San Sebastián 2024: crítica de «The End», de Joshua Oppenheimer (Competición)

San Sebastián 2024: crítica de «The End», de Joshua Oppenheimer (Competición)

por - cine, Críticas, Festivales
22 Sep, 2024 06:23 | Sin comentarios

Este musical post-apocalíptico se centra en una familia de sobrevivientes de una catástrofe que habita un búnker de lujo en algún lugar escondido y secreto del mundo. Con Tilda Swinton, George MacKay y Michael Shannon.

Era muy probable, sino obvio, que el realizador Joshua Oppenheimer no iba a saltar del documental a la ficción con una película convencional. Sus films THE ACT OF KILLING o THE LOOK OF SILENCE forzaban al formato documental al máximo, creando casi un nuevo género en el intento, uno que integraba al género una «autoficción» inventada por los personajes del film. Eran documentales políticos con recreaciones de crímenes de guerra armadas por los victimarios.

En THE END aparecen, pese a las enormes diferencias, varios puntos en común con sus previos films. Un punto en común obvio es la ruptura de formatos. La película es un musical de ciencia ficción post-apocalíptica de casi dos horas y media que transcurre buena parte del tiempo en una casa que tiene mucho de escenario de corte teatral. Es un film que imagina un futuro post-colapso climático y con una familia única –o al menos eso es lo que creen– como sobreviviente de ese «fin».

Los protagonistas de THE END son un extendido grupo familiar que ha logrado sobrevivir a ese colapso climático. Viven escondidos entre lo que parecen ser enormes bloques de hielo haciendo rutinas en su mayoría inútiles, pero Oppenheimer no presta demasiada atención a las mecánicas de ese apocalípsis. Lo que sí da la impresión es que esa familia no logró salvarse usando su ingenio, sino que tenía los recursos y a la vez sabía que eso podía pasar. O fue en parte responsable. Y eso también conecta al film con los cuentos que se cuentan a sí mismos los victimarios de THE ACT OF KILLING para negar sus actos criminales. Los detalles los podrán descubrir viendo este inusual, raro y finalmente bastante agobiante relato, pero la lógica no es muy distinta.

El protagonista, llamémoslo «Hijo», es George MacKay. El muchacho tiene unos veintipico de años y ha crecido ahí adentro por lo que no tiene recuerdos del mundo anterior. Lo que ha logrado reconstruir (literalmente, ya que arma una especie de diorama al respecto) son algunos hechos importantes de la historia de los Estados Unidos, siempre a partir de la información recibida por su padre, Michael Shannon, una figura importante de ese mundo previo, quizás uno de los arquitectos –sin quererlo, uno supone– del caos que siguió. Esa historia del mundo pre-colapso que escribe «Hijo» se basa en la versión de «Padre».

El resto del grupo se compone de la Madre (Tilda Swinton), que fue o dice haber sido bailarina del Bolshoi, colecciona cuadros fundamentales de la historia de la pintura y por lo general sufre y se preocupa por todo; una amiga de la madre (Bronagh Gallagher), que parece la más ubicada y alegre del grupo; un mayordomo (Tim McInnerny) con habilidad nata para el tap dancing y un doctor bastante huraño (Lennie James) y agresivo. Todos ellos, como en una película de Yorgos Lanthimos, han aprendido a vivir en ese cerrado espacio, un búnker con sus propias reglas para sobrevivir al fin del mundo.

Pero Oppenheimer le agrega a ese retrato dos elementos disruptivos. Uno es la música: THE END es un musical. No cantan todo el tiempo, pero el film tiene una docena o más de canciones, algunas de ellas individuales y con un formato más de canción/canción, y muchas otras melodías que reemplazan diálogos y que hacen interactuar/dialogar a los personajes entre sí. Las primeras –los llamados showstoppers— suelen ser canciones melancólicas, sensibles, melódicamente agradables. Las que funcionan como parte integral y grupal de la narrativa, más de corte teatral si se quiere, no tanto.

El otro elemento disruptivo es la aparición de una mujer (Moses Ingram), que de algún modo ha logrado sobrevivir «allá afuera» y espera que la puedan recibir ahí adentro. Pero su llegada complica todo. Muchos de ellos no quieren saber nada con dejarla ser parte de sus vidas –aparentemente tuvieron difíciles experiencias con otros casos similares en el pasado–, pero otros la ven con mejores ojos, especialmente el Hijo, que rápidamente se siente fascinado con la Chica y con tener un par generacional con quien conectar y quién sabe qué más.

THE END es una película rara por donde se la mire. Más allá de su concepto, de por sí curioso, formalmente tiene algo entre abstracto, teatral y hasta de instalación, como si los personajes fueran marionetas que están en una pecera y son observados por el espectador. Las dos horas y media de duración no hacen especialmente amena la experiencia pero sí logran lo que Oppenheimer tal vez busca: una sensación de agobio, de opresión, de angustia. La familia tiene buenos momentos, algunos de ellos amables, pero en general se respira una tensión contenida. Y secretos, muchos secretos, que empiezan a brotar con la aparición de la «Chica».

Los actores no se caracterizan por cantar especialmente bien –afinan, no son malos, pero están siempre al borde de caerse a un precipicio vocal– y las melodías de Joshua Schmidt tampoco les facilitan la tarea, ya que tienen complicaciones que desafiarían a un cantante entrenado en muchos musicales de Broadway. Hay algunos bellos momentos líricos, en especial en las canciones solistas que tienen lugar en la segunda mitad del film, muchas de las cuales transcurren en lo que podría considerarse «el exterior» de la casa. Pero muchas otras melodías se vuelven cansinas, repetitivas.

Lo que sí queda como idea no muy sutil pero contundente en el film tiene que ver, por un lado, con los peligros del cambio climático y la posibilidad de un futuro cercano en el que el mundo se torne invivible. Y, por otro, con algo que se acerca mucho a la actualidad y que, dice Oppenheimer, lo inspiró a hacer la película: la idea de que los negacionistas del calentamiento global, los que siguen destrozando el planeta como si no hubiera un mañana, son los que ya están preparados para enfrentar la posibilidad de ese colapso. No cualquiera tiene, como los protagonistas, un búnker para sobrevivir al fin de la vida sobre la Tierra. Solo los Elon Musk y Mark Zuckerberg de este mundo…