San Sebastián 2025: crítica de «El mago del Kremlin» («The Wizard of the Kremlin»), de Olivier Assayas (Perlak)

San Sebastián 2025: crítica de «El mago del Kremlin» («The Wizard of the Kremlin»), de Olivier Assayas (Perlak)

por - cine, Críticas, Festivales
19 Sep, 2025 10:07 | Sin comentarios

Este film adapta la exitosa novela de Giuliano da Empoli centrada en un experto manipulador y estratega que logra perpetuar a Vladimir Putin en el poder a lo largo de varias décadas. Con Paul Dano, Alicia Vikander y Jude Law.

Tomando en cuenta la fama de la novela y de las personas involucradas en su producción, uno podía esperar mucho más de EL MAGO DEL KREMLIN, adaptación del best-seller de Guiliano da Empoli realizada por el director francés Olivier Assayas, alguien que ha sabido manejarse muy bien en el terreno de los thrillers políticos. Pero algo falla aquí y la película pocas veces cobra vuelo. Su estructura episódica, la ausencia (al menos durante un buen rato) de un conflicto central en el personaje y una actuación entre sobria y falta de vida de su protagonista, Paul Dano, hacen que la película sea más interesante por los tópicos sobre los que habla que como relato cinematográfico en sí.

Se ha hablado mucho en estos tiempos –y en Argentina especialmente– de esta novela y de cómo el personaje que presenta tiene cosas en común con algunas personas que se ubican en las sombras de líderes controvertidos del mundo. Donald Trump tiene su «mago», Javier Milei tiene (¿tenía?) uno y seguramente muchos de los políticos que coquetean con las autocracias tienen el suyo. Aquí el hombre se llama Vadim Baranov y se basa en Vladislav Surkov, quien fue durante muchos años consejero de Vladimir Putin y un hábil estratega para manipular la opinión pública de modo tal de perpetuar al líder (acá lo llaman directamente «zar») en el poder, creando enemigos falsos, inventando guerras, fomentando discordias, manipulando internet y lanzando campañas mediáticas que, una y otra vez, permitían que Putin se saliera con la suya. No solo él. Como queda claro, ese modo de pensar la estrategia política –que tampoco es del todo nuevo, convengamos– se extendió luego a todo el mundo a partir del uso que los rusos le dieron a la desinformación online, también conocidas como fake news.

Una primera incomodidad es que la película esté hablada en inglés con actores occidentales, pero yendo más allá de ese detalle, lo que se cuenta acá funciona como una serie de largos flashbacks que parten de una entrevista que un escritor norteamericano (Jeffrey Wright) le hace a Baranov al encontrarlo, aún joven pero ya retirado, en una dacha en un lugar perdido de Rusia. Interesado en su historia para escribir un libro sobre él, le da pie a Baranov a narrar qué fue lo que lo llevó a convertirse en ese mítico y misterioso «mago del Kremlin» haciendo un recorrido a su paso por la historia de la Unión Soviética y luego la Federación Rusa desde la caída del Muro de Berlín hasta mediados de la década pasada.

Y así los distintos episodios hablarán de la caída de Gorbachov, de cómo eso dio paso a la presidencia del alcohólico Boris Yeltsin (algunos momentos divertidos del film están en esta etapa) y al desaforado crecimiento de los oligarcas en el momento más capitalista de la historia de esa nación. El propio Baranov, que es un autor teatral metido en la «movida rusa» de esa época de rebelión juvenil, empieza a trabajar en televisión, especialmente en reality shows y en otros productos de ese tipo donde la realidad se manipula para entretener a la audiencia y no perder rating. Es en esa época que se enamora de una cantante y «chica de la movida nocturna» moscovita (Alicia Vikander), relación cuyas idas y vueltas marcarán, de un modo muy secundario y poco relevante, las pocas emociones que muestra el protagonista.

El problema principal del film pasa porque una vez que Baranov empieza a trabajar a las órdenes de Putin (Jude Law) –que llega al poder de la mano de los oligarcas para después hacer la suya–, la trama en lugar de crecer se achata, se vuelve repetitiva y mecánica, más allá de los inquietantes momentos que genera Law componiendo a un personaje frío, seco y calculador. Las estrategias y artilugios que Baranov crea, las venganzas con viejos amigos (esos oligarcas que pasaron a ser enemigos del régimen) y los conflictos que se despiertan a partir de sus manipulaciones se cuentan de una manera desprovista de emoción, de ritmo o de sustancia dramática. Es como si Assayas y su coguionista, Emmanuel Carrère, fueran pasando las etapas, los momentos y «descubrimientos» que Baranov como si fuera la lista de compras de un supermercado.

Los hechos en sí pueden ser impactantes –ver sino cómo usan a algunos personajes siniestros de las mafias y peligrosas bandas locales, cómo crean conflictos con Ucrania, invaden Crimea, despachan «traidores», manipulan internet, etcétera–, pero la película los presenta sin demasiada inventiva. No ayuda tampoco que Dano componga a un personaje que, podrá ser muy inteligente e ingenioso en el modo en el que manipula los hechos, pero en persona tiene el aspecto y el tono de voz apático de un burócrata de tercera línea al que nada parece moverle un pelo nunca. Quizás sea fiel al personaje real o a la versión de la novela, pero cinematográficamente lo que vemos es un tipo gris, que empuja a la película a tener ese tono chato, desprovisto de vida.

Y esa es la principal batalla perdida aquí por Assayas, ya que hacer una película de 160 minutos sobre algunos de los hechos más importantes de la política internacional de los últimos 25 años y no poder darles tensión o emoción es un desperdicio. Cuesta entenderlo viniendo de alguien que hizo un film (una serie, en realidad) política y vibrante como CARLOS, además de otros relatos –como BOARDING GATE o IRMA VEP— puramente ficcionales pero de todos modos llenos de adrenalina. A este MAGO DEL KREMLIN le falta eso: magia. Se nos cuenta que la tiene, vemos lo que eso genera, pero casi nunca la sentimos. Quizás ese sea el truco en la vida real, pero en el cine no funciona del todo bien.