
Series: crítica de «Black Rabbit», de Zach Baylin y Kate Susman (Netflix)
En Nueva York, el dueño de un restaurante, Jake, debe lidiar con su impredecible hermano Vince, cuyos crecientes deudas y decisiones imprudentes los arrastran a ambos a una espiral de crimen y caos. Con Jude Law y Jason Bateman. En Netflix, desde el 18 de septiembre.
Cuando en un proyecto se conjugan un montón de elementos adecuados, hasta ideales, y no logran alcanzar el nivel artístico deseado, uno se pregunta qué es lo que no cuajó del todo bien. BLACK RABBIT tiene todo para ser una gran serie, de esas que uno ve esperando encontrarse con una de las mejores del año. Tiene una trama policial en las calles de Nueva York con reminiscencias al cine americano de los ’70, un elenco excelente encabezado por Jude Law y Jason Bateman, varios directores de lujo a cargo de los episodios (Justin Kurzel, Laura Linney, el propio Bateman) y una atmósfera dura, sucia y pesada que se combina con algunos de los lugares más trendy de la ciudad. ¿Qué puede salir mal?
Empecemos por lo bueno. BLACK RABBIT no es una mala serie sino que es una que no cubre las expectativas ni logra ir más allá del retrato del mundo en el que los personajes habitan. Hay una relación central entre los dos hermanos protagonistas que es modélica y una serie de personajes secundarios que los complementan muy bien. Hay ritmo, tensión, nervios, suspenso, violencia, drama. ¿Qué falla? Simplificando, uno podría decir que el guión, responsabilidad de sus creadores, Zach Baylin y Kate Susman. Da la impresión que los autores no hicieron otra cosa que acumular citas, homenajes, referencias y hasta imitaciones del formato «thriller urbano y nervioso en Nueva York», los pusieron en una licuadora y los acumularon como patitos en fila. Así, BLACK RABBIT termina siendo más un gesto, un ejercicio de estilo acerca de un subgénero que solo capilarmente atraviesa.
Uno podría decir que la serie toma la mecánica del MEAN STREETS de Martin Scorsese, la adapta a una muy cambiada Manhattan de medio siglo después (el barrio en el que transcurre es cercano a Little Italy, pero la zona ya no es igual a entonces), le quita la parte religiosa y le tira un compilado de recursos dramáticos y giros narrativos de una serie actual que necesita sostenerse ocho episodios. El estilo será deudor de Scorsese, sí, y también de muchos intensos thrillers neoyorquinos (de TARDE DE PERROS a UNCUT GEMS), pero la lógica que lo atraviesa está más determinada por un algoritmo que pide, casi que exige, que siempre, todo el tiempo, esté pasando algo tremendo, fundamental, decisivo. Y así BLACK RABBIT no termina por respirar nunca, no tiene volumen dramático suficiente ni se amplifica emocionalmente. Solo se expande en una serie de eventos desafortunados que no paran de crecer. Es, a fin de cuentas, casi un catálogo de la cantidad de malas decisiones que pueden tomar sus protagonistas en muy poco tiempo.

Jake Friedken (Jude Law) es el dueño de un restaurante de moda en el bajo Manhattan, cerca del Brooklyn Bridge. Todo parece ir muy bien allí: está por venir una crítica del New York Times, el público no para de crecer y se siente la «vibra» de un lugar vivo, hot. Hay, sí, algún atisbo de inconveniente cuando una empleada se va a su casa a la madrugada tras una larga noche –Black Rabbit es restaurante pero también es bar y tiene un VIP que sigue hasta altísimas horas– que parece haber terminado mal. En paralelo y muy lejos de ahí (en Reno, Nevada), Vince Friedken (Jason Bateman), su hermano mayor, se mete en líos cuando quiere vender una colección de monedas raras, se las roban y termina pisando con un auto y matando a quien se las robó.
