San Sebastián 2025: crítica de «El extranjero» («L’étranger»), de François Ozon (Perlak)

San Sebastián 2025: crítica de «El extranjero» («L’étranger»), de François Ozon (Perlak)

por - cine, Críticas, Festivales
21 Sep, 2025 11:07 | Sin comentarios

La película da vida al mundo existencial y despojado de Albert Camus, explorando visualmente el desapego, el absurdo y el enigma irresoluble de Meursault.

La dificultad y el desafío de adaptar la clásica novela de Albert Camus EL EXTRANJERO es evidente al leerla. Su protagonista, Meursault, es un hombre que parece indiferente ante todo, actúa mecánicamente, casi no habla ni parece demostrar interés por nada. Figura enigmática y por eso tan fascinante, Meursault se complica cuando hay que ponerle un cuerpo, un rostro y echarlo al ruedo. Funciona muy bien en la literatura, de eso no hay duda. En cine, es un hueso duro de roer. Ese es el metafórico hueso que François Ozon ataca con elegancia en esta prolija, fiel y bastante inquietante adaptación, una que logra ponerle caras, cuerpos y movimientos a esas ideas filosóficas expresadas en el célebre libro de 1942.

Más allá de algún cambio cosmético (el film empieza con él entrando a la cárcel, algo que aparece mucho después en la novela), Meursault sigue siendo un enigma, un tipo que parece vacío por dentro, sin monólogo interior, alguien que actúa como por reflejo. Interpretado con la cara más inexpresiva posible por Benjamin Voisin, Meursault es un francés que vive en Argelia en la década de 1930 trabajando como un gris empleado administrativo. Un día se entera de la muerte de su madre (así empieza la novela, con aquello de “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé.”) y viaja al alejado asilo en el que ella vivía para estar en el velorio y entierro. Pero su rostro y su andar no demuestran emoción alguna. No llora, casi no habla. Solo hace acto de presencia. Su mente –si es que hay algo que puede llamarse así– parece estar en otra parte. O no estar.

EL EXTRANJERO se va a centrar en una serie de sucesos que siguen a la muerte de su madre y que culminan –en la primera parte de la novela– IRONICO SPOILER ALERT en el crimen de un árabe que el propio protagonista comete por motivos que ni siquiera él bien entiende cuáles fueron. Entre un punto y el otro, Meursault tiene un romance con la bella e intensa Marie (Rebecca Marder), una amistad con el oscuro y violento Sintès (Pierre Lottin) y se mueve por la vida con su acostumbrada apatía y parsimonia, al punto que uno se pregunta qué le ven los que pasan un tiempo con él. Acaso, más que cualquier otra cosa, les gusta escuchar el sonido de su propia voz. Hasta que Meursault, como reza la canción de The Cure que suena acá, «mata a un árabe». Y ahí se transforma, sin querer, en el protagonista de su propia historia.

Entre el absurdo y las conexiones con el existencialismo, la novela de Camus siempre ha sido vista como una mirada al sinsentido de la vida, a la falta de empatía, al desapego, a la banalidad (del bien, del mal) y a lo inútil que es encontrar una justificación más o menos lógica a la existencia. No es que al protagonista no le importe nada sino que –al menos durante buena parte del relato– ni siquiera se plantea esa pregunta. ¿Le preguntan si quiere casarse? Si, no, da igual. ¿Si le teme a la muerte? Igual a todos nos va a tocar. Y así. Nada lo atraviesa. O, dicho de otra manera, ya está todo tan atravesado que da lo mismo. Puede morir mamá, tu amigo puede ser un tipo violento, tu novia te propone casamiento o podés matar a alguien porque hace calor y el sol te pega fuerte en la cara. Da lo mismo. Las cosas pasan porque pasan y no cambia mucho lo que uno piense al respecto.

Filmada en elegante blanco y negro, con un respeto llamativo al texto original –estilística y tonalmente recuerda por momentos a la serie RIPLEY, basada en el también enigmático protagonista de varias novelas de Patricia Highsmith–, Ozon logra insuflarle vida a una historia cuyo protagonista no parece tener vida interior, acaso el desafío más grande de cualquier trabajo narrativo, más aún siendo audiovisual y teniendo que poner esas ideas en un cuerpo y un rostro que existen en el mundo real. Si bien en varios pasajes puede caer en cierto preciosismo visual y armar con esta áspera historia algo así como un objeto elegante para poner en la mesa de luz, Ozon logra mantener el desesperante enigma que atraviesa la novela y que sigue irresuelto casi un siglo después.

Ozon no hace referencias a la actualidad pero no es difícil poner a Meursault en conexión con la disociada frialdad con la que se conducen algunos criminales en la actualidad, de esos que entran a lugares públicos y matan gente por doquier como si fueran máquinas incapaces de sentir algún tipo de empatía por el otro. Meursault encima «mata a un árabe», lo cual también complejiza y torna controversial (pregúntenle sino a Robert Smith) la historia desde otra perspectiva, una más del tipo colonialista que sí estaba incluida en el texto original. De hecho, en la segunda parte de la novela y la película, centrada en el juicio y su personal quiebre/descarga posterior, a los fiscales y jurados les shockea más su impasividad en el funeral de su madre que el hecho de haber matada a un «indígena» (sic).

Esos elementos impactan en el film porque hoy uno tiene la sensación de estar rodeado de potenciales Meursault: en la calle, en las redes sociales, en ese espacio liminal entre lo real y lo virtual. Y EL EXTRANJERO en su versión cinematográfica lo refleja. No desde la puesta en escena ni en sus escenarios (sigue siendo la Argelia de 1930, no la Francia de 2025) sino desde el enervante espíritu que la recorre. Personajes como Meursault siguen siendo relevantes y temibles porque esas maneras de ver el mundo persisten y hasta parecen extenderse a diario. La película lo contiene en su última parte, en su descarga furiosa ante el capellán que lo visita en prisión, cuando por primera vez notamos que algo vibra adentro de esa cáscara que siempre parecía vacía. «Que el día de mi ejecución haya muchos espectadores y que me reciban con gritos de odio», dice aquí y en el texto el protagonista. Y esa frase es hoy igual de estremecedora que entonces.