Series: crítica de «Las maldiciones», de Daniel Burman (Netflix)

Series: crítica de «Las maldiciones», de Daniel Burman (Netflix)

En el norte de Argentina, el hombre de confianza del gobernador secuestra a su hija durante la votación de una importante ley sobre la explotación del litio. La negociación contra reloj expone la verdadera naturaleza del poder. Con Leonardo Sbaraglia, Gustavo Bassani, Alejandra Flechner y Monna Antonopoulos. Desde el 12 de septiembre por Netflix.

Volviendo sobre el mundo de los manejos oscuros y los secretos de la política –tal como lo hizo en EL REINO–, Claudia Piñeiro escribió LAS MALDICIONES, otro film que combina las vidas de políticos, asesores, secretarios y candidatos en una trama que mezcla lo público con lo privado. Modificada sustancialmente para su adaptación serial, la versión creada por Daniel Burman tiene la estructura de una serie pero la duración y un tipo de narración más propio de una película. Tres episodios de 40 minutos no es ni más ni menos de lo que dura un film tradicional, por lo que casi convendría tratar a la serie como tal.

Hay, sí, una cierta lógica ligada a la subdivisión ya que el segundo episodio transcurre en el pasado y funciona como una suerte de flashback que aclara muchos de los puntos de la trama, pero más allá de eso LAS MALDICIONES procede como un film. O, por su enfoque y concentración, lo que en otros momentos se solía llamar un telefilm. Viéndola, de hecho, uno podría tener la sensación de que es una primera temporada de algo que continuará, pero en términos de adaptación no es así ya que concluye más o menos en el mismo punto que la novela. De todos modos eso no quiere decir nada: si la serie funciona las desventuras del gobernador Fernando Rovira bien podrían continuar.

Leonardo Sbaraglia encarna –con un remedo que le quedó de acento norteño tras interpretar a Carlos Menem– al tal Rovira, un gobernador del norte de la Argentina que está trabajando para que el Congreso no saque una ley que le impediría explotar el litio en su provincia, «apoyado» en su esfuerzo por empresas extranjeras interesadas en esa explotación y hasta por su propia madre, una suerte de Lady Macbeth local (Alejandra Flechner), que maneja los hilos de lo que hace su hijo, pese a su reticencia.

Pero todos los planes se trastocan cuando Zoe (Francesca Varela), la hija de doce años de Rovira desaparece. Si bien está siendo llevada en auto por Román Sabaté (Gustavo Bassani), su secretario, no contestan sus llamados y todos sospechan de la situación. Después de un tiempo empieza a quedar claro uno de los objetivos: Román la tiene secuestrada para forzar a su jefe a votar de otra manera, a apoyar la ley que quiere impedir. En principio, Rovira tiene que lidiar entre aceptar el chantaje, encontrar y detener al secuestrador, o seguir sin cambiar su decisión. Pero pronto se revelará que hay más cosas por detrás del secuestro.

El segundo episodio va doce años para atrás y cuenta la llegada de Sabaté a trabajar para Rovira, entonces casado con Lucrecia (Monna Antonopoulos). Y lo que pasa en ese momento es fundamental para entender lo que está sucediendo en el presente, ya que allí lo público y lo privado se mezclarán de una manera que luego será difícil de separar. Volviendo a la actualidad, la tensión por el secuestro irá creciendo en paralelo a las negociaciones políticas, aunque ya con el espectador sabiendo que hay nuevos y secretos elementos en juego.

Entre las alteraciones y diferencias con la novela original –que ponía un eje en el dato de que ningún gobernador de la provincia de Buenos Aires ha llegado jamás a presidente y los esfuerzos por hacer algo drástico para modificar eso–, LAS MALDICIONES cambia de provincia y de intriga política específica, poniendo el eje en el actual y acuciante problema de la explotación salvaje de los recursos naturales. Pero en lo esencial sigue siendo una novela (y un guión) que pone el foco en los secretos, mentiras, traiciones y trampas de la clase política, especialmente en la manera en la que usa y descarta a las personas que trabajan para ellos.

Accesible, simple y directa, sin excesivos giros ni vueltas de tuerca de más –de hecho, muchas subtramas y personajes de la novela han desaparecido–, la serie dirigida por el propio Burman y Martín Hodara no es, y menos en estas delirantes circunstancias políticas actuales, particularmente provocadora, pero sí pone el acento en las manipulaciones de la clase dirigente, una que poco y nada tiene que ver con las necesidades reales de la población, por más que casualmente puedan coincidir. El concentrado elenco –que incluye además en llamativamente breves participaciones a Osmar Núñez, César Bordón, María Ucedo y Nazareno Casero– ayuda a que la serie crezca en peso y tensión dramática. Y el caliente clima político ayuda también.