
San Sebastián 2025 / Estrenos online: crítica de «Jay Kelly», de Noah Baumbach (Netflix)
George Clooney y Adam Sandler cumplen, pero este relato del director de «Frances Ha» nunca logra superar el tono de autocompasión hollywoodense. En Netflix desde el 5 de diciembre.
A todo director le llega su momento felliniano, su intención de hacer alguna variación de 8 1/2 mezclado con el espíritu bergmaniano de CUANDO HUYE EL DIA. A pocos directores les sale bien (ver sino LOS SECRETOS DE HARRY, de Woody Allen, una de sus películas más flojitas de una buena época suya) y Noah Baumbach no es la excepción. Hay, sí, una diferencia: el que cuenta JAY KELLY no es un viaje de repaso introspectivo y bloqueo creativo centrado en la vida de un cineasta, sino en la de un actor. En este caso, George Clooney. O, digamos, Jay Kelly, que es una versión parecida a lo que uno imagina es la vida de Clooney.
Baumbach, director de comedias y dramas de variada intensidad (HISTORIA DE UN MATRIMONIO,. THE MEYEROWITZ STORIES, FRANCES HA), se mete de lleno en uno de esos viajes geográficos y psicológicos para contar la crisis personal de una megaestrella de Hollywood que, llegado un momento de su vida, se da cuenta que quizás haya vivido de un modo equivocado. La película arranca con un muy elaborado plano secuencia que muestra a Jay Kelly terminar con una escena de muerte un rodaje, ser mimado por media docena de asistentes en un mundo que parece pendiente de sus pasos. Es una megaestrella y todo se mueve literalmente a su alrededor: es el centro del universo.

El equipo que lo rodea está pendiente 24/7 de él, aún a costa de poner en riesgo sus propias vidas familiares, empezando por su manager, Ron (Adam Sandler) que tiene devoción por su cliente pero también una familia (Greta Gerwig, esposa de Baumbach en la vida real, encarna brevemente a su pareja) a la que adora y que lo demanda. Más tarde aparecerá su publicista Liz (Laura Dern), otra que trabaja para él hace años de manera que parece devota. Es que Kelly, como Clooney en la vida real, puede ser una megaestrella pero hace denodados esfuerzos –o actúa muy bien– para parecer un ser humano accesible y más o menos normal.
Dos hechos lo hacen entrar en crisis. El primero es enterarse que su hija adolescente (Grace Edwards) prefiere irse con amigos a Europa antes de pasar un tiempo con él previo a irse a la universidad, ese momento simbólico, especialmente en los Estados Unidos, en el que parece que padres e hijos ya nunca más se volverán a ver. El quiere aprovechar para estar un poco con ella antes de empezar un nuevo rodaje de una película indie de dos hermanos neoyorquinos (suena muy Safdie Brothers), pero ella le deja entrever que ya es un poco tarde para hacerse el «padre presente».
El otro es la muerte de Peter Schneider (Jim Broadbent), un director de cine amigo suyo de toda la vida que estuvo muy deprimido porque ya no conseguía financiación para sus películas. Y la angustia se la despierta el hecho de que él pudo haberlo ayudado actuando para uno de sus proyectos y nunca lo hizo. Como tercera crisis potencial, en el velorio se presenta un «asuntillo» más. Su nombre es Timothy (Billy Crudup), un viejo amigo de la juventud con el que tomaba clases de actuación y que nunca logró triunfar en el rubro. Ambos van a tomar algo juntos y, tras compartir momentos risueños, Timothy le confiesa que lo odia y lo culpa de su fracaso actoral, por haberle robado un papel que, dice, le correspondía a él.

Esta sumatoria de hechos hace que Jay decida soltar amarras, dejar en suspenso su nuevo proyecto e irse a Europa a estar junto a su hija en Francia y luego ir a Italia donde le van a dar un premio a su carrera en un pequeño y coqueto festival de cine. El viaje se organiza de un modo casi militar: una decena de personas, avión privado, varios autos y si hace falta se usarán helicópteros. Y será ese recorrido el que Baumbach usará para confrontar a Kelly con su presente y, especialmente, con los errores o decisiones del pasado que lo afectan hoy.
Baumbach intentará, como corresponde en estos casos, ir y venir entre el presente y el pasado usando flashbacks que se incorporan como salidas laterales al relato y en los que Kelly va reviviendo momentos clave de su historia personal: su relación con su viejo amigo, con ex mujeres, con sus dos hijas (Riley Keough encarna a la otra, con la que se lleva aún peor), con su padre y así. A la par, la película nunca abandonará del todo a Ron, que lo apoya y lo acompaña pero que también se siente maltratado por sus clientes. Y no solo por Jay.
La película muy pocas veces logra salir del ombliguismo hollywoodense del «niño rico con tristeza», con un personaje que se lamenta no haber estado presente con su familia mientras dedicaba su vida a su carrera, al dinero y a la fama. Raramente la película le escapa a esa zona de narcisismo extremo que habita toda la trama. Y aún cuando tenga varios momentos simpáticos, dolorosos y guiños inteligentes a la industria, JAY KELLY nunca deja de ser autoconmiserativa e indulgente, una película que intenta unir puentes entre lo público y lo privado de una manera que se siente bastante falsa. Ya en Italia, cuando Kelly empieza a quedarse solo, abandonado por casi todos los que lo rodeaban, Baumbach intentará poner en su «haber» la alegría que este buen hombre le dio al mundo gracias a sus papeles cinematográficos, pero se sentirá como una justificación perezosa y hasta poco sincera.

Si bien Baumbach nunca fue un cineasta visualmente muy creativo –lo suyo pasa más por sólidos guiones, buenos diálogos y complejos personajes–, JAY KELLY se la siente como una película particularmente fea, torpe, con momentos paisajístico-pintoresquistas que no están a la altura ni del cineasta ni de la propuesta. En la segunda mitad del film, especialmente, intenta adquirir un tono de comedia alla italiana que le sale particularmente mal. Clooney y Sandler buscan encontrarle la vuelta y la coherencia a todo el asunto, pero nada converge demasiado bien.
Lo que salva al film de caer en el tedio es un elenco de actores notables que pocos directores son capaces de reunir en una misma película. Además de los antes citados aparecen Patrick Wilson, Josh Hamilton, Alba Rohrwacher, Eve Hewson, Isla Fisher, Lars Eidinger, el veterano Stacy Keach –que interpreta a su padre– y Emily Mortimer, que además es coguionista del film. Pero no es suficiente. De hecho, tanto actor reunido no hace más que reforzar la sensación de «palmadita en la espalda por nuestros pecados» que parece presentar la película como idea matriz. JAY KELLY pretende decir ago así como «quizás fuimos malos padres, pésimos amigos y personas bastante horribles, pero le dimos alegría a millones de espectadores con nuestras películas». Pero al menos en función de lo que se ve y se cuenta acá, el razonamiento no logra ser muy convincente.