Series: crítica de «Superestar», de Nacho Vigalondo (Netflix)

Series: crítica de «Superestar», de Nacho Vigalondo (Netflix)

Esta serie de seis episodios cuenta la historia de Tamara, una peculiar estrella pop que se convirtió en un ícono inmediato tras su paso por la TV a comienzos de los 2000.

En un universo en el que la cultura pop, la telebasura, la relectura kitsch y el homenaje hecho y derecho se mezclan funciona SUPERESTAR (así, con la «e» metida en el medio, tal como suena en una pronunciación castiza), una panóptica serie española que toma la icónica figura y el relativo éxito de la cantante Tamara para hacer un retro-retrato de una época relativamente reciente pero que, internet y redes sociales, hoy parece lejanísima. Los seis episodios de la serie creada por Nacho Vigalondo (que dirigió también varios capítulos) y producida por Los Javis (PAQUITA SALAS, VENENO) tienen en su centro la vida y la carrera de Tamara (luego conocida como Yurena), una chica que soñaba con ser una famosa cantante y que llegó a lograrlo, solo que no del modo más tradicional. Eso sí, generó un furor instantáneo y una obsesión que la convirtió en un ícono LGBT+

SUPERESTAR cuenta su vida citando en su modelo narrativo a EL CIUDADANO (o más bien a VELVET GOLDMINE, su relectura queer), ya que cada episodio tiene como narrador –y como figura principal– a una de las personas que estuvieron ligadas a su vida e involucradas en su carrera. Tamara llegó a la fama gracias a su aparición en un late night show de la TV española de fines de los años ’90 y los 2000 llamado Crónicas marcianas (en la ficción cambiado a Tiempo de Marte), un programa humorístico y bastante trash de la TV caracterizado por personajes pasados de rosca, peleas permanentes, chimentos, situaciones grotescas varias y así, no muy diferentes de los que se ven (por la tarde) en la TV argentina desde entonces, en los que personas sin demasiados talentos se convierten en celebridades.

Ese puede ser, o no, el caso de Tamara, una chica con sueños de ser cantante a lo Madonna que termina llegando a ese programa clave de lo que allí llaman la telebasura con un éxito pegadizo llamado No cambié que se transformó en un furor, desatando el entonces llamado Tamarismo, un fanatismo por su figura que podía ser sincero pero también un tanto irónico, dependiendo del tipo de público. Vigalondo construye la historia a partir de las personas que, para mal o para bien, la rodearon e hicieron avanzar y/o retroceder su carrera, empezando por su intensa y sobreprotectora madre llamada Margarita Seisdedos (Rocío Ibañez), a través de la cual se cuenta la infancia de la niña y sus primeros pasos yendo hacia Madrid a probar suerte como cantante.

Los demás episodios harán eje en otros bizarros colaboradores de la cantante, todos personajes peculiares del mundillo televisivo español de la época en su costado más trash, desde el compositor Leonardo Dantés (Secun de la Rosa), al «fruturista» Paco Porras (Carlos Areces), que dice ver el futuro en las frutas y verduras; un manager impresentable conocido como Arlequín (Julián Villagrán), otro veterano cantante de ocasionales éxitos y mucha noche llamado Tony Genil (Pepón Nieto) y una cantante vuelta rival de Tamara llamada Loly Alvarez (Natalia de Molina). Todos ellos contados con la desatada y colorida expresividad de la época, apostando al camp más desaforado y dejando la realidad al costado del camino.

En el medio, Tamara (Ingrid García-Jonsson), quien por momentos parece un personaje secundario de su propia historia, ya que quienes la rodean son más esperpénticos y bigger than life que ella. Tímida, de imagen curiosa (más cercana a figura del under que a estrella pop masiva), cantante de limitadísimos recursos, Tamara –que después debió cambiar su nombre– entró en la tele y en las casas de la gente mediante escándalos mediáticos, falsos romances, mentiras varias y rodeada de estos personajes igual o más desesperados por sus 15 minutos de fama. La serie la presenta más como víctima de todo eso, aún cuando reconoce que en pos del éxito siguió adelante con el juego tal como se lo presentaron los de la tele.

Vigalondo entiende que el mundo que rodea a Tamara es lo más rico que tiene para contar y así SUPERESTAR se convierte en un retrato de época, en un homenaje bizarro a esas figuras que –dependiendo del oyente/espectador– se disfrutan y valoran por lo que son, o bien existen en la memoria como personajes kitsch que triunfaron por uno de esos extraños malabares de la televisión más descontrolada. Hay decenas de casos similares en la Argentina (se me ocurre, más allá de sus obvias diferencias, el de Lia Crucet, entre muchos otros que existen en esos universos), pero este tiene las particularidades que le da esa zona rocambolesca de la cultura pop española, que no siempre trasciende las fronteras de ese país. O bien que no lo hacía hasta que Los Javis empezaron a homenajearla y celebrarla.

Los espectadores no españoles bien pueden acompañar el visionado de la serie con SIGO SIENDO LA MISMA, un documental un tanto más convencional que también está en Netflix y que recupera a Tamara/Yurena en la actualidad, que habla con muchos de sus fans (en el universo LGBT+ se la celebra como un ícono indiscutible), con analistas y con críticos, y que encuentra también a muchos de los personajes que fueron parte de su historia y que son tan estrambóticos en su vida real como los muestra Vigalondo en la ficción. O quizás más.

El director de CRONOCRIMENES y COLOSSAL logra capturar muy bien los extremos estéticos y la fantasía delirante que rodeaba al personaje y a su corte, de un modo que por momentos hace recordar al cine de John Waters y en algún episodio hasta parece homenajear a David Lynch. SUPERESTAR es un retrato gracioso pero humano, que puede ser ridículo y absurdo pero que no se coloca –como sería fácil hacerlo– por encima de sus personajes, sino que elige mostrar con alegría ese momento de transición y de fin de la inocencia antes de la llegada de unas redes sociales que harían explotar todo eso hacia el infinito y en las que ser una celebridad dura apenas un instante y se esfuma en una nube de reels.