Series: reseña de «En el barro», de Sebastián Ortega (Netflix)

Series: reseña de «En el barro», de Sebastián Ortega (Netflix)

Esta serie derivada de «El marginal» se centra en lo que sucede en una cárcel de mujeres con sus bandos, sus internas y sus conflictos. Con Rita Cortese, Ana Garibaldi y Valentina Zenere. Desde el 15 de agosto en Netflix.

Con una emotiva dedicatoria a Alejandra “Locomotora” Oliveras, la recientemente fallecida boxeadora que tiene un rol secundario en la serie, EN EL BARRO arranca, como parece ser un mandato de todas las plataformas de streaming para atrapar de entrada a los espectadores, con una escena de acción. Siete reclusas son subidas a un transporte que las va a llevar a El Quebranto, la prisión modelo de mujeres al que irán por distintos crímenes que cometieron, crímenes que se van viendo en breves flashbacks mientras viajan en el camión. Pero el traslado no será tranquilo. Por más patrulleros que las rodeen, una banda de narcos ligada a una de las presas atacará al coche, lo hará volcar y caer a un río, liquidará a varios policías, extraerá a la presa en cuestión (Amparo, la española Ana Rujas, de LA MESIAS) y dejará allí a las otras. Salvo una a la que no logran rescatar a tiempo, las demás se las arreglarán para sobrevivir. Y terminarán llegando, embarradas y «célebres» (el caso sale en la tele), a la cárcel en cuestión.

Ese es el ingreso al mundo que Sebastián Ortega y equipo presentan en este spin off de EL MARGINAL, cuya conexión principal es una de esas sobrevivientes, Gladys Guerra (Ana Garibaldi), la esposa del mafioso que en la otra interpretaba el fallecido Claudio Rissi. No es el único punto de contacto (de entrada ya vemos a Gerardo Romano volviendo a personificar al impresentable Secretario de Seguridad Sergio Antín), pero sí el más evidente. El grupo inicial lo completan Marina Delorsi (Valentina Zenere, de NAHIR), como una modelo acusada de matar a su pareja; la colombiana Yael (Carolina Ramírez, de LA REINA DEL FLOW), una mujer ligada apresada por narcotráfico que tiene una hija; Solita (Camila Peralta), una ladrona de origen humilde y Olga (Erika de Sautu Riestra), que hace cirugías estéticas y perdió a un paciente en una operación.

Pero aún más variopinto es el mundo con el que se topan una vez adentro. Por un lado está «La Zurda» (Lorena Vega), que maneja a todo un grupo que hace videos eróticos para hacer dinero y por otro, enfrentada a este, otro grupo que lidera Cecilia Rossetto, una veterana de la prisión. Las tensiones entre ambos bandos son evidentes –primero por plata, pero luego ya por sucesivas venganzas– y las recién llegadas quedan en el medio de esa pelea. La que debería tratar de acomodar las cosas es Moranzón, la directora de la prisión (Rita Cortese), pero por más acuerdos y arreglos que invente (les permite filmar esos videos, tener celulares, wifi, alcohol, drogas, lo que quieran), siempre todo termina complicándose. Además, la mujer parece tener un negocio con el médico de la cárcel (Marcelo Subiotto) ligado a quedarse con los bebés de muchas de las presidiarias para venderlos en adopción.

Este es solo un pantallazo que permite vislumbrar un mundo de tensiones entre bandos y, también, internamente dentro de cada uno de ellos. La llegada de Marina al mundo de La Zurda y de sus videos eróticos –que la serie muestra de un modo bastante franco– perturba a las que están allí, incluida la agresiva China (Tatu Glikman) y la más amable Cleo (la estrella musical María Becerra), que la recibe bien. Gladys, en tanto, trata de mantenerse lejos de los problemas pero no puede evitar quedar en el medio de las tensiones entre Antín y Moranzón. Y entre el resto de los personajes que circulan por la prisión, la más destacable sin duda es Juana Molina encarnando a una simpática «loquita» apodada Piquito que le da un necesario toque de humor a la trama.

EN EL BARRO no se sale de la fórmula de EL MARGINAL más allá de las obvias diferencias dadas por el hecho de ser una cárcel de mujeres. Las intrigas, las tensiones y la violencia entre bandos es la misma, los acuerdos espurios políticos también (los guardias también tienen lo suyo) y la principal diferencia pasa por lado maternal –hay un sector para madres que parece más tranquilo pero en realidad no lo es tanto– y por el carácter sexual un tanto más marcado que tiene y no solo en los videos citados, sino en muchas situaciones de violencia sexual que aparecen a lo largo de los episodios.

Buenas actuaciones, una narración efectiva aunque bastante previsible y un clima carcelario por lo general logrado –al menos para los estándares de la televisión– ayudan a que EN EL BARRO tenga cierto ritmo y una estructura que soporte las muchas microtramas que se pisan entre sí. Donde la serie pierde es en su utilización de muchos de los lugares comunes de las narraciones sobre cárceles de mujeres, en un estilo en el que la denuncia se confunde muchas veces con la explotación. La manera un tanto erótica en la que se filman algunas escenas que bien podrían considerarse de violencia de género bordea el mal gusto, mientras que otras son más parecidas a las que se podrían ver en los mismos sitios online para los que muchas chicas ahí adentro trabajan.

Si bien EN EL BARRO incluye evidentes críticas al sistema carcelario, su eje principal no parece pasar por ahí sino en utilizar ese marco para crear un producto entretenido y un poco provocativo que busca a la vez generar algún tipo de polémica. Y no necesariamente por las escenas ya comentadas con María Becerra (las suyas son claramente las más cuidadas de todas) sino por todo lo que el resto de las situaciones dejan entrever. No es un mundo amable el de ahí adentro y, si bien eso es esperable, llama la atención los poquitos y frágiles lazos de solidaridad que existen. Es un «sálvese quien pueda» desde que empieza y, salvo raras excepciones –alguna abogada o asistente social, o la complicada conexión que se arma entre las sobrevivientes del atentado del inicio–, nadie parece preocuparse por otra cosa que su propio ombligo. Adentro o afuera de esta prisión.