Venecia 2025: crítica de «Pin de fartie», de Alejo Moguillansky (Orizzonti)

Venecia 2025: crítica de «Pin de fartie», de Alejo Moguillansky (Orizzonti)

por - cine, Críticas, Festivales
04 Sep, 2025 03:04 | Sin comentarios

Tomando como inspiración «Final de partida», de Samuel Beckett, la película del director de «Castro» explora las relaciones entre una serie de parejas en distintos lugares del mundo.

El universo de Samuel Beckett siempre fue cercano a la obra de Alejo Moguillansky, con su personal mezcla de humor, absurdo y tragedia. PIN DE FARTIE es un intento por acercarse un poco más a la personal obra del autor irlandés. Sin ser una adaptación directa de FINAL DE PARTIDA, la película del realizador de CASTRO toma algunos de los ejes dramáticos, conceptos estéticos y temas de la pieza de 1957 para ofrecer una reflexión serena y melancólica aunque no exenta de humor y angustia, de lo que podría considerarse un fin de los tiempos.

Menos directamente apocalíptica que la obra de Beckett –que pone a sus cuatro personajes en un cuartito de una casa abandonada en un futuro en apariencia negrísimo–, la película de Moguillansky reorganiza y amplia la serie de personajes y las locaciones en las que se mueven para proponer una mirada desencantada sobre el presente (las referencias políticas con la situación actual en Argentina empiezan siendo sutiles y en un momento se vuelven muy directas) y una serie de delicadas observaciones ligadas a las relaciones humanas, al amor, a la soledad y, sobre todo, a las artes. De un modo lateral, PIN DE FARTIE es una celebración del cine, el teatro y la música, un homenaje al trabajo cultural en un país cuyo gobierno lo desprecia.

Los Hamm y Clov de la obra original son aquí Otto (Santiago Gobernori) y Cleo (Cleo Moguillansky, hija del realizador y una revelación actoral) en el rol de un ciego «monarca» y su sirviente/lazarillo que lo ayuda pero con la que tiene una tensa y por momentos combativa relación. No están en un cuatro lúgubre sino en una casa frente a un lago en Suiza, en la que juegan sus ácidos y muchas veces feroces intercambios verbales. La película abre rápidamente una segunda capa e incluye a otra dupla (es un film de parejas) que está en un estudio de grabación. Allí Luciana Acuña funciona como narradora, organizando un poco los distintos planos de la historia, mientras que Maxi Prietto es un músico que transforma en canciones algunas de las frases, ideas y comentarios de ella.

Poco después, una tercer pareja suplanta a la original. Laura Paredes y Marcos Ferrante encarnan a un hombre y una mujer que se encuentran una vez por semana en un departamento frente a la Plaza Congreso de Buenos Aires para leer y ensayar la obra de Beckett mientras en segundo plano lidian con una tentativa historia de amor entre ambos. El mismísimo director tendrá un segmento propio que compartirá con la pianista Margarita Fernández (con la que filmó LA VENDEDORA DE FOSFOROS) interpretando a una pianista que parece estar al borde de la muerte y su hijo, que prepara su despedida. Una quinta dupla la componen Laura López Moyano y Fernando Tur quienes aparecen brevemente en los papeles de los padres de Hamm (de Otto aquí), quienes viven –como en la pieza de Beckett– adentro de un tacho de basura. Y, merodeando la película, como los «armadores» de muchas escenas, aparecen en las sombras dos cineastas, armando planos de trenes eléctricos y lunas de utilería.

En el ir y venir de estas duplas aparece una inquietante sensación de últimos tiempos, de finales (el título original de Beckett hace referencia a la etapa de cierre de una partida de ajedrez), de relaciones que se acaban y, en la apuesta más directamente llena de sentido que hace el film, hasta del fin de un país que fue tomado por un grupo de delirantes que gritan cosas vulgares. Más allá de sus momentos de humor –que aparecen más que nada en la relación que tienen Otto con Cleo–, PIN DE FARTIE es una película triste, que tiene momentos bellos y melancólicos junto a otros más amargos y desesperantes, que dejan entrever esa sensación de finitud que recorre al film de principio a fin.

Es, además, una película bellísima, filmada en parte en la campiña y frente a un lago en Suiza, en donde Otto y Cleo arman una encantadora coreografía con una canción de Prietto, en la que quizás sea la escena más luminosa de la película. Las escenas con Paredes y Ferraro son, dentro del contexto, las más clásicamente dramáticas, con discretos pero emotivos intercambios entre ambos que se alejan un poco de los más «absurdistas» y alambicados diálogos que funcionan en el resto del relato.

Como toda obra basada o inspirada en Beckett, se trata de un registro abierto a interpretaciones, complejo y que trasmite muchas veces una amarga desolación. Moguillansky respeta ese tono pero encuentra resquicios para crear conexiones sensibles entre los protagonistas. Si nos acercamos al final de una civilización de la que nos estamos todo el tiempo despidiendo, la película parece decir que lo mejor es tener al otro cerca, aunque sea para contarnos anécdotas y reírnos adentro de un tacho de basura. O, mejor aún, para tocar y escuchar una y otra vez la misma pieza de Beethoven.