
San Sebastián 2025: crítica de «Los domingos», de Alauda Ruíz de Azúa (Competición Oficial)
Una adolescente aparentemente convencional anuncia que quiere ingresar a un convento. La directora de «Cinco lobitos» muestra cómo esa decisión sacude a toda una familia, con ternura, ironía y una mirada abierta.
Me habla», dice Ainara, una adolescente de 17 años que escucha o cree escuchar a Dios y está pensando seriamente en convertirse en monja de clausura. No estamos ante un film de época ni frente a una película bressoniana ni los protagonistas son miembros una comunidad particularmente religiosa. Ainara es una chica en apariencia bastante convencional de Bilbao, con dos hermanas menores, un padre dueño de un restaurante y, quizás como detalle revelador, su madre murió hace ya varios años. Pero la vida de todos ellos es de lo más cotidiana y «normal»: Ainara se ve mucho con su abuela, tiene unos tíos que la adoran, un primo, amigas en el colegio con las que a veces sale, escucha los temas de la radio y eso. Va, sí, a un colegio religioso y canta en el coro allí, pero eso no necesariamente significa mucho. De hecho, casi todas sus compañeras se ríen un poco del asunto.
Pero Ainara (Blanca Soroa) un día le dice a su padre (Miguel Garcés) que quiere hacer una de esas pruebas que permiten confirmar o no si ser una monja es el camino indicado para ella. Y el padre, entre sus deudas, su desatención y su nuevo interés romántico, no parece demasiado preocupado por el tema. Lo que le molestaría es tener que pagarlo ya que está, dice, al borde de la quiebra y ha pedido un préstamo de 310 mil euros que tiene que cubrir. Más consternada está su atea y anticlerical tía Maite (Patricia López Arnáiz), su ácida y directa abuela (Mabel Rivera) y, a su manera, su tío Pablo (el actor argentino Juan Minujín). Pero ninguno de los tres logra dar en la clave y torcer ese deseo que parece inamovible.

La realizadora de CINCO LOBITOS combina de manera magistral emoción, misterio y humor durante buena parte de una película que persigue una incógnita de difícil resolución. Se podría pensar que Ainara, como la protagonista de LA NIÑA SANTA, confunde devoción religiosa con deseo sexual, ya que hay un chico que le gusta pero cuya relación va y viene, como sucede en muchos relaciones entre chicos de su edad. También está un velado y potencial conflicto con la nueva pareja de su padre. O el tema quizás nunca hablado en profundidad de la muerte de su mamá. Pero la realizadora elige evitar explicaciones directas. La chica quiere ser monja a la antigua, de clausura y –salvo excepciones– voto de silencio. Y varios se unirán para hacerla cambiar de opinión. ¿Podrán?
Hay algo elocuente y fascinante en la manera que la chica se conduce hacia su destino, con una seguridad a prueba de todo. Es Maite la que, incómoda por la decisión y enojada por la abulia de su hermano, toma las riendas de tratar de convencerla de que no de ese paso. Pero la mujer también tiene sus problemas (de pareja), sus tensiones y carga con frustraciones varias. E igualmente misterioso es el padre de Ainara, una suerte de maestro del «preferiría no hacerlo» que en el fondo parece pensar que es mejor para la chica estar entre las monjas que rodeada de hormonales adolescentes con otras intenciones.
LOS DOMINGOS tiene la inteligencia –al menos hasta un final que se vuelve un tanto más severo– de incorporar ambas miradas y tratarlas con relativo respeto. No es una película que quiere probar que la chica está siendo engañada y atraviesa un momento confuso en su vida, ni tampoco una que intente demostrar que la vida religiosa es el mejor camino posible. Al no burlarse de unos ni de otros (o sí, por momentos, pero de ambos), Ruíz de Azúa deja la puerta abierta para entender no solo que son dos caminos posibles, sino que la de Airana es una opción como cualquier otra. Somos los espectadores –cada uno con su punto de vista– los que veremos pros y contras en cada opción.

La directora, cuya serie QUERER está disponible online (en la Argentina se puede ver en Flow), trabaja en un universo «marteliano» que pendula entre lo místico y lo popular, entre el deseo y la devoción y, sobre todo, se entromete en esas familias que se ven a sí mismas como convencionales pero tienen zonas oscuras y tensiones de larga data calentando a fuego lento durante años. Y la decisión de Ainara las dispara a todas a la vez. En medio de eso, la realizadora vasca encuentra resquicios para el humor en los diálogos, en algunas confusas situaciones que se presentan, en algunas salidas curiosas de la abuela o hasta del «tío Pablo», que trata de convencerla de cambiar de idea mediante bromas, bromas que su mujer no soporta.
En la última parte la película golpea de manera un tanto más directa y menos sutil, pero sin traicionar su esencia, esa mirada que no juzga a sus protagonistas y que prefiere pintarlos en tonos de gris más que transformarlos en héroes y/o villanos. Con un cuidado formal destacadísimo y un grupo actoral sin fallas, Ruíz de Azúa incorpora de manera lateral esas «grietas» que existen en grupos de amigos o familiares, personas cercanas en lo cotidiano pero que viven en micromundos completamente distintos unos de otros. Airana ha optado, en una edad en la que todo parece claro pero nada en el fondo lo está, por moverse hacia un lado de esa grieta. Y la película propone que los que vemos esa decisión de afuera y un poco azorados hagamos un esfuerzo por comprenderla. Y sacar, en la medida de lo posible, nuestras propias conclusiones.