Series: crítica de «Mussolini: hijo del siglo» («Mussolini: Son of the Century»), de Joe Wright (MUBI)

Series: crítica de «Mussolini: hijo del siglo» («Mussolini: Son of the Century»), de Joe Wright (MUBI)

Esta serie adapta la primera de las novelas de Antonio Scurati centrada específicamente en el ascenso de Benito Mussolini al poder en la Italia de los años 1920. Desde el 10 de septiembre en MUBI.

No es sutil Joe Wright, ni el guión escrito por Stefano Bises, ni probablemente la biografía que hizo Antonio Scurati sobre la figura de Benito Mussolini. Es, por decirlo de algún modo, todo lo contrario: brutal, directo, a los gritos y sin vueltas. También lo era Mussolini, por lo cual la idea motora puede ser extraordinaria. Tiene, sí, un problema: estar encima de un personaje como ese, en ese tono, durante ocho episodios, puede conducir al hastío, al agotamiento. MUSSOLINI: HIJO DEL SIGLO lidia de manera complicada con esa dualidad: captura algo esencial de Duce y del movimiento político y hasta estético que lo rodea, pero genera la agobiante sensación de pasarte varios días de tu vida en medio de una banda de fachos psicóticos insoportables.

El realizador de ORGULLO Y PREJUICIO juega acá sus cartas más experimentales. Su serie está construida como una suerte de performance multimedia: un poco teatro, un poco cine, otro tanto ópera, un pelín de instalación y bastante de musical. En un sentido estricto, no es un musical, pero en su manera de estar narrado, filmado, en el ritmo e intensidad de sus planos, en la puesta en escena artificiosa y hasta en las canciones (más bien marchas políticas) que cantan sus militantes, bien podría serlo. Operístico de una manera que remeda a Paolo Sorrentino pero también a ROMEO Y JULIETA, esta serie sobre el ascenso al poder de Mussolini testea los límites de la paciencia y la tolerancia del espectador mientras que a la vez le da mucho material para analizar. Es, o sea, digamos, como escuchar un discurso largo de Javier Milei: insoportable y al mismo tiempo fascinante.

La conexión no es caprichosa. Esta recorrida por los manejos políticos, las traiciones personales, las peleas internas y los crímenes cometidos por los originales fascistas desde que se formaron como tales hasta que llegaron al poder máximo en Italia (la serie va de 1919 a principios de 1925) permite observar un fenómeno con muchos puntos en común al ascenso, estos años y en todo el mundo, de las nuevas derechas. Benito es un tipo que viene de afuera del aparato político tradicional –de la casta, digamos–, llega con un grupo agresivo de sujetos desconocidos a incomodar al débil rey y a los presuntuosos políticos, y de a poco –al principio lo siguen apenas unos pocos delirantes y matones– logra colarse en el sistema: un diputado, gritos, más diputados, más gritos y algunos asesinatos, y más poder hasta llegar a dominarlo todo mediante el miedo y la intimidación.

Mussolini captura un descontento social con muchas similitudes al que líderes como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Milei captarían un siglo después en sus respectivos países. Un fastidio popular ligado entonces al regreso de la Primera Guerra Mundial y la falta de oportunidades para aquellos que la pelearon. Y es esa creciente base –a la que pronto traicionará para ser la mano dura de la alta burguesía amenazada por las conquistas sociales– la que irá sosteniendo las cada vez más arriesgadas decisiones de Benito y de sus esbirros que, a lo largo de los episodios, va quedando en claro que son aún más virulentos que él. Luca Marinelli, irreconocible, captura a un Duce agresivo y desagradable, verbalmente ingenioso y políticamente astuto que, rodeado de una banda de matones, se convierte él mismo –pese a sus muchas dudas iniciales, tomando en cuenta sus antecedentes previos como «intelectual»– en un matón. Verborrágico e irónico, pero matón al fin.

EL HIJO DEL SIGLO repasa muchos de los episodios canónicos de la vida de Mussolini durante esos años, los hechos políticos clave de su carrera (de su incómoda relación con el mítico Gabriele D’Annunzio al sonoro asesinato del político socialista Giacomo Matteotti pasando por incontables y brutales palizas de los fascisti a cualquiera que se les oponga), su tensa relación con su esposa Rachele (Benedetta Cimatti), con sus muchas amantes (la principal fue la escritora Margherita Sarfatti), con sus compañeros que portan la «camisa negra» de rigor y con sus más acérrimos rivales. Pero lo que trata de capturar Wright es, más que nada, el espíritu de una época. Remedando en su búsqueda estética al expresionismo alemán que surgía en esos mismos años, el realizador inglés de LAS HORAS MAS OSCURAS arma un cacofónico relato de capas, ángulos curiosos, actuaciones sobredimensionadas (nadie habla, todos gritan) y un protagonista hablando todo el tiempo a cámara cual comentarista ácido de sus propias y peculiares decisiones políticas.

Es demasiado. Y si con la verborragia del personaje y el tono altisonante de la puesta no fuese suficiente, el asalto a los sentidos lo completa la música tecno (de uno de los integrantes de The Chemichal Brothers, Tom Rowland) y, especialmente, la sangrienta manera en la que la violencia inunda la pantalla con toda la crudeza a la vista. El circo caótico del ascenso del fascismo es abrumador y su intrigante actualidad –la serie deja en claro la inmensa fragilidad de la democracia aún cuando el partido que la destruye es una minoría– no necesariamente justifica sus medios. Es cierto que uno puede verla y pensar que, con algunas diferencias, bien podría mostrar el ascenso al poder de muchos otros líderes (desde Adolf Hitler a los recientes personajes de la ultraderecha), pero eso no alcanza para transformar a EL HIJO DEL SIGLO en una experiencia tolerable, especialmente cuando demanda ocho horas de inyección –crítica, pero inyección en sí– de fascismo en sangre.

Wright deja las comparaciones a la vista. Mussolini dirá «Make Italy Great Again» y dará discursos que bien podría hacer cualquiera de sus actuales imitadores. La importancia de recuperar lo más siniestro del personaje en esta época en la que todo se olvida y se vuelve «icónico» es valiosa; y lo mismo pasa con el modo inteligente en el que el guión del autor de la excelente ESTERNO NOTTE lo construye como un tipo bastante más timorato y «pelele» de lo que sobreactúa ser. Pero se hace difícil abordar la serie sin querer apagar cada quince minutos. La realidad que nos atraviesa tiene demasiadas similitudes como para que uno tenga ganas de someterse a más de lo mismo. Scurati escribió cinco libros ya que abarcan toda la carrera de Il Duce, de los cuales este es tan solo el primero. Si la serie funciona habrá que estar preparado para soportarlo muchas horas más. Propongo mejor leerlos que filmarlos…