
Estrenos online: crítica de «Superman», de James Gunn (HBO Max)
Superman tiene que lidiar con un conflicto geopolítico manipulado por el villano Lex Luthor en esta nueva iteración del clásico personaje de DC Comics. Con David Corenswet, Rachel Brosnahan y Nicholas Hoult. Desde el 19 de septiembre por HBO Max.
Uno de los centros neurálgicos de Tokio es la zona de Akihabara, barrio que posee un mix de intenso voltaje lumínico entre enormes tiendas de electrónica, casas de videojuegos y, como buen epicentro de la cultura otaku, cientos de jóvenes vestidos como personajes de animé. Es un barrio fascinante y enloquecedor que, durante un rato, puede producir una sensación de asombro pero que poco tiempo después –especialmente si uno ya no es ni adolescente ni tiene veintipico– agota, abruma, marea. Pasarse dos horas caminando por ahí puede producir una sensación de vértigo que a algunos les parecerá fascinante y a otros, exasperante.
Algo de eso pasa viendo SUPERMAN, de James Gunn, una película que posee el ritmo, la intensidad colorida y la abrumadora sensación de pasarse un par de horas en un lugar como Akihabara. Uno se asoma a la película y descubre algo fascinante –entre excéntrico, cálido, disparatado y enérgico–, pero en un momento empieza a sentir el mismo mareo y agotamiento que el que mencioné antes. Gunn es un cineasta expansivo, apresurado, que intenta hacer films que incluyan elementos de ciencia ficción, de animación, de comedia clásica y de drama sentimental –preferentemente en una misma escena– y que no parece conocer otra velocidad que la máxima disponible. Lo suyo es, para citar una película con elementos similares a los suyos, una suerte de «todo, en todas partes, al mismo tiempo». Y por momentos es tanto que se anula entre sí y se parece bastante a la nada.

En esta evocación/reconstrucción del folclore pop de Superman, Gunn apuesta por abrir el juego hacia dos zonas en apariencia muy distantes entre sí: el thriller político y la comedia cuasi-infantil. Sacándose de encima el problema de tener que contar otra vez la historia de origen del personaje, el director de GUARDIANES DE LA GALAXIA lo lanza directamente al ruedo geopolítico, al mostrar cómo es vencido en su intento por salvar a la pequeña república de Jorharpur de ser invadida por Boravia, una potencia del Este de Europa. No hay que estar viendo las noticias todos los días para darse cuenta que el asunto se parece mucho a la invasión de Rusia a Ucrania. Y de ahí en adelante uno podría unificar a los personajes del film con lo que pasa en la realidad.
En medio de ese caos, a Superman (un efectivo David Corenswet) lo salva de morir Krypto, un enorme perro que es torpe y violento pero lo adora y siempre lo ayuda. Un segundo después están apareciendo robots tontuelos, otros «metahumanos» (la versión de los superhéroes que se usa en este mundo) un tanto ridículos, criaturas propias de un film de Pixar y «universos de bolsillo» en los que las leyes de la física no funcionan. Así, entre humanos y dioses, animalitos y niños en peligro, multiversos superpuestos y edificios que caen como escarbadientes (sin matar a nadie, en apariencia), se desarrolla lo que en el fondo es un thriller político, con un villano como Lex Luthor (Nicholas Hoult luciendo igualito a Esteban «Cuchu» Cambiasso), billonario dueño de una megacorporación que intenta manipular las guerras entre países para su propia conveniencia económica. De vuelta, cualquier parecido con la realidad y con un tal Elon Musk acaso no sea del todo casual.
Gunn tiene claro que no puede, no quiere o no le conviene imponer una película para toda la familia centrada en las manipulaciones geopolíticas de un billonario que controla a dos grandes potencias y que tiene al «buenazo» de Superman como único posible enemigo, por lo que todo el tiempo intenta bajarlo a algo más accesible agregándole su acostumbrada y colorida juguetería, su supermercado de personajes de comic book más extremos imaginables, empezando por un trío de «colaboradores» de Superman, talentosos pero grotescos, como una versión de Linterna Verde (Nathan Fillion), Mr. Terrific (Edi Gathegi) y Hawkgirl (la peruano-estadounidense Isabela Merced), los variados esbirros de Luthor (incluyendo a The Engineer y al misterioso Ultraman) y una serie de criaturas y personajes que irán apareciendo con el paso de los minutos.

Lo más cercano al clasicismo narrativo que posee la película pasa por el lado Daily Planet/Clark Kent del asunto, con Rachel Brosnahan encarnando a Lois Lane –su colega y novia– y Skyler Gisondo como Jimmy Olsen. Gunn juega ahí la relación entre el superhéroe y la ávida periodista de un modo que recuerda a las comedias románticas clásicas y es ahí donde se puede ver las aptitudes actorales del tal Corenswet, que logra no pasar vergüenza frente al talento para la repartija verborrágica que la actriz de MRS. MAISEL maneja a la velocidad de un rayo. Si a eso se le suma un toque de drama familiar –que incluye una llamativa sorpresa ligada a su familia de origen que la quedó allá en Krypton–, el combo de SUPERMAN está completo.
Lo que Gunn no puede –o acaso ni siquiera intente– impedir es que, en cierto punto, la impaciencia visual de la película se vuelva cacofónica, en especial cuando eso que llamamos mundo real empiece a quedar un tanto de lado y el film entre en la lógica «multiversal» que tan poco efectiva resulta en términos cinematográficos. En esos escenarios, el poco peso físico que SUPERMAN de por sí tiene, desaparece por completo y la película se convierte del todo en un festín de efectos digitales en el que las leyes de la gravedad no existen y en el que, básicamente, la acción toma las características de las de una película de animación donde cualquier cosa puede suceder y nada realmente importa. Es una lógica propia del universo de las novelas gráficas de superhéroes –una que quizás disfruten los fans de DC Comics que pueden captar cada referencia, como asumo lo hacen los de Marvel en sus películas–, que suele trasladarse mal al cine. Y Gunn no logra ser la excepción a esa regla.
Aún con su caos interno y su choque de tonos permanente, SUPERMAN es una película que parece estar viva. Es ágil, por momentos graciosa y tiene una ligereza que el universo DC necesitaba después de tanto bodoque sombrío y pomposo como los pergeñados por Zack Snyder. Tengo la impresión, sin embargo, que su probable éxito no hará mucho por cambiar el destino de un cine de superhéroes que no parece encontrar una verdadera salida al embrollo narrativo y audiovisual en el que está metido. El género ha entrado en una zona del «todo vale» que puede permitir, en apariencia, desarrollar historias ad infinitum, pero el problema es que cada una de ellas importa menos que la anterior. Gunn puede aportar algo de aire fresco, ingenio y hasta ser autoparódico con esas convenciones, pero en el fondo su película no logra salir de la Ley de los Rendimientos Decrecientes que existe, ya desde hace un tiempo, en el cine de superhéroes.