Estrenos: crítica de «La vida de Chuck» («The Life of Chuck»), de Mike Flanagan

Estrenos: crítica de «La vida de Chuck» («The Life of Chuck»), de Mike Flanagan

por - cine, Críticas, Estrenos
17 Ago, 2025 09:21 | comentarios

Este drama cuenta tres historias separadas que se enlazan para narra la biografía de Charles Krantz en orden inverso, comenzando con su muerte a los 39 años y terminando con su infancia en una casa supuestamente encantada.

A la manera de QUE BELLO ES VIVIR, la película de Mike Flanagan LA VIDA DE CHUCK, basada en una novela corta de Stephen King publicada en 2020, es una fábula, un cuento de hadas que pretende dar una vuelta de tuerca amable y esperanzadora a lo que en definitiva es una historia oscurísima que incluye una serie de tragedias masivas y personales. No es el único musical apocalíptico de la historia (hace poco Joshua Oppenheimer intentó algo igualmente fallido aunque muy diferente llamado THE END), pero funciona en un borde en el que sus pocos momentos de efectiva gracia caen bajo el peso de una pretendida trascendencia que, para citar a otro autor prestigioso pero diferente al que se cita acá, finalmente no significa nada.

El santo patrono de la historia, en un sentido casi de poster de pieza de adolescente rebelde, es Walt Whitman. Más precisamente, su poema «Canto a mí mismo, 51». O, más específicamente aún, la frase «Yo soy inmenso… y contengo multitudes» que aparece allí y que la película en algún momento intentará literalizar a través de contar, con una cronología inversa, la vida del tal Chuck, que parecía ser anodina e insípida pero tal vez sea el principio y el final de todas las cosas y de todas las personas.

El primer segmento –el último en términos cronológicos– es el más inquietante, el que pese a sus defectos incluye al menos una serie de relevantes problemas. El protagonista es Marty (Chiwetel Ejiofor), un maestro de escuela que, al comenzar la historia, enfrenta una situación que todos parecen ya haber naturalizado: el mundo está a punto de acabarse. Desastres naturales y ecológicos, da la impresión, están causando que nada funcione, hambrunas, caos, suicidios y demás problemas que son más realistas de cómo acá se los muestra. Y la gente parece ya resignada a lo que se viene: un lento apagón del mundo hasta su inminente final.

Lo que sí sorprende a Marty y a todos los demás con los que se cruza es una publicidad que se ve en todos lados y todo el tiempo en el que mucha gente agradece a un tal Chuck (Tom Hiddleston) por sus 39 años de servicio. Nadie sabe quién es Chuck –ni Marty ni su ex esposa ni sus vecinos o conocidos de la zona–, pero agradecerle su existencia parece ser lo único que sigue en pie en ese mundo en vías de extinción. El narrador (con la voz en tono cuento de hadas de Nick Offerman) sí sabe y nos muestra al tal Chuck, al que le queda muy poco tiempo de vida, vencido por un cancer terminal.

La película irá para atrás dos veces. La primera, tan solo unos meses, para mostrar a Chuck deteniéndose en el medio de un paseo comercial a bailar junto a una chica siguiendo las melodías de una baterista callejera. Allí la película revela que buena parte de su espíritu y su tono es el del musical, y confirma que Hiddleston es un extraordinario bailarín. Es, si se quiere, el momento más luminoso del film, el que le dará su máximo (quizás, su único) toque de gracia. La última parte del film se centrará en un Chuck de diez años, quien vive con sus abuelos (Mark Hamill y Mia Sara) tras una tragedia familiar, quien descubre su talento y pasión para el baile.

King y Flanagan intentan de entrada convencernos de las implicancias cósmicas de la vida de Chuck. No por el hecho de ser especiales (no lo son o, más bien, lo son por lo trágicas) sino por poner en funcionamiento la idea de que una persona es un mundo y que el universo –en un sentido metafórico que acá se literaliza– existe en tanto y en cuanto uno esté para ser testigo de él. De a poco, y más allá de las citas a Carl Sagan, LA VIDA DE CHUCK va adquiriendo un tono de película mística, casi religiosa. Flanagan –quien viene del universo del terror, con películas como DOCTOR SLEEP y series como MIDNIGHT MASS— va inundando el relato de una suerte de misticismo pop, de espiritualidad ligera propia de los libros de autoayuda y por más momentos de breve belleza que el film ofrezca (el pequeño Benjamin Pajak como Chuck niño es una revelación), ese tono inundará todo y lo volverá reiterativo, más cercano a un posteo sensible en Instagram que a un cuestionamiento filosófico relevante.

THE LIFE OF CHUCK es una película de breves momentos que logran escaparle a esa especie de serena y casi mística resignación que la domina: el pequeño Chuck bailando con su «bobe», la ex de Marty (Karen Gillan) tratando de lidiar con la ola de suicidios y, por supuesto, el memeable Hiddleston bailando en lo que parece ser el plató de algún estudio de Hollywood. Pero por más homenajes a los musicales clásicos y referencias a películas de todas las épocas, es difícil sacar al film de su tono de sermón laico, ese cansino y parsimonioso intento por hacer sentir bien al espectador por más desgracias que lo rodeen. En cierto momento, el esfuerzo se vuelve banal y en vano. Y la película cae hundida por el peso de su propia ceremonia.