Jake es un tipo cool, elegante, siempre bien vestido y amable. Vinces es todo lo contrario: no parece haberse bañado ni afeitado ni lavado la cabeza en semanas y anda siempre con un par de camisetas viejas de Pixies y Sonic Youth. Pero son hermanos. Con un historial familiar complicado, pero hermanos al fin. Por eso, cuando Vince llama desesperado a Jake para que lo acoja en Nueva York, Jake acepta. Uno ya se da cuenta que Vince será un problema para su hermano –como Robert De Niro en el film de Scorsese, es un tipo impredecible, un problema que siempre parece estar punto de explotar–, pero todo se hace más evidente cuando el tipo, apenas pone sus pies en la ciudad, se topa con dos matones que le reclaman una deuda de 140 mil dólares. Obvio que Vince no los tiene y su hermano en apariencia tampoco. Existe la opción de vender la casa de la fallecida madre de ambos, pero eso tampoco saldrá bien. ¿Cómo se las rebuscará el tipo para conseguir el dinero y no perder todo en el intento?
Eso es tan solo el punto de partida de una serie que acumula calamidades varias por episodio. En el restaurante hay otros problemas ligados a algunas situaciones de abusos sexuales, hay una periodista que mete las narices y hay tensiones románticas entre el separado Jake, la diseñadora Estelle (Cleopatra Coleman) y un célebre músico llamado Wes (Sope Dirisu), que es uno de los socios y caras conocidas en la promoción del restaurante. A la vez hay tensiones con la chef, Roxie (Amaka Okafor) y con algunos clientes incómodos pero difíciles de echar del lugar sin crear problemas. Vince tiene además una hija (Odessa Young) con la que no se lleva bien pero, sobre todo, un trío de mafiosos –el ganador del Oscar Troy Kotsur, Chris Coy y Forrest Weber– que no se detendrán hasta que Vince ponga billete sobre billete. Y para eso, inevitablemente, el tipo terminará involucrando a su hermano, que es más inestable y oscuro de lo que parece. Y todo eso sin hablar de las situaciones vividas en el pasado por los hermanos, que terminarán complejizando aún más la historia.

Sin demasiados elementos que compiten entre sí en un relato que prefiere la intensidad permanente por sobre la credibilidad, haciendo que ante cada situación todos los personajes tomen siempre la peor decisión, la que cualquier espectador sabe que los hundirá aún más en el caos. Tener una deuda a pagar contrarreloj es un recurso más que trillado del género, pero muchas veces se ha resuelto bien. Acá eso no sucede. BLACK RABBIT empieza con un teaser de algo que sucederá más cerca del final de la serie (un robo al restaurante) y vuelve un mes atras. Cuando regresa a esa escena y desarrolla sus consecuencias a lo largo de los últimos dos episodios, dirigidos por Kurzel, parece encontrar su ritmo. Es como si todo lo anterior fuera el background de una película de dos horas que debería empezar ahí. De haber sido esto una película, con un par de flashbacks se podía contar casi todo lo que la serie desarrolla a lo largo de casi seis de sus ocho episodios.
Todo esto no le quita clima ni potencia ni intensidad a la serie, pero raramente uno logra creerse lo que está sucediendo. Bateman y Law son dos actores muy distintos en muchos sentidos, pero logran darle una cierta credibilidad a esa relación. Y en los momentos en los que la exploran con cierta profundidad, la serie crece. Pero los creadores están más preocupados por hacerlos correr, hablar apurados por teléfono, andar a 200 kilómetros por hora por las atestadas calles de Manhattan y abrir todas las puertas equivocadas, por lo que es poco lo que uno puede profundizar lo que pasa ahí, más allá de un par de flashbacks a su infancia que intentan más que nada justificar porque los hermanos, pese a todas sus diferencias, nunca logran cortar ese lazo que los hunde a ambos en una espiral descendente.
Una muy buena banda de sonido que incluye a The Strokes, Nirvana, The Walkmen, Fontaines D.C., The War on Drugs, Eels, Beastie Boys y también standards de jazz ayuda a darle un tono hipster a la serie (los hermanos Friedken, de hecho, solían tener una banda indie llamada The Black Rabbits 25 años atrás, con un hit radial y todo), pero no logran transformarla en algo más que un gesto, una referencia más de las tantas que intentan darle a la serie una pátina de realismo urbano neoyorquino. Las verdades que expresan las películas que BLACK RABBIT homenajea brillan por su ausencia. Lo que se luce, más que cualquier otra cosa, es su cáscara. Si con eso se dan por satisfechos, la disfrutarán. Los que busquen algo un poco más profundo y complejo que eso, quizás no tanto.