San Sebastián 2025: crítica de «La Grazia», de Paolo Sorrentino

San Sebastián 2025: crítica de «La Grazia», de Paolo Sorrentino

por - cine, Críticas, Festivales
27 Sep, 2025 11:50 | Sin comentarios

Este film es un retrato reflexivo de un presidente italiano que enfrenta dilemas éticos y remordimientos personales al llegar el momento de tener que abandonar su cargo. Con Toni Servillo.

La palabra «gracia» tiene distintos significados según su uso y contexto. «Alcanzar un estado de gracia» tiene un origen religioso pero es parte ya del vocabulario común. Gracia es otra forma de decir «indulto» o algún tipo de perdón o clemencia legal o judicial. Gracia es ligereza, también es humor, solía usarse para preguntar el nombre de una persona (¿cuál es su gracia?) y en la película de Paolo Sorrentino significa un poco todo eso junto, al punto que uno podría pensar que la historia está construida en función del título, como si hubiera sido armada al revés.

¿Cuántas cosas podemos decir en relación a la «gracia»? En principio, muchas. Y el director de LA GRANDE BELLEZZA intenta abarcar varias en esta, para mí su película más sobria, sensible y menos rimbombante de toda su carrera. Sorrentino tiene una evidente tentación por el exceso y la grandilocuencia, así como ciertas elecciones audiovisuales muy propias y llamativas. Y en LA GRAZIA, si bien no desaparecen del todo, están contenidas, limitadas dentro de una película que busca esa ligereza, esa «gracia» de una manera más sutil y menos declamada que en otras de su carrera.

Eso genera que LA GRAZIA sea una película menos portentosa y exagerada que otras suyas, probablemente hasta más «aburrida» si uno puede usar esa palabra en este contexto. Pero para un cineasta que habitualmente no puede evitar llamar la atención de una u otra manera en sus películas, dar un pequeño paso atrás con sus dispositivos megafónicos puede ser visto como un paso en la dirección correcta. Y si eso vuelve a la película más melancólica, calma y, si se quiere, lenta, que así sea. Que el cine tampoco es una carrera de Fórmula 1.

Toni Servillo es aquí Mariano De Santis, un ficticio presidente italiano. En las democracias parlamentarias, los presidentes tienen un rol un tanto más secundario en el día a día que en otros países. Y de entrada, en textos sobreimpresos en la pantalla, Sorrentino da a entender que las funciones de De Santis tienen esas características: recepciones formales, firmas protocolares, designaciones y así. No todas son menores y las que lo conciernen acá se volverán fundamentales para entender su recorrido personal a lo largo de la historia.

De Santis –que es autor de un enorme tratado sobre Derecho Penal y un tipo en apariencia tranquilo y apocado– es viudo, está por abandonar su cargo, tiene una dieta estricta controlada por su hija Dorotea (Anna Ferzetti) y tiene como secreto apodo –todos lo saben pero nadie se lo dice– «hormigón armado», por ser ser algo así como un hombre gris, firme, correcto, aburrido y sólido. Es bien tratado por su equipo y empleados, en la calle lo tratan de modo respetuoso, pero él se sabe una persona un tanto irrelevante. En LA GRAZIA se topará con unas situaciones que le permitirán discutir esa definición.

De Santis tiene que lidiar con firmar tres peticiones que lo hacen dudar acerca de sus posturas ético-políticas. Un hombre demócrata cristiano se enfrenta con una ley para legalizar la eutanasia, algo que enreda algunas de sus convicciones. Los otros dos son perdones, indultos, «gracias», a dos personas encarceladas, condenadas por haber asesinado a sus respectivas parejas, en ambos casos en circunstancias bastante particulares y complejas. Mientras decide qué hace con eso y cómo maneja su retiro y su sucesión, Mariano se plantea varias cosas acerca de su vida. Extraña a su mujer fallecida, duda acerca de si ella le fue o no fiel, trata de conectar con sus hijos (ella lo ayuda en su tarea, él es un músico que vive en Canadá) y va haciendo una suerte de balance de su vida personal y profesional al acercarse su retiro de la vida pública.

Ese es el panorama que presenta Sorrentino en LA GRAZIA: una serie de dudas, miedos e inquietudes de un hombre que quizás siempre priorizó lo correcto y legal por encima de lo personal y subjetivo. Conectando con el título del film, una persona que no parece haber alcanzado esa situación de satisfacción consigo mismo ya que se reprocha hechos, actitudes y comportamientos. No es que quiera alcanzar la tan mentada gracia, pero sí quiere abordar esa última etapa de su vida, lo repiten más de una vez, de un modo más ligero. Sin tanta carga, tanto trauma, tanta pesadez.

Retrato de un hombre poderoso –algo usual en Sorrentino– que es esencialmente un buen tipo, LA GRAZIA no utiliza tanta pirotecnia audiovisual porque, más allá de cierto gusto desarrollado por el hip hop italiano y algún otro detalle de color típico del director de LA MANO DE DIOS, no hay aquí grandes «pases de magia», curiosas obsesiones ni ese tipo de emoción por la belleza femenina que termina muchas veces convirtiendo a las películas del realizador napolitano en retorcidas historias de musas bellas que iluminan todo a su paso. Acá –si bien el tipo tiene una particular obsesión con su fallecida esposa–, todo está manejado desde otro tipo de emoción: la gracia a alcanzar no pasa por enredarse en los ojos, la sonrisa o la figura de una mujer, sino por alcanzar un estado de aceptación de lo que uno es y de lo que hizo en su vida.

La película se mantiene bastante alejada de las problemáticas que azotan al mundo real. Si bien De Santis es presidente, sus obligaciones son más específicas y no están relacionadas con conflictos internacionales o grandes escándalos. De hecho, lo más curioso de un personaje así es que parece un sobreviviente de una época en la que los funcionarios eran grises, eficaces, correctos y hasta pasaban desapercibidos. La realidad, de todos modos, se cuela en la película por la negación. Al presentar de manera sobria y si se quiere cariñosa a un personaje como De Santis (Sorrentino hizo películas sobre los más rimbombantes y problemáticos Silvio Berlusconi y Giulio Andreotti, en todos los casos interpretados por Servillo), lo que LA GRAZIA presenta como ofrenda al mundo es un hombre cuya mayor transgresión en la vida consiste en pedir una pizza cuando la dieta dice quinoa. No será la elección más «ligera» del mundo, pero sí una que, al menos durante unos instantes, puede permitirle alcanzar un estado de gastronómica gracia.