Venecia 2025: crítica de «Hiedra», de Ana Cristina Barragán (Orizzonti)

Venecia 2025: crítica de «Hiedra», de Ana Cristina Barragán (Orizzonti)

por - cine, Críticas, Festivales
03 Sep, 2025 05:22 | Sin comentarios

La directora ecuatoriana de «La piel pulpo» construye un relato delicado sobre dos extraños que podrían ser familia… o simplemente necesitan creer que lo son. En Orizzonti.

Un film de sensaciones, estímulos táctiles, movimientos, HIEDRA se maneja en una zona que va más allá del retrato social para optar por un acercamiento más personal, intuitivo y emocional a la historia que cuenta y los personajes que retrata. Es una historia de madres y de hijos, de encuentros y desencuentros, de emociones contenidas y necesidades compartidas. Es, se podría decir, la historia de una madre que busca a un hijo y un hijo que busca a una madre. Y un cruce que permite que ambos puedan llegar, de una forma lateral y acaso inesperado, a encontrar eso con lo que sueñan.

Azucena (Simone Bucio) ronda los 30 años y, según nos queda claro por el comentario de un médico que la revisa físicamente, tuvo un niño cuando era apenas adolescente. Vive con su abuelo, al que cuida y tiende a tener una actitud entre distante y un tanto infantil, como si fuera una niña en el cuerpo de una adulta. No es de hablar mucho y entre sus principales actividades está ir a un orfanato y mirar a los chicos que allí dentro juegan. Es bastante evidente que su trauma –a su niño no lo vemos por lo que uno asume que su familia se lo dio a alguna institución para que sea adoptado– la lleva a tener esa rara actividad, pero no es del todo claro su verdadero objetivo.

Julio (Francis Eddú Llumiquinga) es un adolescente que está en ese orfanato. Un chico afable y simpático, tiende a ocuparse de los bebés del lugar de un modo cariñoso y casi maternal. Y con su grupo de amigos de similar edad –a los que le falta poco para dejar esa institución sin haber sido entregados en adopción– salen, se divierten, tratan de pasarla lo mejor posible. Azucena los observa hasta que se les acerca cuando están en un parque, les pide literalmente jugar con ellos y, de una manera un tanto incómoda, se termina uniendo al grupo. Al tener auto y una casa, pronto se transforma en una suerte de hermana mayor de esa «banda»: les da de comer, les corta el pelo, se divierte con ellos.

HIEDRA es un film que partirá de esa conexión y de a poco se enfocará de un modo más específico en la relación de Azucena con Julio, que se da cuenta que la chica lo observa y cree que es por otra cosa. Cuando quede un poco más claro cuál es su historia y su objetivo, la situación se volverá rara, confusa, pero a la vez permitirá que ambos saquen a la luz sus emociones y sus miedos de una manera más genuina. Una historia sobre una posible madre y un posible hijo, que pueden o no ser uno del otro (física y racialmente no se parecen en nada), la película de la directora ecuatoriana de ALBA y LA PIEL PULPO apuesta a entender, de un modo más poético que realista, cómo ambos lidian con sus miedos, sus traumas y sus esperanzas de recomponer esa relación que perdieron. Sea el otro o no quien uno cree que es.

La movediza cámara de Barragán se acerca a los personajes mediante primeros planos, haciéndolos participar en actividades físicas (juegos en una casa, la visita a un bowling, en un río, en un campo, en un parque) y tratando que las imágenes sean las que muestren esos lazos, esos acercamientos y distancias, esas conexiones que se acrecientan o disipan. Es ese modo lírico, si se quiere, el que permite que –en un momento que seguramente será muy comentado, cerca del final– la película muestre de una manera un tanto fantasiosa algunos detalles de esa tentativa relación. Es una escena un tanto innecesaria y quizás hasta subrayada en cuanto a lo conceptual, pero habrá que entenderla más desde la rara poesía que es parte integral de la propuesta que de otro modo.

HIEDRA funciona en ese espacio liminal entre lo real y lo fantástico, entre lo psicológicamente realista y lo extraño. Azucena conoce a alguien que puede o no ser su hijo y decide considerarlo como tal. Julio conoce a alguien que puede o no ser su madre y quizás se de cuenta que necesita exactamente eso. Ambos añoran algo ancestral que han perdido –o que nunca conocieron– y entienden que el otro puede ayudarlos a alcanzar ese estadío, a recuperar eso que jamás estuvo ahí. Y la película ocupa ese espacio intermedio: es el lazo que uno eso que no debería haberse roto jamás.


«Hiedra» competirá en breve en la sección Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián