Series: reseña de «El refugio atómico», de Alex Pina y Esther Martínez Lobato (Netflix)

Series: reseña de «El refugio atómico», de Alex Pina y Esther Martínez Lobato (Netflix)

En un búnker de lujo diseñado para soportar cualquier tipo de desastre imaginable, un grupo de multimillonarios se ve obligado a convivir ante la amenaza de un conflicto mundial sin precedentes. La nueva serie de los creadores de «La casa de papel» se estrena el 19 de septiembre.

El formato que presenta EL REFUGIO ATOMICO parece construido a modo de combinación de otras fórmulas ya probadas y exitosas por la propia Netflix. Tiene algo de EL JUEGO DEL CALAMAR, otro poco de EN EL HOYO, bastante de BLACK MIRROR y, obviamente, mucho de LA CASA DE PAPEL, la serie que consagró a sus creadores. Hay una trama futurista y tecnológica, una lucha de clases jugada en un recinto cerrado, un pesimismo sobre el futuro de la humanidad, y una mirada entre crítica y fascinada por los avances de la Inteligencia Artificial y otros desarrollos de ese tipo. El resultado es exactamente eso: una mezcla de ingredientes que es menor que la suma de sus partes.

Como varios de estos referentes, la acción de EL REFUGIO ATOMICO funciona, en su gran mayoría, dentro del reducto que le da título a la serie. Antes de llegar a eso la serie nos presenta un conflicto familiar que será central a la trama: un joven llamado Max (Pau Simón), hijo de una familia de empresarios muy adinerados, viaja con su novia en coche, tienen un brutal accidente, él escapa y ella muere. El pasa años en la cárcel, sufriendo y endureciendo su carácter, hasta que tres años después, sale. Su padre lo viene a buscar con una noticia urgente: hay un conflicto internacional inminente y ellos han comprado un espacio en un lujoso búnker subterráneo para multimillonarios al que deben ir de manera urgente. Max no quiere hacerlo, pero lo fuerzan a ir igual.

Se trata de una suerte de futurista hotel tecnológico, una especie de nave espacial secreta y oculta en la que los más ricos de Europa estarán resguardados de un potencial fin del mundo. Max ahí se reencuentra con el padre de la que chica que accidentalmente mató (los argentinos Joaquín Furriel y Agustina Bisio, su nueva esposa), Asia, la hermana de la fallecida (Alicia Falcó) y con el resto de su familia, que incluye a sus propios padres (Natalia Verbeke y Carlos Santos), los padres de Max. Es obvio que entre todos ellos hay una enorme tensión y que ese será uno de los núcleos dramáticos iniciales de la trama.

El otro pasará por entender qué es lo que realmente sucede en ese búnker. La información se revela al final del primer episodio pero algunos pueden considerarlo como SPOILER, así que si no quieren enterarse en parte qué se revela allí pueden saltar el resto de este párrafo. Allí queda claro que los creadores del búnker, los que han diseñado el lugar y cobrado una altísima suma a sus «clientes» por su estadía, están engañando a los «huéspedes» de una manera tecnológicamente compleja. Digamos que lo que está sucediendo en realidad no es tal cual como ellos lo creen y que los organizadores –liderados por Minerva (Miren Ibarguren)– tienen otras intenciones para con los multimillonarios allí alojados.

Es así que la trama se desarrolla por varios lados paralelos. Los conflictos entre los huéspedes, entre ellos y los «trabajadores» del lugar (todos usan ropas de colores definidos, similar en concepto a EL JUEGO DEL CALAMAR) y entre los organizadores internamente. En paralelo, la serie acumulará flashbacks del pasado de muchos de estos personajes para que entendamos quiénes son, de dónde vienen y cuáles son sus intenciones. El asunto no pasa, necesariamente, por la supervivencia ligada al fin de los tiempos, si no por algo que se parece un poco más a una rara versión de la lucha de clases.

La serie suma una serie de situaciones dramáticas, románticas, asuntos sexuales, problemas de parejas, traumas familiares y otros recursos que le dan, lamentablemente, un tono de culebrón bastante poco interesante. Hay un material potencialmente rico dando vueltas alrededor de la trama –de las guerras nucleares a lo manejos de dinero de los multimillonarios, de las broncas que el «99,9 por ciento» de la población tiene con el «0,1 por ciento» de los multimillonarios, de las alteraciones a la realidad que puede provocar la manipulación de información y la Inteligencia Artificial–, pero todo eso tiende a quedar opacado por una serie de subtramas no demasiado relevantes sobre las vidas personales de una serie de personajes que no son particularmente ricos ni complejos, sino más bien estereotipos.

Como serie ambiciosa, cara y conceptualmente fuerte, es muy probable que EL REFUGIO ATOMICO llame la atención y despierte controversias. Hay una mirada política que circula que es, por lo menos, discutible (lo que sucede aquí me hace acordar a aquella frase de Donald Trump acerca de «hay buena gente de ambos lados» o su opuesto), algunas observaciones ácidas sobre el mundo que vivimos («Nos han domesticado con sueldos de mil euros, pizzas a domicilio y Netflix«, dice una de las protagonistas de una serie que emite precisamente Netflix), caprichosas escenas de acción que no siempre son lo que parecen ser y un exagerado interés por tediosas conversaciones supuestamente íntimas de los protagonistas. Si bien es una serie que tiene sus puntos de interés desde sus temáticas actuales y/o de futuro inmediato, no hay suficiente sostén dramático para mantenerla a flote.