personaje de Stiller de la anterior película), se inscribirá en un torneo de golf en el que tiene que quedar entre los cinco primeros para ganar el dinero que necesita y en el que mostrará tanto su talento como sus problemas emocionales, –allí aparecerán una docena de golfistas profesionales de primer nivel, incluyendo a Scottie Scheffler y Brooks Koepka–, y tendrá como archienemigo a un empresario (Benny Safdie) que quiere hacer una nueva liga de golf que convierta a ese deporte en algo más divertido para un público joven que se aburre con sus modos tradicionales. Y si bien es cierto que el golf no es el deporte más divertido del mundo, es evidente que el absurdo show de esta Liga Maxi propone acercarlo a los Extreme Sports de una manera graciosa por lo ridícula.
La trama, como siempre, es lo de menos. Lo que cuenta aquí es ver al Sandman haciendo sus gracias, acompañado entre otros por Haley Joel Osment (sí, el niño de SEXTO SENTIDO y A.I., hoy un barbado treintañero), Benito Antonio Martínez Ocasio AKA Bad Bunny interpretando a su caddie y, en roles menores, Margaret Qualley, Eric André, Kevin Nealon, Rob Schneider, Lavell Crawford (Huell, de BREAKING BAD), Jon Lovitz, Steve Buscemi, Eminem, Post Malone y el comediante de SNL Marcello Hernández, además de luminarias deportivas como Travis Kelce, Reggie Bush, John Daly, Lee Trevino y Jack Nicklaus, junto a comentaristas de ESPN y otras celebridades diversas.
Un homenaje nostálgico a una de las películas que lo hicieron famoso, un efectivo uso de su talento para las bromas básicas hechas con un tono ameno y simpático, HAPPY GILMORE 2 muestra una vez más la amabilidad y el buen corazón que caracteriza a Sandler por debajo de esa falsa apariencia entre desganada y agresiva que a veces utiliza para sus personajes. Cuando la película llega a la gran «batalla» entre los golfistas profesionales y los que juegan a esta absurda liga el asunto ya se pasa un tanto de bombástico y pierde un poco su humor más inocente del principio. Pero lo que no desaparece es la sensación que las películas de Sandler casi siempre transmiten: la de estar hechas por un grupo de personas que se divierte tratando de que los espectadores la pasen tan bien como ellos.



